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Una figura patética

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La Sublevación del Brujo Jacinto Canek

VII

 

III

 

UNA FIGURA PATÉTICA

Diariamente entran en la ciudad sombríos hatajos de prisioneros conducidos por desaliñados milicianos. Son casi todos jóvenes, mozos de mirada hermética con cicatrices de palos y rebenques en las espaldas. El que mató al capitán Cosgaya en la emboscada de Quisteil es de veintidós años. Hay un deforme profeta general, consejero de Canek, como de setenticinco años. Las crónicas de la época lo explican como una de las criaturas más horribles que se pudieran hallar en la provincia. “La irrupción de este brujo inverosímil causa espectacularidad entre la multitud: le ha sido zampada en la cabeza una irrisoria corona de papel. La rubrica un rótulo de negras letras góticas que reza: Levantado contra Dios y contra el Rey… y al cabo de la vejez…! Su figura dramática, fiera y bamboleante, viejísima, despierta en el público perversas emociones: los muchachos se mofan de él y lo apedrean, los hombres le arriman puñetazos rabiosos, las mujeres lo injurian. Corren a rescatarlo los milicianos antes de que lo maten.

EL ARRIBO DEL TERRIBLE BRUJO

Una larga trompeta dorada proclama, en tonos de fanfarria, el anhelado suceso del arribo de Jacinto Canek, el Serpiente Negra, a la ciudad. Es el 7 de diciembre de 1761. Un malhumorado gentío compuesto de blancos, mestizos, indios y pardos ha aguardado por horas la anunciada llegada de ese brujo terrible. A las cinco de la tarde entra la caravana en la Plaza Mayor. En el centro, sobre un apocado matalón, descuella la desolada figura de Canek. Lo acompañan ochenta prisioneros guarnecidos por milicianos, indios hidalgos y los dragones del capitán Calderón. Rodean con parsimonia la dilatada explanada para que el público pueda contemplarlos con comodidad.

Mofas y blasfemias escoltan el tranquilo desfile. A Canek lo han vestido con una estudiada y risible extravagancia: sobre la espalda, para encubrir las heridas, una tosca manta de henequén; en la cabeza bailotea una corona de piel de venado que provoca las burlas de la multitud.

Después, con la abyecta complicidad de los palos, lo introducen en una celda. Vedado a la luz, acaba por dormirse. Lo despiertan más tarde los inquisidores para torturarlo con el impaciente coloquio de las indagaciones. Aguanta la embestida verbal mudo, inflexible. Lo golpean con la magnitud de su saña pero cuidan de no estropearle el rostro porque se ha anunciado que se le hará un retrato para remitir al rey.

UNA PRESENCIA SÓRDIDA

El funesto licenciado don Sebastián de Maldonado comparte con el gobernador esa entusiasmada aversión por los indios. Posee el inagotable título de Abogado de los Reales Consejos, Oidor Honorario de la Audiencia de Santo Domingo y Teniente General y Auditor de Guerra de la Capitanía General de Yucatán.

Un óleo de la época nos suministra los pormenores de una consternadora personalidad. En su sórdida apariencia priva el aire intransigente del canalla. Una rizada peluca corona la siniestra cabeza. Los ojos (impúdicos) descubren una suprema impiedad; las enarcadas cejas, los pomposos mofletes, la insubstancial nariz, los belfos lascivos y la vana pretensión de una sonrisa que redunda en una muesca de asco o de desprecio, complementan suficientemente esa general actitud de malevolencia.

PROCURADOR DE HORRORES

Un arrumbado inciso de las Leyes de Indias ha otorgado al licenciado Maldonado el execrable nicho que ocupa en la historia de América: ese legendario fragmento de la legislación hispánica veda al gobernador, por no ser letrado, la instrucción de la causa del levantamiento de Quisteil. La responsabilidad del proceso pasa al auditor de guerra.

El licenciado Maldonado se gastó muchas noches y muchas tazas de café discurriendo, en diabólicas meditaciones, la forma más encarnizada de matar a Canek. Revisa sin reposo abominables manuales de castigos y torturas y los obscenos tomos de la legislación de la Edad Media, escudriñando minuciosas maneras de dañar, de lastimar, de herir (cuidando de no matar prontamente) a la víctima. Cuando piensa haber dado con la solución se comunica con el gobernador. Recluidos en una secreta habitación de las Casas Reales hablaron durante horas de cosas graves y solemnes. Convinieron, al final de su espacioso parlamento, que el horrendo escarmiento dispuesto para el brujo Canek y sus protervos hechiceros alzados, asombraría a América. Luego, vestidos con su extravagante elegancia sabática, dirigen sus pasos a la cárcel.

LA MEDITADA SENTENCIA

Dormita el preso sobre el imperturbable piso de su celda. Imperativos, unos alguaciles barbones lo despiertan a puntapiés. Columbra, solitario náufrago de su soñolencia, las burdas figuras del gobernador y su asesor. Por espacio de una hora, Crespo lee con una voz fatigosa colmada de intervalos, actas abrumadoras: en ellas precisa, hasta el detalle, los monstruosos delitos del acusado. Pronuncia, para terminar, masticando su odio en cada palabra, esta meditada sentencia: Jacinto Uc de los Santos Canek, alias el Serpiente Negra, alias el Lucero-Serpiente, alias el Nuevo Moctezuma, levantado contra Dios y contra el Rey (que Dios guarde), ha de ser roto vivo, atenaceado, quemado su cuerpo y esparcidas sus cenizas al aire. Se fija la ejecución para el lunes a las ocho de la mañana en la Plaza Mayor de Mérida.

Vanamente esperan del sentenciado algún inminente gesto de horror, cierto mínimo visaje de angustia, de estupor. Esa desdeñosa impasibilidad acaba por irritarlos. Abandonan precipitadamente la cárcel pública y cruzan el descampado de la Plaza Mayor. Se introducen en la Catedral para escuchar, con simulado fervor, la misa guadalupana del doce de diciembre.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

 

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