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Obsesiones

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Letras

XXXIV

Después de leer mi artículo sobre las repeticiones musicales, un amigo que comparte la misma costumbre llamó para comentar lo interesante que resultaría conocer el motivo que estimula este esbozo de compulsión y, sin proponérnoslo, la charla se prolongó al hacer repaso de fobias, fijaciones, manías, hasta concluir en lo atractiva que resulta la obsesión, como palabra y como tema.

La obsesión es una idea fija que persiste en el pensamiento hasta el extremo de angustia, puntualizada en mayor medida quizá en las personas sensibles como los artistas. Un ejemplo podría ser el enérgico apremio de Picasso por pintar día y noche, casi sin reposo, y prueba categórica fue el cuadro que dejó inconcluso el día de su muerte. Por su parte, Van Gogh temía perder el tiempo si no trabajaba cerca de veinte horas diarias, a pesar de estar consciente de que no vendería ningún cuadro; sin dinero para pagar modelos, copiaba su silla, sus zapatos o se paraba frente al espejo a realizar los famosos autorretratos. Las obsesiones de Dalí tienen una procedencia diferente: se sustentan en traumas de niñez que, con la determinante influencia de su esposa Gala, fue superando para plasmarlos en reiterados argumentos como los objetos blandos, los cajones, las muletas, los panes y la imagen de Gala.

Escritores de renombre han manifestado diversas causas de obsesión. Eugéne Ionesco, creador del género del absurdo en el teatro, en su condición de persona insegura y depresiva, sentía rayano pánico por la muerte. A Tito Monterroso le atemorizaban los textos largos y consiguió, a través de la síntesis, un estilo literario. Por exigencia desmesurada consigo mismo, Juan Rulfo solamente publicó dos libros en su carrera, definitivos para la historia de la literatura iberoamericana: Pedro Páramo y El llano en llamas. Al respecto, Ernesto Sábato decía: «Un hombre no puede escribir sino muy pocas novelas en su vida. Si es un escritor en serio, angustiado, tiene una sola obsesión que lo atormenta y de la que de alguna manera desea liberarse, expresándola.«

Honoré de Balzac, con rotunda fijación por París, casi la diseccionó en su monumental Comedia humana. Juan José Arreola fue del tipo perfeccionista: revisaba y corregía exhaustivamente hasta lograr resultados cuajados, redondos. Juan García Ponce, insistente en sus temas favoritos: el amor, el erotismo, la muerte y la locura, procesó verdaderas obras maestras en la atmósfera de aquellas intimidades. De igual forma, Borges se repetía en insondables laberintos, círculos, tiempo, espacio, libros. Vargas Llosa no tiene límite para la cantidad de palabras que escribe todos los días, con más inquietud por hacerlo que por disciplina.

Entre los obsesivos-excéntricos, Pablo Neruda podía perder la compostura si carecía de tinta verde para cargar su pluma fuente, ya que era intolerante a cualquier otro color y no usaba máquina de escribir. Karl Kraus, personaje alemán de radiante inteligencia, editaba su propio periódico, La Antorcha, que dirigía y escribía totalmente, pues en el fallo de una coma ajena vislumbraba síntomas que podrían permitir una guerra mundial. En el mismo tono individualista, actuó en obras de teatro que dirigió y produjo para una sola persona como público, de esa forma llegó a setecientas representaciones en ciertos montajes.

En el renglón de la música, Igor Stravinski fue un compositor cercano a la perfección que pegaba de gritos por un sonido mal puesto en la interpretación. El violonchelista Pablo Casals, el pianista Arthur Rubinstein y el violinista Arturo Toscanini corresponden al grupo de maniáticos que ensayaban durante largas horas, a costa de cualquier suceso familiar que se interpusiera. El director de orquesta Leonard Bernstein, con su singular oído y afán de excelencia, alguna vez detuvo un ensayo general para regañar al timbalista, que estaba encauzando sus percusiones hacia el centro y no a las orillas, como correspondía. En el universo del ballet, Rudolph Nureyev era conocido como obseso por ganar impecabilidad en los giros y los vuelos que lo hicieron famoso y que no se han vuelto a admirar en escena con ningún otro bailarín.

Una de las formas recurrentes de compulsión obsesiva es la de lavarse las manos constantemente, característica del magnate Howard Hughes en el curso de su deterioro mental. El exagerado rechazo a subir de peso, desorden patológico llamado anorexia, condujo a la muerte a Karen Carpenter, una de las voces más exquisitas del siglo pasado. Desmedido también el apasionamiento de la zoóloga Diane Fossey por el estudio de los gorilas de Ruanda y el Congo, al grado de sacrificar su vida personal con el objetivo de fundar reservas para preservar dicha especie, razón por la que fue asesinada a machetazos por cazadores que comerciaban con estos primates, según se especula. El dolor físico, el sufrimiento, la desesperación, se manifiestan una y otra vez en los cuadros de Frida Khalo para exorcizar aquel suplicio interior que la devastaba. La figura de la muerte como compañera, aliada o enemiga fue obstinada materia en los poemas de Alejandra Pizarnik quien, abrumada por esta obsesión, optó por el suicidio como punto final a sus tormentos.

El catálogo de obsesiones pudiera resultar inacabable. Después de revisar los orígenes de algunas, pensamos que la verdaderamente degradante es la de ambicionar poder, esa ansia motivadora que corroe espíritu, mente, principios y puede conducir a la destrucción total.

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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