Letras
José Juan Cervera
Con los valores intrínsecos de su obra, los literatos de antaño procuran enseñanzas para discernir aciertos y debilidades en sus sistemas de escritura, junto con sus rasgos de estilo y sus recursos técnicos, conformando la base de su apreciación potencial; pero en su despliegue hacia el público se alza un tejido complejo que refleja las particularidades del circuito social en el cual transitan sus producciones. Los vínculos con sus pares, su actitud ante los poderes establecidos, y la acción de aliados y antagonistas complementan el cuadro en que se inscriben sus perfiles creativos.
El método compositivo de cada autor evoluciona del modo como madura la experiencia de los individuos en la sociedad, recibiendo el empuje de fuerzas que pueden acompañarlos en ciertos tramos de su vida, hasta el punto en que otras toman su lugar o se asocian con ellas en combinación feraz. De ahí la variedad de tonalidades que adopta pese a las figuras de fondo que dominan su desarrollo.
El renombre que Ricardo Mimenza Castillo (1888-1943) cosechó entre sus contemporáneos, enmarcado en una línea de probidad y discreción, se fue atenuando con el paso de las generaciones. En memoria suya, en 1978 se instaló una placa en el pequeño parque del fraccionamiento Las Arboledas, en Mérida. Hasta la década de los noventa se entregó, en honra de su recuerdo, un premio que distinguía la calidad de libros de escritores yucatecos. Entre los acercamientos críticos a su trayectoria figuran los de Carlos Moreno Medina, Humberto Lara y Lara, Leopoldo Peniche Vallado, Eduardo Tello Solís y Roldán Peniche Barrera.
Su fecundidad fue notable, con alrededor de treinta títulos publicados, entre poesía y ensayo histórico. Incursionó en la dramaturgia y escribió algunas letras para canciones durante un lapso en que la composición de ellas decayó tras la muerte de Cirilo Baqueiro Preve, entre 1911 y 1919, de acuerdo con lo que anota Ermilo Padrón López en un texto inédito.
Igual que otros poetas de su tiempo, pasó de la influencia romántica al modernismo, tal como señala su mentor Manuel Sales Cepeda en el prólogo que redactó para uno de sus libros. Apoyó los programas de reforma social que trajo consigo el movimiento revolucionario, por ello colaboró con los gobiernos del general Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto, ocupando modestos cargos en la administración pública.
La reflexión sobre las letras ocupó un sitio de privilegio en su labor de periodista, cuya huella puede encontrarse en varios medios impresos, entre ellos La Voz de la Revolución, Tierra (órgano del Partido Socialista del Sureste), El Popular y muchos más. Su presencia en la página editorial del Diario del Sureste fue constante, y en ella dedicó numerosos artículos a escritores vernáculos y foráneos, brindando valiosos testimonios de aquellos a los que conoció, además de reseñar obras que aparecieron en esos años, como las novelas Levadura y Los irredentos, de Carlos Duarte Moreno y Pedro Ildefonso Pérez Piña, respectivamente.
En 1936 rememoró el entusiasmo juvenil de la sociedad literaria “Lord Byron”, de la que formó parte. Ésta congregó, a partir de 1905, a muchos amantes del arte que luego siguieron caminos disímbolos, entre ellos José María Covián Zavala, Eugenio Palomo López, Narciso Souza Novelo, Manuel Amábilis Domínguez, Jaime Tió Pérez, Cayetano de las Cuevas, Pablo García Ortiz y Rafael Mediz Bolio. Juzgó conveniente preguntar quién guardaba el archivo de esa asociación, por considerar que con tales documentos hubiera sido posible imprimir un folleto para dar cuenta de sus trabajos, como registro fehaciente de aquella época. Los propios escritos periodísticos de Mimenza Castillo constituyen una rica fuente de información que permite captar el ambiente intelectual en que se desenvolvió.
Junto con sus colegas del mismo periódico, brinda un mosaico que permitiría ampliar el conocimiento de esa fase de la cultura yucateca, incluso con el registro de detalles de la vida cotidiana; como ejemplo, basta citar a Serapio Baqueiro Barrera cuando relata una anécdota que protagonizó con su amigo Rich Mimenza, como lo nombraban sus allegados. Refiere una boda a la que ambos asistieron: al brindar por la felicidad de los contrayentes, se les escuchó decir “una serie de disparates líricos” que pronto pasaron a segundo plano. “Pero he aquí que de pronto los ruiseñores que se encontraban ocultos en la espesura perfumada de las frondas de los árboles prorrumpieron en una melodía infinita, en un delirante himno epitalámico que nos hizo enmudecer, sintiéndonos en un éxtasis paradisial pues dijeron con el poder de su musical elocuencia lo que los poetas apenas alcanzaron a balbucir.”
Cuando el mérito de los creadores obtiene el reconocimiento de sensibilidades afines, éstas expresan la conciencia estética que se percibe como acto de revelación comunitaria, superior a cualquier fuente de expectativas individuales.