Letras
XLI
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Los primeros días en casa con Nubia. Ella no sabe exactamente cuál es su función en esta casa, ni siquiera mis sirvientes. Le ordené al ama de llaves que la atendiera como a una señora, pero ella se ha querido involucrar en algunos quehaceres de la casa que ejecuta contenta y sin dificultad. En realidad, he evitado estar en casa durante el día, aunque mis actividades laborales se han limitado por la eficiencia de mis ayudantes. He suspendido mis salidas de noche y ahora Román me acompaña sólo al trabajo. Cuando llego a casa me recluyo en mis habitaciones para impedir que me vea, visto mis ropas de caballero y espero a que mi ama de llaves me lleve la comida a mi cuarto. Al oscurecer, ayudado por la penumbra, salgo de mi habitación y busco a Nubia en la casa, sin que se dé cuenta de mi presencia.
La he visto de lejos, cuando después de la cena se prepara para dormir. Le he asignado una habitación en el lado opuesto de la casa, muy lejos de la mía, la que ocupaba mi tía. Ese cuarto tiene una puerta clausurada a través de la cual, empujándola un poco, se puede ver su interior. Nubia repite todas las noches el mismo ritual: se quita la ropa y, desnuda, la dobla cuidadosamente y la coloca sobre una silla; se pone luego un camisón que perteneció también a mi vieja tía. Se sienta frente a un pequeño tocador con una luna de marco de caoba que compró mi padre para su hermana, deshace la trenza que sujetó todo el día su pelo y lo peina con mucha calma, acariciándolo. Luego se acuesta, apaga las luces y deja sólo un par de veladoras encendidas. Es entonces cuando me retiro a mi recámara, con el cuerpo lleno de sensaciones. La primera vez que la vi me juré que no volvería a hacerlo y eso me digo cada noche que voy a su cuarto.
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Nubia pidió verme. Me rehusé.
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Mis negocios van bien, hasta mis propios enemigos lo reconocen. Pronto habré duplicado lo que mi padre me dejó. En casa todo igual, aunque mi ama de llaves me contó que Nubia había ido a ver a su padre, pero sólo estuvo con él unos minutos porque la trató mal. Tal vez sería bueno enviar a Román para que hable con el viejo ajero, pero si cambia su actitud con su hija es posible que ella quiera regresar a su lado, así que es mejor dejar las cosas así. No sé qué pensará ella, pero parece resignada a esta vida conmigo, en la que aun soy un fantasma.
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No he vuelto a observar a Nubia en su recámara, aunque su ritual nocturno me sigue obsesionando. He tratado de dominar mis ansias de verla y en las noches la recreo en mi mente y no puedo evitar sentir ese placer que nace de mi sexo,
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Ha vuelto a preguntar por mí. La escuché hablando con el ama de llaves, insiste en verme, en hablar conmigo. He pensado que esta noche la invitaré a mi cuarto.
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Cerré las ventanas de madera de mi habitación, todo estaba a oscuras. Esperaba a Nubia recostada en mi cama, vestido de caballero. Ella tocó la puerta y le contesté que entrara. Traía, como le solicité a través del ama de llaves, un quinqué en la mano y el último vestido que le regalé. Me pareció tan hermosa. Quería acercarse, pero le pedí que se quedara cerca de la puerta. Le agradecí que viniera y le pregunté qué quería tratar conmigo. Nubia comenzó a hablar tímidamente, me llamó “Don Manuel”, y me dio las gracias por haberla llevado a mi casa, pero sentía que no merecía tantas deferencias, que ella estaba ahí para servirme en lo que yo quisiera. Yo saboreaba su voz, bebía el olor de su cuerpo.
Le respondí que en mi casa ella no era una sirvienta más, sino que quería que viviera en mi casa como si fuera suya. Ella no se explicaba el porqué, pero le dije tan sólo que era una deuda que tenía mi padre con el suyo y que era momento de pagarla. No le convenció mucho mi explicación y para decir verdad a mí tampoco, pero fue suficiente para que anoche ella se marchara tranquila, no sin antes decirme que quería venir esta noche a estar un rato conmigo. Yo me rehusé en un principio, pero ante su insistencia accedí.
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Ahora es Nubia la que ha venido todas las noches a mi habitación. Primero repetía la misma rutina de aquella noche: se detenía cerca de la puerta con el quinqué en la mano, entonces podía yo verla mientras me hablaba de lo que sucedía en casa. Poco a poco se fue acercando más y sus comentarios se fueron haciendo más íntimos, mientras su voz se suavizaba cuando hablaba de lo que pensaba de mí, siempre con ternura y aprecio. Lo único que le molestaba era no poder verme completamente, sólo adivinaba mi silueta; incluso se atrevió a preguntarme si acaso estaba desfigurado, a lo que sonreí sin aclarar nada. En realidad, hablaba poco, prefería escucharla, y no quería que mi voz me traicionara.
Todo fue así hasta que anoche, decidida, se acercó a la cama y se recostó conmigo. Estaba tan sorprendida que no tuve siquiera tiempo de levantarme. Nubia se acurrucó a mi lado y puso su brazo en mi pecho. Estaba asustada porque sentí que me descubriría, pero nada pasó, sólo comenzó a decirme que ella quería cuidarme también a mí, servirme en lo que yo quisiera, en lo que yo necesitara, porque me veía tan solo. Le pedí que se retirara porque ya era tarde y así lo hizo.
