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Profe Temo

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Apuntes desde mi casa

XII

Probablemente alguna vez se ha tropezado contra él en la estrechez de las maltratadas banquetas del centro de nuestra ciudad. Quizá, frente al tropezón, usted ni siquiera le ha ofrecido una disculpa y ha continuado su camino sin reparar en que se trata de uno de los grandes valores artísticos de Nuevo Laredo. A lo mejor usted se ha figurado que por su pequeña estatura y aspecto de profesor distraído no es posible que un talento de proporción doble pueda albergarse en Cuauhtémoc Ibarra Paul; lo que pasa es que él camina con la música por dentro: dentro de la cabeza, pero más del corazón.

Lo conocí hace unos dieciocho años, cuando él administraba el Teatro del Seguro Social y yo iba a solicitarlo en renta para las presentaciones de mi grupo Las Veces de Voces; la primera ocasión, para Sin tierra prometida, un homenaje al poeta León Felipe. Este performance sostenía parte de su atractivo en la iluminación a base de velas y veladoras, pero el siguiente, Muerte sin fin, requería luces de colores que de algún modo significara a la generación de Los Contemporáneos, cuyos textos se ocuparon para la elaboración del libreto.

Antes que administrador, don Cuauhtémoc se manifestaba artista, comprendía las limitaciones económicas de un grupo independiente de mecenazgos, y hacía todo lo posible por colaborar. Recuerdo que en aquella ocasión comentó: “Aunque usted no lo crea, el teatro no tiene ningún reflector”. «Ay, profe, pues no sea malito, haga el favor de conseguirlos para el día del estreno.» “Pero maestra, usted no sólo pide rebajas en la tarifa sino quiere spots lights nuevos, de verdad no puedo surtirlos para esa fecha, pero tal vez si usted los proporcionara, sería una cortesía el uso del teatro.” Así que me arranqué a la casa, tomé todos los reflectores ubicados en el jardín, los forré con celofanes rosa mexicano, azul añil, morado obispo, verde agua, y lograron estupendos efectos.

Esas posturas de generosa asistencia resultan nada extrañas en Temo, como cariñosamente lo llama la comunidad artística. Entre sus facetas, una noche lo podemos ver vestido de frac, batuta en mano, estremecido como si rasgara velos de fascinación cuando sus músicos de la Orquesta Sinfónica del DIF interpretan a Vivaldi, Strauss o bien a Silvestre Revueltas o a Pablo Moncayo.

De tarde en tarde lo hemos encontrado dando ambientación en algún evento cultural con un quinteto de alientos, otras veces con un ensamble de cuerdas, comedidamente situados en un rinconcito que no estorbe el paso de la gente aunque la música llene, vista, cubra, inunde todo el lugar.

Su versatilidad también puede hacerlo improvisar un trío al más depurado estilo de Los Panchos. Se me hace que Temo goza verdaderamente todo el repertorio de bolero cubano, trova yucateca, porque mirando su expresión en esos momentos, no se sabe si está riendo con la boca ampliamente abierta o cantando con sentimiento puro.

Decidí dedicarle esta columna durante el festejo del Día del Niño en el Mitote del Centro Histórico. Pasaba de las doce horas y hacía un calor espantoso. Su orquesta había estado aguardando el turno de participación bajo la sombra de un árbol y, cuando llegó el momento, tuvieron que ajustar el área de la tarima levantada como escenario para que cupieran los músicos. Junto con ellos, rápidamente instaló atriles, partituras y dió comienzo a un concierto dedicado a Francisco Gabilondo Soler. Tuvo, además, la feliz ocurrencia de invitar a una pareja de la tercera edad, ataviada en traje de bodas, con todo y sacristán, para escenificar una de las canciones más bellas de Cri–Cri, “Los palomos”.

Contemplé con admiración los esfuerzos de los integrantes de la orquesta, apretujados, sofocados, ejecutando sus instrumentos como si aconteciera una noche otoñal. Y es que el mejor ejemplo de profesionalismo lo impartía Cuauhtémoc Ibarra Paul, ahí, paradito enfrente de ellos, empapada de transpiración su guayabera blanca. Cada vez que marcaba “los palomos se casaron y se van de la ciudad, cucurrutucu–cu–cú, cucurrutucu–cu–cú”, él zapateaba con la pierna derecha, meneaba la cintura, se le resbalaban los lentes, los cachetes casi le reventaban por el impacto del sol, pero él dirigía, gozaba, sonreía…

En el profe Temo el amor al trabajo, la humildad, la sencillez, son parte de su naturaleza. Por eso puede ser que un día lo encuentre en la calle y usted ni siquiera le dé un saludo. Pero no se preocupe, el maestro Ibarra no toma en cuenta esas cosas, porque lleva la música por dentro y para él no existe nada más.

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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