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A la guerra iré por vos

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XLII

Padre, tomaré tus armas y saldré al alba. Daré un beso a mi madre y contemplaré dormir a mis hermanas. Padre, no te preocupes que pondré tu nombre en alto, será mi estandarte tu imagen y mi fuerza tu coraje.

Ya no dormirás suspirando por lo que no tuviste, ya no dormirás preguntándole a Dios por qué no llegó el varón deseado, porque yo, padre, seré tu salvador, tu guerrero.

Me voy, padre, con la certeza de que regresaré triunfal, desplegarán las banderas a mi regreso, las damiselas abrirán los balcones y los claxones tocarán las fanfarrias. Esta noche descansa padre, porque mañana al alba contemplarás mi cama vacía, tus armas ausentes y el perfume de mi cuerpo te marcará la ruta de mi partida.

Padre, corté mis cabellos en el camino y escondí mis pechos. Dos días necesité para llegar a la línea de fuego, vi misiles que pintaban el cielo, vi tanques que destruyen las ciudades. Padre, la guerra ha cambiado, hay niños en el frente, hondas con piedras como balas, y las madres lloran a sus hijos soldados. Padre, ¿a dónde me has enviado?

En mis lecciones de niña leí nuestra historia, sería el guerrero que escondía tras la armadura su cuerpo de mujer, sería la salvadora del reino y en mi lucha encontraría a un valiente soldado que compartiría conmigo la dicha de ir a llevarte las llaves del enemigo. Fue un engaño, padre. La guerra asesina, atrapa y no suelta, destruye sin piedad no sólo a los hombres sino a las mujeres y los niños.

Me deshice de mi disfraz y me dispuse a luchar. Ya no luchaba por ti, no iba a declarar esas tierras como tuyas, pero sí a defender tu honor, a decir que no habías podido venir a luchar con tus manos, no porque no te importaran tus compatriotas, sino porque tu edad ya no te lo permitía. Luché, padre, con todas mis fuerzas, arranqué el coraje a la noche porque el día no nos daba tregua.

Hoy regreso a casa, padre, deseando contarte los pesares de la guerra. Conmigo no viene el príncipe valiente que debía acompañarme de regreso, lo único que traigo es este dolor en el alma y la condena de una muerte violenta y lenta por las armas químicas.

Entro a tu palacio y apenas distingo las cosas. Todo ha cambiado, escucho el ruido de una televisión que sintoniza Disney Channel. La incertidumbre me atrapa y saco la espada, avanzo sigilosa. Mi hermana mayor aparece al fondo de un pasillo, ella también ha cambiado, viste un pantalón de mezclilla y una camisa polo rosa. Sin más, me anunció que estabas muerto, que la ley había cambiado y ella había heredado tu palacio, tus tierras y tus títulos. No dejó que viera a mi madre, y me pidió que me llevara las cosas que había dejado al partir.

Estoy con mi equipaje a la orilla de la ruta, no sé a dónde iré. Padre, ¿por qué no esperaste mi regreso? ¿Por qué te fuiste?

Patricia Gorostieta

Continuará la próxima semana…

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