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Los Olores

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Letras

XXXVI

De los olores el olor del alba/ y el olor deleitable del venado/ afirma Jorge Luis Borges en su poema “El otro tigre”. “Me gusta el olor de la piel femenina y el de la tinta sobre el papel” expresa Emmanuel Carballo en una entrevista. “Que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo, no importa en qué circunstancias, su infinita volubilidad de pájaro, y que acariciada en el fondo de sí misma se transforme en esfera sin perder su gracia de ave y que exhale siempre el imposible perfume y destile siempre la embriagante miel” así traza Vinicius de Moraes, entre otras líneas, su receta ideal de mujer.

Los olores nos afectan poderosamente porque están asociados a la memoria, al estado de ánimo, a las sensaciones: así, el olor de tierra húmeda anticipa la llegada de la lluvia; un vapor de pan recién horneado nos convoca a modestas comuniones con la vida; duraznos y manzanas sugieren aromáticos esbozos femeninos; las hierbas recién cortadas nos embeben de salvajes lozanías… en la distancia, la sola evocación de un gajo de “galán de noche” me trae mensajes de mi madre y la mixtura de agua de lavanda con tabaco, irremediablemente me recuerda a mi padre.

¿Es el sentido del olfato tan importante como los demás? ¿Cómo identifica a su madre un recién nacido? ¿Cómo se orientan los animales para localizar su alimento? ¿Cómo se produce el efecto químico del amor? No existe un vocabulario específico que pueda explicar los olores pero las moléculas odoríferas humanas son análogas a las huellas dactilares y a las muestras de ADN.

Una fascinante recreación literaria sobre el tema, es la novela de Patrick Süskind, El perfume, la historia de un hombre que nace sin olor, pero con un portentoso desarrollo del sentido del olfato. Obsesionado con el olor de una joven que conoce, la asesina para extraer de ella sus fluidos corporales y elaborar una fragancia humana exquisita.

Otro interesante libro es El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks. Es acerca de una persona que, después de una vida normal, padece de una enfermedad neurológica llamada prosopagnosia, pérdida aguda de conocimientos. Incapaz de emitir juicios personales al no relacionar objetos con conceptos, su cerebro no podía captar la realidad de las cosas, por eso confundía a su esposa con un sombrero, pero en una de las pruebas clínicas, cuando se le muestra una flor roja, demora demasiado en identificarla; entonces se le da a oler. Su memoria reacciona inmediatamente y exclama: “esto es una flor”.

El escritor francés Marcel Proust, apegado al placer olfativo y gustativo de las “magdalenas” (pequeños biscochos suaves), después de remojar un trozo en su taza de té comienza a recordar, en su famosa novela En busca del tiempo perdido, los domingos en casa de su tía Leona, los atardeceres, la iglesia, las calles. La imagen visual de las magdalenas no le provocó recuerdos, fue necesario probarlas, olerlas. Y luego escribe: “Cuando nada más subsiste el pasado, después que la gente ha muerto, después que las cosas se han roto y desparramado, el perfume y el sabor de las cosas permanecen en equilibrio mucho tiempo, como almas, resistiendo tenazmente en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia, el inmenso edificio de la memoria.

En su perfil ingrato, el olfato puede percibir la existencia de una fuga de gas, transpiración de ajo, carroña arrojada en la vía pública, determinada sustancia que se quema, algún estanque cercano de aguas negras, putrefacción en los alimentos, falta de higiene en las personas…

El olor es preludio del disfrute en el sabor; sin embargo, se registran contraposiciones, como en el caso de los quesos azules y Camembert, cuyo hedor contrasta con su rico sabor, y el del durián, la fruta asiática de apariencia similar a una guanábana. Su fetidez, mezcla de animal muerto, excremento de cerdo y pescado podrido, es casi imposible de tolerar, pero su dulcísimo sabor embriaga a quien alcanza a probarla y resulta una fruta muy apreciada en Tailandia e Indonesia.

El aroma a viejo que guardan los armarios, la humedad y yodo de las playas, el aceite rancio, la leña ardiendo, las cajas de jabón, los granos de café recién molido, el sahumerio impregnado entre las ropas, todos diferentes, únicos, son algunos de los diez mil aromas que aproximadamente puede detectar el ser humano.

Los olores suaves y fragantes son cariñosas palmadas que nos da la Madre Naturaleza para que, a través de ellos, nos reconciliemos con el mundo en circunstancias difíciles. Y, en su magnánimo propósito de hacernos la vida más agradable, creó la vainilla y la canela.

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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