Apuntes desde mi Casa
XVIII
Golpeaban a la puerta en vez de pulsar el timbre, asomé por la ventana y una voluminosa sorpresa se presentó: Juan Carlos Guajardo hacía señales de animosidad, como conductor de televisión saludando sonriente al público.
Había pasado buen tiempo desde que no visitaba la casa, mucho, diría yo. Hubo períodos en que era frecuente verlo, hace dos décadas aproximadamente, cuando ofrecía a domicilio los ricos pays que confecciona Gloria Pastrana. Paulatinamente, el joven de anatomía robusta con forma romboidal y gesto agradable, comenzó a pasar también por un vaso de agua para continuar su recorrido por la colonia, en tanto agotaba la venta.
Su facilidad de improvisación para situaciones jocosas me divertía, aunque no tenía idea de quién se trataba aquel muchacho de facciones chiquitas, barba cerrada, ingenuo y bien intencionado, hasta que nuestros hijos comentaron que era El Banano, alguien muy apegado a la familia Pastrana, y ayudante del grupo musical Instrumentaciones.
Estoy segura de que Banano en cambio, nunca se esforzó en saber mi nombre, porque le ha bastado cargar de cariño un inexplicable Milady para dirigirse a mí, al que respondo con afecto, acostumbrada a que me llamen según los sentimientos que provoco. (Es probable que él me considere personaje de novela inglesa o algo parecido).
Por su cercanía con nuestro amigo Pepe Iznaola, vocalista de Instrumentaciones, Banano (aunque se llame Juan Carlos) comenzó a venir más seguido, ya no a ofrecer pasteles sino a jugar Maratón, entretenimiento de cultura general en el que siempre iba a la avanzada ante el azoro de los demás. Cuando se reunía en casa el repertorio juvenil de mi Grupo de Teatro Las Veces de Voces, cada quien pasaba al escenario de la biblioteca para expresar sus habilidades. Banano posee amplios conocimientos sobre mitología griega, así que era sometido a preguntas difíciles, contestadas por él con facilidad, y que me causaba orgullo escuchar.
Entusiasmado, solicitó oportunidad de actuar en alguno de mis performances y la primera se dio en el edificio a medio construir, abandonado entonces, de la esquina Obregón con Maclovio Herrera. Se trataba de cuestiones urbanas manifestadas en danza, teatro, música, artes plásticas y poesía en atril; ahí participó como actor de fondo mientras se interpretaba «Un albañil un día«, del poeta nacional hondureño Roberto Sosa. Su naturalidad para estar sentado comiendo frituras mientras leía un periódico, o abanicaba el sudor con un paliacate, fue alentadora. Así que en el siguiente espectáculo, Rostros del cine nacional, encarnó a un cantinero gallego del Salón México que resultó perfecto, y creo que su última intervención (como policía desalmado) fue cuando, en apoyo a Amnistía Internacional, los grupos Caballete Rojo y Cariátides* presentamos Los Derechos andan chuecos, donde recreamos los años de cárcel del poeta cubano Armando Valladares.
Conforme pasaba el tiempo, sus contemporáneos fueron terminando sus carreras, se fueron casando, pero él continuó como hijo honorario de los Pastrana, ayudándolos con su conocido afán de servicio, así como al conjunto musical, aunque de repente se asomaba a proponer un boleto para la rifa de algo, suscripciones para alguna edición o servicios de taller mecánico.
Sus recorridos a pie por las calles principales de Nuevo Laredo permitían percibirlo, a distancia y con el movimiento de un automóvil, como si el gallo Claudio de la Cartoon Networks se desplazara con pesado ritmo y onomatopeya que lo caracteriza: tu-dá, tu-dá, tu-dá…
Dejamos de verlo por la Obregón, por la Guerrero, por la Jardín. Por eso, cuando se presentó la otra tarde en casa, nos dio tremenda alegría a mi esposo y a mí volver a verlo. Hasta entonces nos percatamos de que los años habían transcurrido en cantidad porque, aunque el mismo en lo demás, nos enterneció notar las canas que han comenzado a rodear su frente.
Hizo recuento de su vida, lo escuchamos y rato después de promover entre nosotros una nueva marca de pizzas, se levantó y dijo: “Caballero, señora mía, me ha dado placer enorme saludarlos.” Hizo una caravana y salió.
Por la misma ventana asomé a verlo partir: entonó la melodía de un comercial de televisión, comenzó a mover la cabeza acompasadamente y se fue marcando el paso, igualito que el gallo Claudio, todavía.
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*Cariátides, revista de arte y literatura confeccionada de manera artesanal, cuya publicación trimestral ininterrumpida llenó un espacio en el quehacer cultural en Nuevo Laredo durante diez años. Su directora y editora fue Paloma Bello.
Paloma Bello
Continuará la próxima semana…