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El Diario de Olivia (II)

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Letras

XX

Conocí a dos muchachas que son muy simpáticas, aunque un poco tímidas. Ya por lo menos no me siento tan solita. Las clases empiezan bien, lo único malo es que rezamos mucho.

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Por las tardes me pongo a leer bajo la sombra del árbol de tamarindo que está en el patio, aunque muchas veces termino llorando porque me acuerdo de Julieta.

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Ayer estuvo a punto de descubrirme la señorita Froylana, la maestra de música, cuando escribía en mi diario a la sombra del tamarindo. Dice que es bueno tener un diario, pero que no es bueno guardar tantos secretos para alguien de mi edad. Yo le pregunté si ella tenía secretos y se rio, tal vez fui muy atrevida. Me simpatiza la maestra.

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Me siento mejor con las clases y poco a poco estoy haciendo otras amigas, aunque no es fácil, pues la mayoría ya se conocen desde la primaria y es difícil entrar a su grupo. Hay pocas chicas de mi edad en primer año, la mayoría ya están terminando, porque no cursaron la secundaria.

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La señorita Froylana ha platicado mucho conmigo, dice que quiere ser mi amiga. Ella también vive en el colegio y sólo se va los fines de semana. No duerme en el dormitorio de las monjas, tiene un cuarto independiente porque ella no es monja, sólo es maestra.

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Mis padres vinieron a verme este fin de semana porque no he querido regresar al pueblo. Les pregunté por Julieta y me contaron que ya se casó, dicen que está embarazada. Yo apenas pude contenerme frente a mis padres, me dió mucho sentimiento escuchar eso. Mi Julieta va a ser mamá, ¡ya no hay nada que esperar! ¡Nada!

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Estaba tan contrariada por la noticia de Julieta que me volví más despistada que de costumbre, hasta dejé mi diario bajo el árbol de tamarindo. Cuando me dí cuenta, me dio pánico pensar que las madres pudieran leerlo y después contarles a mis papás. Regrese al lugar, pero ya no estaba, no sabía ni siquiera dónde buscar. Afortunadamente, la señorita Froylana me lo llevó y me aseguró que nadie lo había leído. Estoy en deuda con ella, no quiero pensar qué hubiera pasado. Ni Dios quiera que se enteren. Seré más cuidadosa.

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El tiempo pasa rápido, tiene meses que no he regresado al pueblo y no pienso hacerlo hasta diciembre. Aquí pienso pasar mi cumpleaños. Mis papás prometieron venir ese día y llevarme a comer a un restaurante. Aún recuerdo a Julieta pero cada vez me duele menos.

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La señorita Froylana fue la primera en darme mi abrazo de cumpleaños y me dijo que para ser Escorpión era bastante tranquila, lo que me hizo reír, sobre todo cuando sé que ella también nació en noviembre. Ha sido bastante buena conmigo, me acompaña algunas tardes, hasta me prometió enseñarme a tocar el piano Me regaló una cadena de oro con dos pequeños delfines y se lo agradecí con un beso. Mis padres y mis hermanos vinieron por mí para ir a comer, nos divertimos mucho. No pregunté por ella, me aguanté.

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Salí a la calle con la señorita Froylana, la Madre Superiora me dió permiso para acompañarla a comprar las telas para los trajes que se usarán en la pastorela. Fue una tarde maravillosa, ella fuera del colegio es muy divertida y hasta bastante atrevida. Cuando sonríe se ve tan hermosa. No le he preguntado su edad, pero seguro que no tiene más de treinta. Es una bonita mujer y me gusta estar con ella.

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Nuevamente me fui con la maestra de música, esta vez por hilos, aunque en realidad nos tardamos más porque insistió en invitarme un helado. Es muy amable conmigo y la quiero mucho. Estuvimos platicando y me contó que no le interesa casarse, como yo, qué coincidencia. Dice que ha tenido relaciones, pero nada serias. Me encanta estar con ella, es tan interesante y sabe muchas cosas.

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He estado ayudando a la maestra a bordar los trajes, así pasamos toda la tarde. He tenido tantas cosas que hacer que ni siquiera he vuelto a leer bajo el árbol de tamarindo, casi todo el tiempo libre lo paso con ella. Estoy aprendiendo a bordar. La señorita Froylana tejió en un pañuelo mi nombre. El tiempo con ella pasa rápidamente, es muy dulce y hace que olvide mis viejos dolores. Mañana vamos a salir nuevamente por los adornos. Pronto va a ser la pastorela y temo que no salgamos más. Ojalá que pueda seguir a su lado.

