Letras
XVI
Era un viernes caluroso del mes de mayo, y el padre Rafael subía la empinada calle para llegar a tiempo y oficiar la misa de seis. Pero no contaba con que, algunos metros antes de llegar, el pequeño Gregorio lloraba disimuladamente y, con uno de sus pies, pateaba una y otra vez una piedrecilla.
Sin importarle la hora, hizo un alto y se sentó en la banqueta con aquel niño de siete años. Trató de inquirir poco a poco lo que le ocurría.
–¿Qué te ocurre, Goyo, te duele la panza?
El pequeño movió la cabeza negativamente.
El padre insistió.
–¿Te pegó tu mamá, o te molestó tu hermano?
Esta vez no hubo respuesta. El pequeño se llevó las manos al rostro, tratando de borrar las marcas que las lágrimas iban dejando.
–¿Hay algo que quieras contarme? –ya con un tono más amigable.
Por vez primera el niño intentó mirarlo, pero se detuvo. Fue entonces que el padre supo que algo malo estaba pasando.
–Si quieres, puedes contarme. Yo muchas veces le cuento a Dios cosas que me resultan muy difíciles de decir.
Al fin, pareció que el pequeño Goyo se animó a hablar.
–Es que… ellos me llevaron al parquecito por un perrito. Pero luego, me dijeron que la señora no estaba en su casa.
Y de pronto, el llanto le sobrevino incontenible, como la lluvia inminente que nadie puede detener.
–Y entonces, no estaba la señora del perrito… y, ¿qué pasó después?
–Ellos me dijeron, “Bájate el pantalón o te vamos a robar”. Yo me escondí, pero ellos…
–¿Ellos qué hicieron Goyito? Dime qué pasó después…
El pequeño hacía un gran esfuerzo por estructurar las ideas y las palabras.
–Me bajaron el pantalón y me hicieron cosas, cosas que me dolieron…
–Necesito saber quiénes son ellos. ¿Puedes decirme, como un secreto entre tú y yo?
–No quiero que ellos me peguen, dijeron que si decía algo me robarían para pegarme con su puño en mi cara.
El padre guardó la calma y trató de infundirle seguridad a Goyito.
–No te preocupes, yo soy grande, puedo hablar con ellos para que no te molesten. ¿Quieres que hable con ellos?
–Está bien.
–Bueno, entonces tienes que decirme quiénes son.
–Es Ernesto y Ramón.
–¿Los hijos de doña Camila? –preguntó casi afirmando.
El pequeño asintió con su cabeza, ya un poco más tranquilo.
El padre Rafael inició una investigación que pasó por una confrontación con la madre de los jóvenes. Acto seguido, hizo que le pidieran perdón a Goyito. Pero, ya para entonces, los padres del niño afectado pedían la intervención de las autoridades. El padre mismo acompañó a la familia a levantar el acta. Dos días después surtía efecto. Ambos jóvenes fueron enviados al reformatorio de Morelia, donde pasaron unas vacaciones de ocho meses.
El padre Rafael no guardó silencio, y dedicó el primer sermón de domingo, luego del acontecimiento lamentable, al pecado y la vida de disolución. Fue uno de los sermones más duros y ciertos que se escucharon en mucho tiempo. En ambas misas, la de la mañana y la de la tarde, fue lo mismo. “No permitan que el enemigo tome ventaja.” Sus palabras retumbaban entre los muros y escapaban hasta lugares inimaginables: “Sean santos, en medio de esta generación perversa.” Y remataba diciendo sin pelos en la lengua: “¡¡¡No sean como estos hijos de satanás, Ernesto y Ramón que, tomando ventaja de un niño inocente, lo han violado, amenazándolo con golpearlo si hablaba de sus fechorías!!!”
En los próximos meses, Goyo sería parte del ministerio de recolección de donativos para los pobres. El padre Rafael fue como un mentor para él y para muchos más, siempre con la palabra precisa y llena de sabiduría.
Muchos años después, el mismo Goyito hablaría del padre Rafael en su ceremonia de ordenación, titulando su discurso: “Hombres enviados por Dios”.
Jorge Pacheco Zavala
Continuará la próxima semana…