Artes Plásticas
Es significativo que, aun cuando la mayoría de las veces las telas de von Gunten recuerdan de una manera u otra la frondosidad vegetal de la selva tropical, ésta parezca bañada en un ambiente acuático que las traslada al mundo del sueño o del mito, una característica sobre la cual ya se detuvieron Jaime Moreno Villareal y, antes de él, Juan García Ponce. En una obra como Hacia la Montaña, de 1998, -una montaña, por cierto, que bien pudiera parecer una volcán-, no sabemos bien, por ejemplo, si lo que vemos es un sotobosque encantado, lleno de ídolos precristianos provenientes de México, de Indonesia o de Oceanía, o si nos encontramos buceando en el fondo del mar, en medio de algas y creaturas marinas multicolores.
Sin duda, contribuyen a fortalecer esta impresión “acuática” de los paisajes de von Gunten las pequeñas manchas coloridas en forma de gotas de agua que aparecieron bastante pronto en su pintura, que parecen conformar una suerte de umbral que divide al espectador del paisaje representado, creando a la vez una distancia y una cercanía con éste a la manera de un velo, al igual que sucede cuando el inconsciente dialoga con la consciencia a través de los sueños. Aunque quizás resulte anecdótico, no sería imposible relacionar estas gotas con los “protozoos y rotíferos de hermosos tonos azules y verdes” que en algún momento el pintor gustaba de admirar en su microscopio. (JGA, 36.).
Ahora bien, se sabe que para Carl Gustav Jung, un paisano de von Gunten casi proscrito por la Academia, pero no por ello menos recomendable, el agua representa al inconsciente. Eso quiere decir que cuando el agua aparece insistentemente en nuestros sueños, como sucede en los cuadros de von Gunten, estamos de alguna manera ante el inconsciente buscando hacerse consciente, como aquellos númenes de los que hablaba el pintor en la entrevista de García Ascot. Es quizás por esta característica que los paisajes de von Gunten parecen revelarnos tanto la psique del pintor como el alma de la Naturaleza.
Quizás esta referencia a la psicología de las profundidades nos pueda servir para explicar la presencia tan insistente de múltiples entes femeninos en las telas del pintor, que se manifiestan de pronto entre la selva frondosa, de pronto en medio de un mar infinito, ya sea como evas primordiales, como diosas ancestrales o como sirenas risueñas. Si bien es evidente que éstas hacen referencia antes que nada a la mujer amada -la única mujer amada-, así fuesen varias a lo largo de una vida, es igualmente claro que encarnan simultáneamente al alma misma de la naturaleza -el alma del mundo-, como la llamaban los antiguos. Con respecto a esta relación entre naturaleza y mujer amada, resuenan poderosamente estas palabras de von Gunten, que parecen resumir tanto la esencia de su pintura como su actitud ante la existencia: “El enamorado, para usar un ejemplo bastante obvio, no quiere tanto poseer a la amada como identificarse con ella, vivir en ella.” (op. cit. 52)
Si la vida de von Gunten está pautada por numerosos intentos de escapar al intolerable estridencia de la llamada civilización y su “tiempo medido”, para utilizar otra de las expresiones del pintor, lo cierto es que lo que presenciamos en ellas es sobre todo un encuentro, o mejor dicho un reencuentro con aquel “tiempo erótico” en donde, para citar a Juan García Ponce, “se realiza una unión con el otro y con la vida que nos saca del tiempo y de la discontinuidad que se cierra al ser.”
Es precisamente porque nos restaura a nuestra propia esencia que su pintura no podría ser nunca calificada de simplemente exótica. En efecto, muy lejos de representar únicamente la belleza de las selvas tropicales y de los mares del sur, la obra de von Gunten nos hace tomar consciencia, a través de ellas, de la existencia misma de la Naturaleza, fuera de la cual no existe nada.
Así cada vez que nos dejamos absorber en la contemplación de una obra de von Gunten, sea antigua o reciente, se opera una suerte de rescate con respecto al sinsentido de aquel “tiempo medido” que en todo se opone al “tiempo maravillado” o al “tiempo erótico”. Cada uno de sus cuadros parece ser el resultado de un nostos, de un viaje de regreso que, abandonada ya toda nostalgia, nos restaura, como a Ulises, a Itaca y a la presencia de Penélope, que no es sino el alma de todas las cosas.
Como von Gunten en la última parte de su poema “Mar de Pericos”, podemos decir entonces:
Yo vengo de lejos, de un mar de amaneceres reverberantes
Donde naufragué, pero pude salvarme nadando
Hasta que, en un instante, y de una manera que desconozco,
Me fue dada esta barca en cuya borda me hallo encaramado
Aquí estoy, lleno de recuerdos, perseguido por una memoria
Tan oscura como el mar que he dejado.
Las olas me mecen -selemat pagi-y el mundo vuelve en sí
Una vez más en lo redondo del horizonte.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU