Pinocho
Adán Echeverría
Más de un año esperé el estreno de la película musical animada mexicana en stop-motion de nombre Pinocho, dirigida en conjunto por Guillermo del Toro y Mark Gustafson, con guion de Gris Grimly, Guillermo del Toro, Patrick McHale y Matthew Robbins, para enfrentarme a una secuencia de historias repetitivas.
Guillermo del Toro y sus compañeros deciden mantener el tema ad nauseam que el director plantea en todas sus historias: la guerra. Al parecer, para el director mexicano no existe mayor dolor humano que el que sucede por las guerras.
Para hacer sus historias más lacrimógenas (o al menos es a lo que apela) tiene que haber guerra y niños que sufren en ellas (El espinazo del diablo, de 2001; El laberinto del fauno, de 2006); ¿no quieres niños y niñas para moquear? Entonces del Toro presenta a una mujer muda y a un anciano homosexual (La forma del agua, 2017), pero guerra, tiene que haber.
No podía faltar la guerra en su versión de Pinocho.
Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, se publicó en 1883. 139 años después, del Toro lanza su homenaje al muñeco de madera, que representa la infancia pura, lejana a la moral que los adultos y la sociedad intentan imponer en los menores.
Para quienes siguen fascinados, este trabajo de Guillermo podrá parecerles entretenido. Nombrarla “una obra de arte” es ya un exceso.
Tal como La forma del agua – llevada a la exageración al recibir el Óscar a la mejor película- ahora Pinocho, apelando a la repetición de la fórmula, se posiciona a pocos días de su estreno como la película más vista.
Hablemos de las repeticiones que presenta la obra en cuestión…
Empecemos por la Guerra y los Niños. El bombardeo que los niños de El espinazo del diablo observan se recrea cuando Gepetto observa caer las bombas sobre la iglesia donde su hijo Carlo muere. ¡Vaya! ¡Que fluyan los mocos! El niño muere dentro del templo católico. ¿Dónde más? Más adelante, Pinocho se comparará con el Cristo crucificado (esto me encantó).
Luego la película me recordó El cadáver de la novia (Warner Bros, 2005): tal como vemos el universo de la muerte al que Víctor Van Dort entra y sale con Emily (la novia), vemos igual a Pinocho entrar y salir de la muerte. Además, es de risa que justo ahora se esté estrenando la película El Gato con Botas: el último deseo (DreamWorks, 2022), en el que vemos al Gato ir y venir de la muerte, a sabiendas que llegará un momento en que solamente le quede una vida.
Lo mismo ocurre con este Pinocho: “Cada vez que mueras, será más tardado volver a la vida” le dice a Pinocho un personaje fantástico, al parecer sacado del universo de Michael Ende en La historia interminable.
El recurso que usan del Toro y sus colaboradores para salir del “gran pez” es que Pinocho mienta, para que al crecer su nariz puedan alcanzar el “espiráculo”. Mire que escribí «gran pez», porque a del Toro y su equipo de creativos se les ocurrió que no fuera una ballena. ¿Entonces por qué tiene un espiráculo si es un pez gigante, no un mamífero marino? El recurso que utilizan es que Pinocho mienta: “Miente, Pinocho, miente”.
¿Dónde he visto eso? Ah, sí, cómo olvidarlo: en aquella secuencia de Shrek 2 en que la galleta de jengibre y Pinocho se lanzan por la torre a rescatar a Shrek. Pinocho termina enredado en los hilos, por lo que necesitan que mienta:
— Rápido, di alguna mentira.
— ¿Qué puedo decir?
— Di alguna burrada como: traigo ropa interior de mujer.
— Emmmm, traigo ropa interior de mujer (la nariz no le crece)
— ¿La traes?
— Por supuesto que no… (dice Pinocho y le crece la nariz)
Supongo que, como a medio planeta, esta escena le encantó a del Toro porque la copia, haciendo que su Pinocho mienta para poder salir de la “ballena-pez gigante”.
En ese viajar hacia el mundo de los muertos, Guillermo del Toro nos hace recordar las visitas de Ofelia al Fauno (en su El laberinto del fauno) en una secuencia casi idéntica. ¿Para qué ser creativos, para qué te esfuerzas, si ya ganaste el Óscar?
No bastando lo anterior, Del Toro forzó la historia para burlarse de la figura de Mussolini, en un burdo intento de agenciarse la risa de los gringos y sus aliados; ya me imagino a Biden y su familia riendo por la ocurrencia.
Lo que jamás le perdonaré a Guillermo del Toro es hacer que Pinocho cargue un arma (rifle, fusil, lo que sea) y lo haga correr en un campo de entrenamiento militar fascista, al puro estilo de cualquiera de las mil películas gringas que muestran a los soldados realizando sus maniobras en un campo de entrenamiento. ¡Qué asco!
Que a pesar de este cúmulo de repeticiones se atrevan a señalar que Pinocho de Guillermo del Toro es una obra maestra, su mejor trabajo desde El laberinto del fauno (para mí su único trabajo que valdrá siempre la pena volver a mirar), me hace entender por qué los conciertos de Bad Bunny en la Ciudad de México se sobrevendieron.
Dejen de hacer tótems de los personajes de la farándula. No todo lo que hagan vale la pena.
Seamos críticos y exijamos a los creadores.