Editorial
En el centro de nuestra patria mexicana, dos monumentales elevaciones llaman la atención por su altura e historias: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, dos grandes montañas con historias de actividad volcánica a través del devenir de los siglos precedentes.
Pese a su talante destructivo de la zona más habitada de México, engalanan la vista con su majestad pétrea y sus cumbres nevadas. Eventualmente, causan desasosiego y temor en los habitantes de la capital de nuestro país y zonas aledañas.
Por estos días, ha sido el Popocatépetl quien ha despertado temores por su exhalación de gases y explosiones, que amenazan con una cercana erupción. Ojalá no sea así.
Muchos millones de compatriotas conviven en la zona de la CDMX y las poblaciones ubicadas a las orillas de ambas montañas, motivo de distinción en sus tiempos de inactividad, y de justificado temor en los momentos en que las condiciones de la corteza terrestre se agitan por tremores y ajustes en las placas tectónicas.
Por estas fechas, el Popo, así llamado en su acepción popular cotidiana, está dando muestra de los movimientos de su base terrestre, sacudiendo y expulsando materia ígnea y arrojando fuego por su cráter, cuando usualmente es silencioso y apagado.
Las autoridades de la delegación correspondiente en la CDMX han emitido avisos preventivos y se preparan con los recursos necesarios para atender a la población en caso de explosiones mayores, escurrimientos de lava o exhalaciones ígneas peligrosas para la población, sus bienes, sus vidas.
Prevenir, antes que lamentar. El respeto ante la naturaleza y sus cambios se impone.
Mantengamos la unidad y estemos en guardia para que, de existir una situación de gran peligro, nos encuentre unidos y preparados para afrontarla.
Unidad en propósitos y acciones. Ese es el plan en marcha.