Paul Klee – Juan García Ponce
Juan García Ponce se mantuvo alejado a lo largo de su vida de la educación religiosa que había recibido en su infancia. Una de las manifestaciones más claras de este rechazo es, por supuesto, la importancia que en su obra adquirió el erotismo, no sólo en tanto experiencia personal sino como una forma de subvertir los valores imperantes que sostenían las estructuras del universo conservador de la sociedad de su época.
Sin embargo, a pesar de la poca afinidad que el escritor yucateco sintió por toda religión organizada, lo cierto es que su obra está atravesada por el espíritu de lo sagrado, si bien este sentimiento se ha desplazado de la figura patriarcal, que para muchos sigue siendo la única manifestación posible de lo divino, hacia el de la mujer deseada.
En efecto, la realización de lo absoluto pasa, para García Ponce, por la contemplación de lo femenino a cuya esencia se accede a través de la destrucción de los límites que el pudor opone a la realización del deseo erótico. Ciertamente, para él “en el erotismo se realiza una unión con el otro y con la vida que nos saca del tiempo y de la discontinuidad que se cierra al ser” (“El arte y lo sagrado”, en La aparición de lo invisible).
Si por estas mismas razones la afinidad de Juan García Ponce con un pintor como Balthus resulta evidente, lo es menos, a priori, su lazo con la pintura de Paul Klee. Sin embargo, García Ponce tenía colgada una foto del pintor frente a la cama en que la enfermedad lo mantuvo postrado durante años. Que esta foto se encontrara en medio de los muchos retratos de los escritores que más admiraba es, sin duda, significativo porque revela que la fascinación que sentía por el pintor alemán no se vinculaba únicamente con su obra pictórica sino también con sus escritos teóricos.
En ese sentido, no es casualidad que La apariencia de lo invisible -título de su conocida recopilación de ensayos críticos sobre pintura- haga tan claramente referencia a la famosa frase de Klee: “El arte no reproduce lo visible; hace visible” (Confesión creativa). Es también notable que en esta misma recopilación de ensayos críticos haya no sólo uno, sino dos ensayos sobre Klee, al que García Ponce define “como uno de los más grandes artistas de nuestra época – el más grande, me atrevería a decir”. Esta admiración por Klee se hace patente cuando nos dice, hablando de los dibujos del pintor: “como en el mar, el fuego y muy pocas cosas, los dibujos de Paul Klee pueden contemplarse infinitamente.”
Uno se puede preguntar qué es aquello que el “arte hace visible” y es tan digno de “contemplarse infinitamente”. En lo que concierne a Klee, la respuesta de García Ponce es clara: “Para seguir el sentido auténtico de esa obra, no podemos olvidar que Klee, descendiente de la gran tradición romántica alemana y opuesto en más de un aspecto a la mayor parte de los pintores de la Escuela de París, buscó siempre no sólo el encuentro de una nueva y necesaria representación formal, sino a través de ella mostrar la razón de ser interior de las cosas.” (“Paul Klee: el estado de la creación” en La aparición de lo invisible).
Para García Ponce lo que las obras de Klee hacen visible es, pues, aquella “razón de ser interior de las cosas”. Pero, en realidad, para el escritor esta característica se extiende a toda obra de arte que sea digna de ese nombre. Es por esta razón que, en “El arte y lo sagrado” insiste en el carácter abierto de la obra de arte “determinado por su capacidad para suscitar la aparición del ser, de lo sagrado, de lo que consagra y fundamenta la realidad, que está fuera de la historia y hace posible la actualidad siempre viva de las obras.”
Así, para García Ponce la gran pintura, entre la cual por supuesto se encuentra la de Klee, se puede considerar, junto al erotismo, como uno de los pocos caminos susceptibles de sacarnos “del tiempo y de la discontinuidad que se cierra al ser”, para restaurarnos a la plenitud del absoluto. No cabe duda, por ende que, si bien abandonó muy pronto toda forma de práctica religiosa, la creación artística se convirtió para él en una de las formas más contundentes de lo sagrado. Es probablemente en ese sentido que haya que entender igualmente que, para algunos artistas, el arte pueda convertirse en una forma de religión.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU