Letras
Roldán Peniche Barrera
La última producción de José Agustín, Inventando que sueño (*), abunda en ideas, ingenio y humorismo. Agustín juega, piruetea con el lenguaje, con la forma, con el estilo, no se reprime en cuanto al uso de términos escatológicos, la manera de hablar del mexicano corriente la retrata magistralmente. Agustín es imaginativo, crudo, echa mano de todos los recursos del lenguaje, de lo permitido y de lo que es tabú, de lo obvio y de lo prohibido. ¿Qué importa? Si lo que hay que decir merece lo indecente y lo coprolálico, adelante. Consta este trabajo de seis partes (cuatro actos, un intermedio y un paseo).
El acto inicial, el soliloquio de una famosa actriz, símbolo sexual al estilo hollywoodesco, expone con realismo los sentimientos, humanos al fin, de una de estas diosas man made de la cinta de plata. El monólogo, de descuidar ciertos aspectos de su conformación, puede conducir al tedio y al hastío; en las manos de Agustín adquiere plasticidad e interés. Después de un breve intermedio, nos presenta el segundo acto (“lento y muy libre”). Aquí, Agustín maneja la forma coloquial magníficamente, es indudable que conoce a la perfección los giros cotidianos de la clase media mexicana, el caló juvenil, los barbarismos cometidos reiterativamente. Dedica más del 90 por ciento de este “acto” a la conversación de los tres personajes: la mujer, el amante que ha caído en desgracia con ella y el nuevo candidato. Javier, el amante saliente, está tremendamente borracho: Agustín hace una creación de la forma peculiar de hablar de los borrachos, con sus constantes repeticiones, insistencia y proliferación de palabras soeces.
El tercer acto (High Tide and Green Grass) es para nosotros lo mejor del libro: éste es el Agustín satírico, maquiavélico, ágil y espontáneo de De perfil y La tumba; verdaderamente disfruta movilizando a sus personajes (dos básicos: Requelle y el baterista Oliveira) a su antojo, creándoles situaciones ridículas, ironizando constantemente, aquí ya no son los personajes los dueños de sus personalidades, sino que únicamente son receptores fieles de las ideas y las travesuras de este enfant terrible. Abunda la jerigonza juvenil, la terminología extranjera corriente, slang y el nonsense. Todo el acto está impregnado del humorismo especial, malévolo, juguetón, de Agustín:
“Oliveira o Baterista o Cuasimodo para Erre, despegó la mejilla y miró a la muchacha con ojos profundos, conmovedores y sabios al decir: me cae que no te entiendo.
Sí, insistió Erre con Erre, quisiera leer tus fingers.
La mano, digo, la mano querrás decir.
Nop, Cuasi, yo sé leer la mano: en tu caso quisiera leerte los dedos.
Trata, pecaminosa, pensó Oliveira,
Pero sólo dijo:
Trata.
Aquí, imposible, mi queridísimo.
I wonder, insistió Oliveira, why.
You can wonder lo que quieras, arremetió Requelle.)”.
Luego, en la página 59, esto:
“Requelle sonrió al ver a Oliveira esperándola: una sonrisa que respondía afirmativamente a la pregunta anterior sin intuir que patín puede ser, y debe de, lo mismo que:
onda,
aventura, relajo, kick, desmoñe, el caetera,
en este caló tan expresivo y ahora literario.)”
Luego (pág. 63) separación silábica de arriba abajo en busca del sonido exacto efectivo:
“(Y hasta le dio gusto, pensó: que emoción, estoy en un hotel con un tipo ingenioso y hasta gro
se
ro
te)”:
Agustín es osado, se mete con el lector (página 64):
”(Híjole, qué bruta soy, pensaba al oír el chorro de la regadera. Mas por otra manera se sentía molesta porque el cuarto no era tan sucio como ella esperaba.
“(Las cursivas indican énfasis; no es mero capricho, estúpidos.)”
Nos extenderíamos indefinidamente en las citas de estos juegos imaginativos de José Agustín; para él no hay limitaciones, no hay tabús que deban respetarse, se trata de narrar, de seguir narrando, de continuar narrando como las ideas vayan viniendo de la imaginación, a veces ideas absurdas, sin sentido, mas no debían desconcertarnos pues, ¿no la misma vida carece de sentido? Y si José Agustín exalta lo trivial y absurdo, si retrata las situaciones cotidianas con una crudeza tonificada por la espontaneidad de su humor, a veces diabólico, en ocasiones ingenuo, en el fondo, muy en el fondo de la psicología de sus personajes bullen los sentimientos pura y estrictamente humanos.
Antes de clausurar la obra en el IV acto, José Agustín nos demuestra que no todo es relajo en este duro oficio de escribir y en el relato titulado “Lluvia” emplea el estilo tradicional; y hasta parece que ya no leemos a Agustín; ya éste nos acostumbró a reír y a gozar de la vida sin respetar cánones ni academicismos ni dogmas obsoletos. Este Agustín serio y comedido de “Lluvia” no nos entusiasma y, para ser sinceros, lo preferimos en su vena tradicional; lo preferimos juvenil deschavetado; en “Lluvia”, buen relato en su género, sin duda, lo encontramos un poco fuera de foco, como un pez fuera del agua. Pero en el cuarto acto (Juego de los Puntos de Vista; Amor del Bueno), nuestro autor vuelve por sus fueros y otra vez derrocha imaginación e ingenio, humor y sagacidad, está simplemente en onda. Sería infructuoso enumerar la larga serie de incidentes ocurridos en la narración de esta fiesta muy a la mexicana; algunos viejos pecados ya achacados permanentemente a los mexicanos salen a relucir (el machismo, el rastacuerismo, la borrachera escandalosa y la escatología infamante) perfectamente bien tratados.
Es indudable que José Agustín se mejora día a día, y aunque Inventando que sueño es una buena obra suya, no logra superar, aún, la elocuencia y vivacidad que encontramos en De perfil.
(*) Inventando que sueño, por José Agustín. (Nueva Narrativa Mexicana): Editorial Joaquín Mortiz, 1968.
Diario del Sureste. Mérida, suplemento cultural, año XVI, núm. 814, 24 de agosto de 1969, pp. 1-2.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]