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Hoy pasó algo que me tiene desconcertada. Salimos de compras por las cosas que nos faltaban. A pesar de que las tiendas estaban llenas de gente, pudimos hacer las compras de los adornos rápidamente, y eso nos dió tiempo para curiosear en el centro. La señorita Froylana se quería comprar unos vestidos y me pidió que la acompañara. Fuimos a una tienda enorme donde había ropa muy bonita. La maestra escogió cuatro vestidos, todos con colores vivos y con escote. Pasó al vestidor y me pidió que entrara para detenerle las cosas. Yo tenía miedo de delatarme con el rubor de mis mejillas y preferí no entrar, pero ella insistió y tuve que hacerlo. Cuando se deshizo de ese vestido azul marino y su blusa blanca, pude ver su cuerpo joven y esbelto, y con su cabello ligeramente alborotado parecía alguien totalmente distinta. Se veía muy hermosa. Aunque traté de bajar la mirada, me descubrió viéndola y mis mejillas ardieron de vergüenza, mientras ella se limitó a sonreír. Le ayude a subir el cierre del primer vestido y después tomó mi mano y la pasó sobre sus senos para que sintiera que bonito se sentía la tela. Mi mano fue obediente a recorrer su pecho, mientras yo sentía que colapsaba de tanta emoción. Se quitó el vestido y se puso el siguiente, un vestido rojo que le ceñía la cintura, entonces me pidió que le ayudara a ponérselo y se dejó vestir como una muñequita. Yo pude rozar con mis manos su cuerpo pidiéndole perdón a cada momento, hasta que me dijo que no me preocupara, que no había problema. Seguí y después fue uno más y entonces me tuve que agachar para medirle la falda, estaba tan emocionada que me sentía torpe. En el cuarto vestido me sorprendió porque lo había escogido para mí, entonces fue ella quien me ayudó a quitarme mi uniforme de colegiala y me quedé con mi ropa interior y mi fondo. Traté de cubrir mis senos porque mis pezones no me obedecían y estaban totalmente erguidos, haciendo que se transparentaran en el sostén; al verlos, la maestra los rozó con su dedo índice mientras decía que estaban hermosos. Yo no dije nada, sólo sonreí. Me puso el vestido y sobre él acarició mi cuerpo. Cuando me lo quitó quedó tan cerca de mí, que mis pezones rozaban su pecho, y me abrazó fuertemente para luego soltarme y decirme que ya se nos hacía tarde.

De regreso de la tienda la maestra no dijo gran cosa. Sólo antes de llegar me pregunto si lo escribiría en mi diario y le mentí diciéndole que no, a lo que ella me respondió que había secretos que sólo se compartían entre dos. No tuvo más que decir, inmediatamente supe que lo que nos unía era algo muy grande, algo que nos haría únicas y tan ligadas una a la otra.

Lo único que no sé es cómo supo lo mío, que yo soy así. ¿Habrá leído mi diario? ¿Qué pasará?

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Decidí que sería mejor no volver a bordar con la señorita Froylana, pensaba que me estaba haciendo ideas de lo que pasó, así que no la acompañé la tarde siguiente del día que salimos. Le envié una disculpa con María Fernanda, una compañera de primaria, y no recibí más respuesta que un está bien. Pasé la tarde pensando en lo que había pasado entre ella y yo. Es cierto que he escuchado que se dicen cosas de las madres y la maestra Froylana, pero pensé que sólo eran habladurías. Yo siempre creí que por ser así Dios me iba a castigar un día, pero no creo que sea tan malo si ellas también lo hacen. ¿Qué hacer, Dios mío?

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Hoy en la clase la maestra ni siquiera me volteó a ver y al salir estaba tan ocupada con unas compañeras que no me dirigió la palabra. No sé qué estoy esperando. A lo mejor se molestó porque no fuí a la costura, o tal vez fue algo que hice sin querer, no sé. Si esta tarde no me busca, mañana trataré de hablar con ella. Pero, para qué. No sé.

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No me buscó ayer por la tarde. Esta mañana, en el recreo, fui a preguntarle si quería que le ayudara por la tarde. Me contestó que era mi decisión y se retiró. Parecía un poco molesta, estaba muy seria conmigo. ¿Qué pasará?

