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90 años de Roger von Gunten

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Artes Plásticas

Roger von Gunten nació el 29 de marzo de 1933. Cumplió el miércoles pasado 90 años. Para celebrar este evento se realizó el pasado viernes, a manera de homenaje, la inauguración de la exposición Roger von Gunten: 90 años en la Galería de arte de la SHCP, en el antiguo Palacio del Arzobispado, en la ciudad de México. Las siguientes líneas corresponden a una versión ligeramente abreviada del discurso que pronuncié en esa ocasión.

Desde un punto de vista histórico, Roger von Gunten forma parte de la famosa generación de la “Ruptura”. Este concepto ha sido puesto en cuestión en los últimos años por artistas o personalidades pertenecientes o muy cercanos a ese “movimiento”, por así llamarlo, como Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Brian Nissen e inclusive Montserrat Pecanins. Todos ellos le han contrapuesto la noción, en apariencia muy distinta, de “apertura”. No obstante, este nuevo término, si bien puede aparecer menos confrontativo o radical, no resuelve realmente gran cosa en cuanto a la naturaleza del momento de la historia mexicana al que se refiere.  En efecto la idea de apertura implica que antes de ella existía un estado de “cerrazón” frente al cual resultaba imperativo escapar.

Ahora bien, uno se puede preguntar con respecto a qué es que los pintores de la ruptura deseaban liberarse. En realidad, en lo que concierne a von Gunten tal deseo de emancipación parece remontarse a limitaciones que ya existían en la forma de concebir el arte es su Europa natal. En la entrevista que le hiciera Jomí García Ascot en 1978, von Gunten emitió una interesante opinión acerca de la pintura del Renacimiento europeo que podría responder bastante bien a esa pregunta. Decía en aquel momento: “Lo que yo tengo en contra de la pintura renacentista, del arte renacentista, mejor dicho, es que era un arte que servía, un arte para alabar a los grandes señores, un arte vestido” (JGA; 73). De algún modo, ese es precisamente el reproche que en sendos artículos en defensa de Tamayo, Octavio Paz, y André Breton hicieran en 1950 al muralismo, al señalar que se había puesto al servicio no de los grandes señores como los Medici o los Sforza, pero sí de imperativos de orden político e ideológico, contrarios a la libertad creativa.

Como quiera que sea, es gracias a la lucha de los jóvenes pintores de la década de los cincuenta y sesenta por encontrar espacios donde expresarse, así como al sucesivo establecimiento de galerías como la Prisse, la Proteo y luego la Souza o la Juan Martín, últimas dos que acogieron a von Gunten, que se pudo dar esta apertura hacia una forma de hacer arte que obedeciera a los impulsos internos del artista antes que a cualquier estructura impuesta desde una autoridad externa.

Por supuesto, desde un punto de vista europeo, se podría reconocer en Von Gunten una voluntad de exotismo y primitivismo propia de pintores como Gauguin, el aduanero Rousseau o los expresionistas alemanes. Por ello es que resulta tan natural, a la vez tan paradójico, que desde la libertad que siempre fue la suya su pintura nos resulte tan afín como mexicanos. Sin duda nos reconocemos en las selvas tropicales, y en los mares cálidos de sus cuadros como si se tratara de una esencia propia que él hubiese podido plasmar mucho mejor que otros pintores con afanes nacionalistas.

Si bien es cierto que como mexicanos tendemos a vernos reflejados en sus paisajes, por una infinidad de motivos, entre los cuales está el amor a la fiesta, lo cierto es que sus referencias al paraíso recobrado son en realidad universales ya que hacen vibrar cuerdas muy profundas que son comunes a toda la humanidad.  Eso quiere decir que, si es que en verdad hay aquí primitivismo, este logra su cometido esencial, que no es el de copiar y apropiarse ídolos y paisajes exóticos con respecto a Europa, como a veces se argumenta, sino el de devolvernos a nuestra naturaleza original, tanto a nivel individual como colectivo, independientemente del sitio de donde provengamos.

Por lo demás, a pesar de haberse arraigado tan profundamente en México, es cierto que Von Gunten nunca dejó de zarpar hacia nuevos horizontes, una característica propia de su apertura al mundo, en búsqueda quizás, de una naturaleza cada vez más pura, sobre todo de su propia esencia como individuo. Reveladora de esta actitud es “Mar de Pericos”, un poema con el que escribió en una cabaña de bambú, en Indonesia, durante un viaje que realizó a aquella región asiática entre 1998 y 1999.

El que más me gusta de los mares que he visto, conocido y cruzado,

Es el mar de Pericos, que se llama así por sus colores

Y por la estirpe de sus navegantes. Yo soy uno de ellos.

El único quizás, y si no, debo ser el más huraño

Pues nunca toco tierra, sigo solitario circunnavegando

Estas islas de altos volcanes y playas en que olas parlanchinas

Dejan mensajes escritos sobre la arena.

Bastaría, creo yo, con meditar este poema para entender no sólo el espíritu del pintor, sino el de su obra misma.

Cada una de sus telas es, en efecto, un mar de colores que nos invita a naufragar, feliz y voluntariamente, en una isla de ensueños, bajo la protección del calor de una naturaleza tan indómita como materna; un paraíso, en otros términos, que es también el símbolo de nuestra esencia, primero perdida y luego recobrada.

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com

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