Letras
XIII
“¿Recuerdas cuando de niño jugabas a ser adulto, y pretendías llegar a casa con una canasta llena de provisiones para que no me faltara nada? Y decías entre risas: ya llegó el hombre de la casa. Nunca supe dónde habías escuchado esa expresión.”
–La escuché una noche en casa de un amigo. Su padre recién llegaba del trabajo y al entrar dijo: “Llegó papá, llegó el hombre de la casa.” Sus tres hijos corrían a abrazarlo, era una escena que yo imaginaba siempre. Pero dentro de esta imagen creada, lo más sorprendente y agradable, era ver tu sonrisa. Era un gesto de seguridad, de saber que uno pertenece y es amado, no solo de sentir algo sino además saber que algo es real, y para ti ver a tu hombre era algo real que te llenaba de orgullo.
El diálogo tenía lugar en plena oscuridad, pero de vez en vez un destello inexplicable saltaba en medio de la nada.
–Sabes, mamá, nunca he tenido claro el rostro de mi padre, la única fotografía que tengo de él es tan vieja que ya no se definen sus facciones.
“Era como tú, alto y hermoso. De mirada penetrante y andar firme. Nunca titubeó ante las decisiones que debió tomar, y no es necesario que te recuerde que las decisiones que debió tomar fueron de vida o muerte. Los pocos años que te pudo amar lo hizo con tal intensidad, que parecía saber con anticipación que no te vería después. Estoy segura que te amó de esa forma, para dejar en tu corazón una marca imborrable.”
–¿Qué me pasó?
“Cosas de la vida, mi amor”.
–Lo que más me duele es no poderte recordar. Me duele no ver tus ojos, aunque sea en el recuerdo. Me siento como probablemente sintió mi padre aquel día de su muerte, bajo el peso de toneladas de tierra sobre su humanidad y sobre su recuerdo. Esa tierra me pesa hoy, como pesa el destino incierto sobre el hombre que sabe que morirá. Pero eso, no lo puedo remediar. Ya mi mente no me sirve.
“Pero aquí estoy. Para eso vengo cada noche, para que tu corazón nunca me olvide, a pesar de que tu mente viva en otra realidad”.
–¿Cómo viviré con esta incapacidad permanente de no saber quién soy?
“En tu corazón sabes quién eres, en tu espíritu sabes quién eres. Dios no se ha olvidado de ti. Yo no me he olvidado de ti. Y creo que aquí donde has vivido y donde has servido nadie te olvidará, nadie podrá borrar de su recuerdo tu rostro sonriente, tus manos serviciales y tu corazón que ha sabido amar y abrazar a pesar de la adversidad y el dolor.”
–Quisiera que esto fuera real. Que mañana todo esto permaneciera conmigo. Que al abrir los ojos viera de nuevo tu rostro, tu hermoso rostro, mamá…
Las noches de visitación eran las mejores. El padre Rafael dormía hasta tarde a la mañana siguiente, era como si un fuerte cansancio se apoderara de él; y, sin embargo, al abrir los ojos nada quedaba en su memoria, solo una sensación de plenitud en su espíritu…
Jorge Pacheco Zavala
Continuará la próxima semana…