Letras
Rocío Prieto Valdivia
Quisiera detener las horas y volverme al instante cuando te leí por primera vez, quizás ir en un tren hacia mis 30 años. Con seguridad nos encontraríamos ambos más jóvenes, comiéndonos al mundo, o en alguna habitación de la colonia Roma en la que tus manos recorrerían cada centímetro de mis piernas largas y nacaradas; quizás usaría zapatillas. Podríamos ambos recorrer cada pasarela donde has recibido esos premios de literatura, estaría orgullosa de ti y tú de llevar del brazo a una mujer vivaz, sin miedo al fracaso.
Los días nos hablarían de los libros de Chejov, de Italo Calvino, y juntos tendríamos que leer a Julio Ramón Riveyro; discutiríamos sobre las obras tan bellas que hay en los nuevos libros de texto, en la nueva reforma educativa, señalarías que hace falta una coma, pero no es para tanto el alboroto.
Pero sabes no puedo ofrecerte más que unas piernas cansadas, vestidas con jeans apretados que han delineado los 600 escalones que a diario bajo, al final de ellas unos zapatillas deportivas del color de la blusa y la bolsa que uso. Ambos somos unos lectores empedernidos: tú lees en estos momentos a Javier Marías, y yo leí a Yépez hace unos días.
La distancia, querido hombre del silencio, es un obra de teatro donde uno de los dos actúa y el otro baja el telón. Dime qué te ofrecería si yo no tengo nada, además ya no te tengo cerca, y ni siquiera puedo ofrecerte el paraíso de unos besos.
Ahora los describo al escuchar tu voz, al pensar en los momentos que no viviremos. Sabía de tu voz, de tus gustos por el café sin azúcar, del movimiento de tus manos cuando describes un poema, de lo bello que es detener la vida y plasmar en tinta lo que se ve. De lo que ambos vemos al abrir las ventanas en lugares distintos: por ejemplo, yo veo algunos días el limonero y, en lo alto de su copa, los pequeños soles me saludan; la luz los atraviesa y va girando en espirales hasta perderse en la profundidad de la bahía. Al escuchar al mirlo, imagino que es tu voz.
Entonces corro y abro el libro y ahí estás: detenido en un verso, en una nota musical. Sé qué podrás describir cada paisaje de la ciudad donde hoy abrirás esa ventana para que otros sueñen. En tu historia nos contarás de un viaje y juntos viviremos, amándonos tal vez en un hotel en Veracruz o en Aguascalientes, o en una casa donde se vivirán momentos llenos de alegría. Te aseguro que querré ir a tocar a la puerta, salir a ver las jacarandas que inundan hoy el día con su lila intenso y los rayos del sol haciendo espirales.
Mírame: estoy aquí, perdiéndome en los campos llenos de girasoles. El verde del campo es una esperanza para volvernos a encontrar.
“Para decirle: Carajos, me haces tanta falta de verdad”
No me despido de ti. Seguiré queriendo detener la vida en una fotografía donde estemos mirándonos a los ojos.
Tal vez, al leer a la distancia a Julio Ramón Riveyro, nos encontremos en las páginas del libro para decirnos un canto golondrino.