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Después de la noche que Nubia se acostó en mi cama no ha vuelto a buscarme, temo que se haya sentido rechazada. He ido a la puerta clausurada de su habitación para presenciar su ritual nocturno, pero ha modificado sus costumbres, cuando llego ya está dormida o no se encuentra aún en su recámara. Mi ama de llaves dice que ahora pasa mucho tiempo cocinando con la vieja cocinera. Yo he perdido interés en mi trabajo y estuve a punto de tener grandes pérdidas en un mal negocio del que me salvó mi abogado. Tengo que volver a verla, a sentir su cuerpo.
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Le pedí al ama de llaves que Nubia se presentara anoche a mi habitación y así lo hizo. Llegó y se detuvo cerca de la puerta, entonces comenzó a contarme cosas de la casa y los descubrimientos que hizo con la cocinera. No me han importado tanto las cosas domésticas hasta que las oigo de sus labios, todo me parece interesante y maravilloso. Estaba a punto de retirarse cuando le pedí que se acercara. Vino a la orilla de mi cama pero no se recostó, se quedó de pie con el quinqué en la mano, entonces iluminó mi rostro y pude ver en sus labios una sonrisa de coquetería y aceptación. Apagó la flama y nos quedamos completamente a oscuras, entonces se acostó a mi lado y pasó su brazo en mi pecho. No dije nada. Nos quedamos un buen rato así, yo no me atrevía siquiera a moverme. Después me armé de valor y seguí mis deseos, comencé a acariciar su brazo suavemente. Ella no se resistió. Sentía el olor de su pelo, escuchaba su respiración y me ahogaba su calor. Seguimos así mucho tiempo hasta que sentí que dormía; entonces, sin querer, yo también caí en un profundo sueño. Esta mañana desperté y ella ya no estaba a mi lado. No sé si hablar con ella. No la buscaré.
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Todo esto es una locura. He pensado que es mejor que se vaya. Si me descubre, hará un escándalo, me rechazará y la voy a perder para siempre. Ya no habrá una próxima vez.
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He tratado de concentrarme en mi trabajo y vengo poco a casa. Mi ama de llaves me informó que Nubia volvió a ver a su padre y regresó triste. No ha preguntado por mí. Quiero verla, sentirla nuevamente junto a mí. Debo ser fuerte y no puedo, la deseo.
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Anoche se presentó en mi habitación sin que la llamara. Yo estaba a punto de quitarme mi traje y descuidadamente deje entreabierta la puerta. Entró con el quinqué en la mano y lo asentó en la mesa. Iba a pedirle que se marchara cuando deslizó su vestido y quedó desnuda frente a mí. Di un paso hacia atrás y me siguió, entonces vi iluminarse su piel con la luz mientras yo quedaba a oscuras. Le dije que se marchara, pero buscó mi mano y la puso en su seno. Sentí su piel suave, su pezón erecto, mientras buscaba mi otra mano que puso en su cadera. Ya no había marcha atrás. Ella estaba ahí, para mí, como la había deseado desde que la vi por primera vez.
Buscó mis labios y me besó, mientras abrazaba mi cadera. Cerré los ojos y deseé tanto ser lo que ella quería que fuera, y el miedo se confundía en mi sangre con el deseo. Me empujó poco a poco hacia la cama y de un revés estuve sobre ella. La besé y la acaricié como a ninguna mujer, quería conservar en mis manos las huellas de su piel, absorber el olor delicioso que emanaba de su cuerpo. Entonces sentí como buscaba mi pecho y quise hacerme a un lado pero con fuerza me retuvo. Buscó bajo mis ropas mi espalda y sólo encontró ese apretado corpiño, entonces me empujó hacia un lado y se puso de horcajadas en mi cadera. Metió las manos entre mi camisa y tocó el borde del corpiño, que empezó a deshilar. Yo le quité las manos, pero con un déjame volvió a la tarea. Tocó entonces mis senos con la punta de los dedos y por un momento pensé que se levantaría indignada pero no lo hizo. Terminó de desabrochar el corpiño y acercó su boca a mis senos. Lamió mis pezones vírgenes ante mi asombro.
Ya no había nada que ocultar. Su cara se perdía en mi vientre mientras sus manos comenzaban a abrir mi pantalón. Ya no podía resistirme, tenía que llegar hasta el final. Me jaló el pantalón y quedó en evidencia mi ropa interior que escondía el objeto inútil de mi virilidad. Me quitó el calzón y, cuando lo hizo, se levantó de la cama para ir en busca del quinqué. Me sentí enojada y asustada, no le iba a permitir que se burlara de mí. Regresó con el quinqué e iluminó mi cuerpo de mujer, lo puso en el buró y volvió sobre mí. Entonces se acercó a mi oído y me susurró que ya lo sabía.
Esta noche la hice mi mujer. Pude cabalgar en su vientre con mis dedos y con mi pene de madera; me llamó “Don Manuel”, mientras jadeaba de placer. Pero también sus dedos se llenaron de mi sangre porque buscaron entre mis piernas mi virginidad.
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Sigo siendo Don Manuel, y en esta, mi casa, ella es mi mujer.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…