Letras
XLIII
Los miércoles del billar se han hecho ya una tradición entre nosotras. Aquí estamos, entre el humo del cigarro y las cervezas. Tenía varios miércoles que no había venido, sigo en mi proyecto de escribir un libro de cuentos con personajes gays y que transcurran en diferentes etapas históricas, una mezcla de antiguo con moderno. Hasta ahora solo Bertha y Cecilia habían leído mis cuentos y, por insistencia de las chicas, y un poco para justificar mis ausencias, les envié algunas de mis historias para conocer su opinión. Espero que esta noche no me fulminen con sus comentarios adversos.
Casi todas vinieron en pareja, sólo Chantal y yo vinimos solas. Ella acaba de regresar de Veracruz y nos cuenta cómo le va su vida con Romina. No cabe duda de que insistir tanto obtuvo frutos y, aunque la veo nostálgica por regresar definitivamente a su tierra, también se ve eufórica y orgullosa, contándonos cómo finalmente logró conquistar a la flautista.
Está también Isabel, a quien su trabajo de “dama de compañía”, como dice, no le ha dejado más tiempo para frecuentar a sus amistades. Creo que el sexo la ha rejuvenecido porque parece una veinteañera con malicia en los ojos. Ella vino con una amiga que no habíamos visto y parece no ser el tipo de personas que frecuentan un círculo lésbico porque se ve bastante tímida y se limita a sonreír de vez en vez.
Renata vino con Karina, se ve muy contenta, tenía mucho que no la veía así. Parece que ya viven juntas. Quién nos iba a decir que veríamos a Renata sentar cabeza, parecía algo imposible. Esa chica morena es encantadora. Sonia definitivamente salió de sus vidas. Dicen que ya encontraron un buen local para poner la tienda de vinos; asegura Renata que va a estar trabajando con su novia y, si funciona, está dispuesta a dedicarse de tiempo completo al negocio. Ya veremos qué pasa con ellas.
También llegó Cecilia con Elisa; me contaron que ya viven juntas. Ya no habla de Silvia, parece que ya se le pasó el enamoramiento. Ahora está del brazo de Elisa quien, aunque se ve un poco seria, es una buena chica. Quiere que hagamos un libro ilustrado con historias de chicas gay, algo diferente, arte, no pornografía. Las últimas tres historias que le envié le quedaron muy bien, aunque “Don Manuel” causó un poco de polémica. Tal vez podríamos incluir también “El rapto de Helena” y “Rossmarine”. No sé, suena bastante atractivo, pero primero quiero editar mi libro, aunque en realidad no estoy segura de cómo lo voy a hacer. No creo que la Universidad me lo quiera patrocinar, ya veré.
No lo puedo creer, acaba de entrar P. acompañada de su mujer. Después de la boda, se fueron de luna de miel a París, se ven muy enamoradas. Nunca vi a P. mirarme como ve a Flor. Yo no sé qué le vio a esa tipa. Que no se sienten cerca de mí, que no se sienten cerca de mí. No puedo dejar de pensar en ella, en su cuerpo, aunque ya ha pasado mucho tiempo. Según la psicología de revistas de Chantal, ya lo superé, pero ahora que veo a P. me cuesta trabajo no salir huyendo del billar.
Trato de evitar cruzar miradas con P., porque estoy segura de que seguirá pensando que con tan sólo una palabra de ella estaría yo otra vez rogándole que regrese conmigo. No quiero que adivine que no se equivoca, así que por esta noche me concentraré en Chantal, aunque me tenga que pasar la velada escuchando lo extraordinaria y maravillosa que es Romina, quien nos manda saludos en uno de los mensajes por celular que intercambian.
En la mesa de billar hay un alboroto: Nanette, la novia inglesa de Bertha, se carcajea cada vez que su little baby falla y se va en blanco. Siempre se están riendo ellas dos, lo que me parece increíble para una inglesa y para alguien con el carácter de Bertha, que todo se toma en serio. Aunque como a P., a Bertha siempre le gustaron las europeas, lo único que a ella su novia terminó siguiéndola al otro lado del mundo cuando finalizó sus estudios; mientras que a P. su romance con la francesa con la que vivió en París terminó en el aeropuerto Charles de Gaulle.
Una hermosa chica rubia, con blusa de tirantes y pantalón de mezclilla, a todas luces una turista, llega a saludar a Nanette, quien le presenta a Bertha. No la pierdo de vista porque tiene los atributos que me encantan de las mujeres: bellas nalgas y piel de leche. Chantal no comparte conmigo el gusto por la recién llegada, a ella sólo le gustan las mujeres morenas y de pelo negro aunque, claro, que Romina es la excepción.
Pronto se reúnen las tres en nuestra mesa y por el reacomodo quedo exactamente a un lado de la rubia, cuyos lunares en los brazos comienzan a interesarme demasiado. Para mi fortuna habla un poco de español, con un acento impreciso que no me deja adivinar su nacionalidad hasta que Australia la defiende como suya.