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Llegué temprano al salón donde costuramos para sorprender a la maestra, pero ella ya estaba ahí y no estaba sola, una compañera de segundo año la estaba ayudando. Se llama Lilia y es un año menor que yo. Ya la había visto pero nunca junto a la maestra. Cuando me vio, me dio trabajo y entonces sonrió nuevamente conmigo, aunque no hubo más sonrisas porque su atención se la dio a Lilia, a quien estaba enseñando cómo hacer las puntadas básicas. No me gustó que ella estuviera ahí: ese trabajo sólo es de la maestra y mío. Al terminar, quise hablar con ella, pero no dejó que lo hiciera; sólo me dijo que me acordara del diario. No sé cómo interpretar eso, aunque tal vez se refiera a que debemos guardar ciertas cosas en secreto. Creo que así lo haré si quiero seguirla viendo.

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Pasamos el resto de la semana en la costura y Lilia sigue con nosotras. No sé qué hacer para que se vaya. Ayer la maestra nos invitó a las dos a ir a comprar unas cosas que le faltaban. Fue una salida rápida, sin escapadas a comprar helados ni nada. No sé para qué fue esa entrometida.

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Me atreví a decirle a la maestra que la próxima vez que quisiera salir que sólo me llevara a mí, porque parecía que Lilia se aburría cuando iba de compras, además de que no la necesitábamos. La maestra me escuchó sin la menor sorpresa y no dijo nada. Ya casi acabamos los disfraces, los adornos y la escenografía para la pastorela. Creo que ya no habrá más salidas.

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Sólo nos falta una cosa, dijo la maestra cuando interrumpió el bordado y fue a pedirle permiso a la Madre Superiora para salir al centro, esta vez, llevándome como única acompañante. Dejamos a Lilia armando los trajes de los pastores y nos fuimos de compras. Contrario a la ruta que siempre seguimos, la maestra se fué en otra dirección, porque lo que buscábamos estaba más lejos. Efectivamente, nos costó veinte minutos llegar a una casa azul con puertas de madera color turquesa. Abrió la puerta con una llave que llevaba y entramos. Era una casa espaciosa, con corredores y con un jardín interior con mucha sombra. Vengo por los sombreros, me dijo, y entró a buscarlos a uno de los cuartos para salir inmediatamente con seis pequeños sombreros en una bolsa de plástico.

Pensé que era todo y que nos íbamos enseguida, aunque en realidad no tenía mucha prisa por partir porque me di cuenta de que esa era su casa, su espacio, y quería conocerlo. Entró nuevamente a otro cuarto y salió con unas copas con anís. Bebimos y me contó que esa era la casa de sus padres y que ahora, desde que murieron, era la casa de ella y su hermana Gertrudis, quien si era monja, pero pertenecía a otra orden y estaba en otra ciudad Yo bebí casi de un trago el anís y me sirvió otro. Estaba encantada de estar ahí con ella.

Después de que se terminó su segundo trago, la maestra me pidió que fuera a ayudarla en una de las habitaciones. Entré y apenas había una luz tenue, proveniente de unas lámparas en las mesitas de noche. Me detuve frente a un gran ropero que tenía en la puerta de en medio un espejo. Mi reflejo estaba envuelto en una luz dorada y gracias a ello vi cómo la señorita Froylana se puso de espaldas a mí y me puso las manos en los hombros. Veía su cara que me sonreía y después su boca que me hacía cosquillas en el cuello. Quise voltear, pero me apresó con sus brazos y me dejé llevar por sus besos.

Nunca había tenido esa sensación placentera y excitante. Mucho menos, nunca una mujer me había acariciado así. Con ella he descubierto el placer. Fue tan rico, tan emocionante. Tenía miedo y al mismo tiempo vergüenza y ganas de que continuara, que no se detuviera. Y pude tocar por fin su piel, su pelo, todo su cuerpo, y quería tenerlo así apretado a mí para que no se me escapara. Seguía siendo mi maestra, pero ahora en el amor y el deseo. Nos quedamos desnudas en su cama durante tanto tiempo que oscureció y tuvimos que regresar aprisa porque la Madre Superiora ya estaría inquieta por nosotras. En el camino fue bastante dulce, amorosa, pero cuando bajamos del auto volvió a su carácter de siempre. Yo me fui a la cama sin cenar y ella tuvo que ir a dar explicaciones a la Madre. Esto que pasó parece un sueño, un dulce sueño. Ojalá que no sea así, porque yo quiero estar con ella, sólo con ella por siempre.

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Patricia Gorostieta

Continuará la próxima semana…

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