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Balam y otros relatos – III

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III

Siendo gobernador, por vez primera Balam probó la amargura de la derrota. Los errores de los políticos del partido, la corrupción, las mismas caras, cansaron al pueblo que en el país había elegido como Presidente de la República al candidato del partido opositor. Y en el estado, como efecto y repercusión de los acontecimientos nacionales, el candidato seleccionado por Balam –Rolando Muro– perdió las elecciones, aunque también se habló de “concertacesión”, presionado Balam por intereses políticos. El perdedor se quejaba: –“Me abandonó Balam, no me ayudó”. También el “fuego amigo”, el canibalismo del partido… “me dejaron solo”. Esta derrota significó más que nada una derrota para el propio gobernador que durante 10 años había ejercido el poder.

Tres años de retiro forzado despachando los asuntos políticos y privados en sus oficinas particulares que sus enemigos del Diario de la Península habían apodado con sorna “El Baluarte”. Tres largos años de reposo en “Chen Garza”, su rancho, para él que estaba habituado al despliegue de una hiperactividad política y administrativa sin precedentes aprendidas en los tiempos de su participación como alto funcionario en diversos puestos del gobierno federal, cuando sirvió a cuatro presidentes emanados del partido.

Esos tiempos, cuando dormía en sus propias oficinas para mejor servir con muchas horas de trabajo a sus superiores políticos que poco a poco también lo “jalaron” a posiciones cada vez más importantes en esa cadena que tenía como principio la consigna: “para mandar hay que saber obedecer”. Esos tiempos, los mismos afanes que no variaron durante su gubernatura, que hacían sufrir y quejarse a los colaboradores que trabajaban sin horario día, noche o madrugada, según los caprichos, manipulados como marionetas, “para el sagrado cumplimiento del deber”.

Pasados los tres años de forzoso retiro, Balam decidió volver por sus fueros, no faltaba más, como antaño en los tiempos juveniles cuando recuperó por votación arrolladora la presidencia municipal de la ciudad capital en manos del otro partido. Repetiría la hazaña que le había abierto un futuro promisorio en la política.

Ahora los aspirantes de su partido se resistían a aceptar la candidatura para la presidencia municipal de la ciudad por miedo a la derrota contundente, como había sucedido durante tres lustros. Pero él sería el héroe, pensó, y forzó su postulación ante el comité directivo, como en otras ocasiones cuando se imponía su indiscutible capital político.

Balam realizó una estupenda campaña. Visitó en tiempo récord todas las comunidades y colonias de la ciudad. Saludó a millares de personas. Su programa de gobierno municipal superó en mucho el programa del candidato oficial. Sus encendidos discursos entusiasmaban a la multitud, el gran líder estaba de regreso, como el Ave Fénix que surge de sus cenizas.

Un día, inesperadamente Balam visitó las oficinas del Palacio Municipal. Grande fue la sorpresa de la Presidenta de Mérida al saber que había llegado. Saludó con cortesía y prometió a los funcionarios que no se recuperaban del susto de verlo, que estuvieran tranquilos, que pronto se verían de nuevo… aquí mismo… dijo… un tanto soberbio.

Llegó el día de las elecciones. Todo mundo aseguraba el triunfo de Balam, el candidato oficial no era pieza para nuestro héroe. Los largos y fuertes colmillos del jaguar acabarían devorando a los pusilánimes aprendices de políticos del partido en el poder. No faltaba más.

A las 8 de la noche comenzaron a aparecer los primeros resultados en las pantallas electrónicas del Instituto Electoral. Las encuestas de salida en las casillas electorales estaban a su favor. Todo iba bien, los resultados favorecían a Balam, en “El Baluarte” se respiraba alegría, optimismo y conforme crecía la votación se afinaban los detalles para el festejo en la Casa del Pueblo. La comisión organizadora apuraba los preparativos del triunfo y Balam en su confortable oficina, esperaba impasible, como siempre, tranquilo, seguro de sí mismo.

Pero de pronto todo empezó a cambiar. La votación dio un giro inesperado cuando aún no se contabilizaba la mitad del padrón. El candidato oficial se le acercaba y al cabo de una larga noche, poco a poco, con altas y bajas, con intervalos de esperanza cual un vía crucis, el candidato oficial le había superado con el número suficiente de votos como para ganar la elección.

¿Qué había pasado?… Nadie se lo explicaba, ni el propio candidato oficial que ya se veía desanimado por los rumores insistentes sobre su segura derrota. ¿Qué había pasado?… Nadie acertaba a dar una explicación razonable… si parecía… si el triunfo estaba asegurado como en los mejores tiempos…

Todo fue confusión en los siguientes días. Los perdedores en un principio denunciaron fraude electoral, gritaron, amenazaron, no era posible que Balam hubiera perdido, pues si era el mejor… no era posible, si él en política se las sabe de todas todas. Había gobernado el estado, si bien con su peculiar estilo de mano firme, también con buenos resultados en obras materiales y económicas… decían sus correligionarios.

Al fin Balam, con hombría y valor civil, con entereza, de cara al pueblo, aceptó la derrota. Detuvo a sus seguidores que protestaban inútilmente ante el Instituto Electoral. A ellos, que lloraban desconsolados como niños sin saber qué hacer, sonriendo y solemne les dijo:

–¡Aquí no ha pasado nada!… Ya vendrán mejores tiempos. Tengamos paciencia, recobremos el ánimo, rectifiquemos el camino. ¡Aquí no ha pasado nada!…

¡Y sin embargo mucho había pasado… los tiempos habían cambiado!… Y poco después… aún más pasaría… Una mañana en su soledad repentinamente falleció Balam, le explotó el corazón tan lleno de angustias… se fué para siempre dejando en la incertidumbre a sus incondicionales y en el pueblo… el sentimiento de lo que pudo haber sido y no fue.

César Ramón González Rosado

Continuará la próxima semana…

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