Después de las presentaciones, la atención se concentra en Chantal. Todo mundo quiere conocer en qué quedó su historia con la veracruzana, así que nuevamente escucho lo primero que me contó Chantal cuando fui al aeropuerto por ella y lo que no ha dejado de repetirme:
–¡Qué les cuento, muchachas! Finalmente me hizo caso Romina.
–¿Pero ya te acostaste con ella? –le pregunta Isabel.
–No seas prosaica, Isabel. Por qué por un momento no puedes ser romántica– señala Renata, muy abrazada de Karina, quien tiene un amor ciego por esa morena de ojos hermosos.
–Ya déjenla hablar –dice P, poniéndole la mano en la pierna a su mujer, como le dice ella.
Mientras, le pido al pelo de la rubia me rescate de los celos y el coraje que me invaden. Todas callan y Chantal comienza a contar cómo se le cruzó en el camino a Romina después de que, al verla tocar en vivo, intuyó –sin equivocarse– que la flautista también era gay. La simpatía de nuestra amiga y el desengaño que acababa de sufrir la artista hicieron que le diera una oportunidad, que supo aprovechar Chantal. A pesar de estar bien acompañada, se nota cierta nostalgia en Bertha cuando oye a su ex hablar con tanta vehemencia de su nueva compañera.
La rubia no para de decir “qué bonito” ante la historia de Chantal y Romina. Observo su boca sin trazas de pintura, el vello rubio que le cubre las mejillas. Me muero por besarla. Tal vez si P. no estuviera aquí entonces yo podría ser más audaz y tratar de conquistar a la australiana. Pero claro que sé que P. ni siquiera voltearía a verme si coqueteo con la rubia, está demasiado ocupada con su petite fleur como para ver al resto del mundo.
Entre las felicitaciones a Chantal y el brindis por su nueva vida, alguien osa hablar de mis cuentos y pregunta si ya todas los leyeron. Es entonces cuando P. voltea a verme con cierto interés y me siento orgullosa porque, a pesar de sus predicciones, pude animarme a escribir algo más que las terribles cartas de amor que le envié todos los días durante los dos meses que me costó darme cuenta de que yo ya no le importaba y que ahora tenía una nueva mujer, mucho más “internacional”, como a ella le gustaban, lo cual, a decir verdad, estaba lejos de ser cierto.
–Me encantaron tus cuentos –confesó Bertha con una sonrisa–. Creo que eso es lo que nos hace falta, hablar de nosotras mismas.
Las otras coincidieron en que mis historias les habían agradado. P. sólo se limitó a escuchar, mientras que su chica preguntó sobre qué trataban. Como todas sabían que yo no le contestaría a esa mujer, Chantal se apresuró a decir que eran cuentos sobre chicas gay. Es más, el compendio de cuentos se llama Las chicas gay son Escorpión.
–¿Escorpión? Qué chistoso. Yo soy Escorpión y Patricia también, ¿verdad, chiquita?
Yo volteo a ver a P. para ver cómo reacciona, pero sólo sonríe y no dice nada, mientras la gran mayoría asegurábamos que éramos Escorpión. Entonces la rubia que está a mi lado, cuando ya entendió de qué estábamos hablando, me afirma sonriente, casi al oído, que ella también es Escorpión. No puedo dejar de albergar ahora una esperanza y le contesto a la australiana una tontería al oído que la hace reír tanto que todo mundo voltea a verla.
Bertha continúa con su comentario diciendo que lo único que no le gustaba era eso de “gay”, porque hacía referencia a hombres homosexuales. Que lo adecuado sería decir “lesbianas”. Esa palabra es, asegura, la que nos define y la que debemos dignificar.
No puedo dejar de pensar que la formación feminista de Bertha le da suficientes elementos para defender la palabra, pero antes de que pudiera dar argumentos en mi defensa, Chantal dice que la palabra lesbiana es fea. En pocas palabras, que es más armónico decir gay aunque sea un término para los hombres. Otras opinan que prefieren gay o “les”, como se autodefine P., quien está de lleno en la discusión.
Cuando al fin me dejan decir algo, hablo entonces del carácter propio de mis personajes. Explico que cuando ellos se definen a sí mismos son “gays”, mientras que cuando alguien de fuera los define, muchas veces despectivamente, entonces son “lesbianas”. Lesbiana es una etiqueta que te dan los demás sobre ti misma, ser gay es asumirte como alguien diferente, tener la posibilidad de elegir ser otro.
No logro convencerlas a todas y la discusión crece. P. desde su lado, finalmente después de mucho tiempo, parece comprenderme y me gusta. Entonces la rubia me toca el brazo y me dice I like this: I am gay. P. me está viendo, lo sé, pero creo que va dejando de importarme desde que la australiana puso sus manos en mi hombro y me sonríe con su mirada. Entonces no me importa más ser lesbiana o gay. Lo único que me importan son sus senos que alcanzo a ver entre su escote.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…