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El Conde de Peñalva – ACTO TERCERO – ESCENAS I y II

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Teatro Yucateco

LXVI

 

José Peón Contreras

 

El Conde de Peñalva

ACTO TERCERO

 

La misma decoración del acto segundo.

 

ESCENA I

ANDREA Y GIL.

ANDREA aparece en medio del proscenio, trémula y agitada, esperando una contestación de GIL, que está en el dintel de la puerta de la izquierda, mirando hacia dentro.

 

ANDREA: Dí, por fin, ¿no me has oído?

GIL: (¡Inmoble en el lecho está!)

ANDREA: Habla, Gil; dime si ya

se levanta… ¿Está dormido?…

¿No?

GIL: (Su corazón palpita…

Aún palpita…)

ANDREA: Piedad ten

de mi angustia.

GIL: Yo también

la estoy sintiendo infinita.

ANDREA: ¿Mi padre?

Calla, que duerme

ya tranquilo.

ANDREA: ¡Por favor!

GIL: (Sin creer lo que dice, procurando tranquilizar a ANDREA.)

Desecha todo temor,

Andrea… puedes creerme…

Déjale allí reposar.

Tu padre nos asegura

que ese sueño poco dura

y es hermoso el despertar.

¿Por qué no han de revivir

tus ilusiones de ayer?

Ni hay razón para temer,

ni razón para sufrir;

más mi corazón padece

mortal y horrible agonía,

cuando esa nube sombría

en tu semblante aparece.

¡Mal haya el amor que abrasa

con llama ardiente tu seno!

¡Mal haya el placer ajeno!

¡Mal haya el tiempo que pasa!

¡Pasó, Andrea, pasó!

¡Ay! si otros días volviesen

y en sus horas me trajesen

lo que el tiempo me robó!

¿Doblas la frente y me escuchas?

Gracias. ¡Comprendes mi pena,

y eres noble y eres buena,

¡y también, como yo, luchas!

¿Cómo, si no fuese así,

tu pecho olvidar podría

que no es tu esfera la mía

y a escalarla me atreví?

¿Cómo olvidara tu anhelo,

ante esta pasión que aterra,

que soy reptil de la tierra,

y tú eres ave del cielo?.

Pero el pobre Gil te adora

con loca pasión insana,

y su amargura tirana

en el silencio devora.

Gil tu existencia escudriña;

enferma, a tu lado estuvo;

y en sus rodillas te tuvo

veces mil cuando eras niña.

Y entonces, ya bajo el peso

de dolores inhumanos,

sintió tu rostro en sus manos,

y Gil no te daba un beso.

Por eso me escuchas hoy

y tu discreción imploro;

por eso tu pena lloro,

por eso a tus pies estoy,

(Violenta transición)

Al Conde olvida…

ANDREA: ¡Jamás!

No puede el pecho insensible.

GIL: Él te engaña.

ANDREA: ¡Es imposible!

GIL: Pronto te convencerás….

No por mi amor: la fortuna

me quiso con él herir.

y nació para morir,

¡Y ha muerto desde su cuna!

 

Se oye clamor de pueblo y golpes según lo indica el diálogo.

 

ANDREA: Oye, Gil, ese rumor… (Sobrecogida.)

GIL: ¿Qué puede ser?

ANDREA: (Asomándose al balcón.) ¡Ah! ¡Dios mío!

GIL: (Observando.) Se agolpa ansioso el gentío

de un cadalso en derredor…

Yesos golpes…

ANDREA: Me olvidaba,

¡y tengo el perdón del reo!…

Me he vuelto loca; yo creo

que esa infeliz me esperaba.

GIL: ¿Te vas?

ANDREA: Cada golpe rudo

que de congoja nos llena,

llama a la muerte y resuena

en mi pecho que es su escudo.

¡Pobre madre!… Vuelvo ya.

(Se asoma a la puerta del cuarto en que está GARCIA)

¿No hay temor? Gil… todavía

¡Ese velo de agonía

cubriendo su rostro está!

GIL: Nada temas, nada temas…

ANDREA: ¡Vuelvo! (Váse.)

Me mata, me mata….

 

 

ESCENA II

GIL, después SAMUEL

 

GIL: Me mata, me mata…

Muere tú, pasión ingrata.

que en llama horrible me quemas!

SAMUEL: (Sale por la puerta secreta, tocando las paredes como si al tacto hubiera encontrado por casualidad el resorte)

Gill… ¿Dónde estás? Dime dónde…

Temo la traición y el dolor….

Gil, ¿por qué me dejas solo?

GIL: Señor.

SAMUEL: Acércame al Conde.

¿Duerme?

GIL: Duerme.

SAMUEL: ¿Y ella?… ¿Andrea?

GIL: Fuése, señor, y anhelante.

SAMUEL: No perdamos ni un instante.

Vamos… que nadie nos vea

Carga con el Conde… advierte

GIL: Ya no es posible salir.

SAMUEL: ¿Que nó?… ¿Qué quieres decir?

GIL: Para un condenado a muerte

se alza un cadalso en la plaza.

Oíd al pueblo que grita,

y como la mar se agita

si el huracán la amenaza.

SAMUEL: ¡Condenación! ¿Con que al cabo

es inútil que batalle?

GIL: La gente obstruye la calle,

SAMUEL: ¡Aún soy del destino esclavo!

¡Y era mío! El temor deja,

Gil… Es preciso… No cedo…

Carga con él… y sin miedo

la oscuridad nos proteja.

GIL: De cien antorchas la llama

brilla, señor, en lo oscuro…

SAMUEL: Creí mi triunfo seguro,

y en mi pecho se derrama

¡la hiel de horrible impotencia!

Mátame, Gil… morir quiero

GIL: Señor…

SAMUEL: La muerte prefiero

a mi espantosa existencia.

Todo a mi paso el destino

con saña impía derrumba.

¡El mundo entero es mi tumba

y en su lobreguez camino!

GIL: Tened más calma, señor.

SAMUEL: ¡Ah! ¡Conde! ¡Conde! creí

que en mi poder lo tenía.

¡Y se escapa a mi furor!

GIL: Pero ese filtro…

SAMUEL: Adormece,

nada más, Gil, nada más.

GIL: Señor…

SAMUEL: ¿Aún dudando estás?

GIL: Mi duda incesante crece.

(¡Es por ella mi ansiedad!)

SAMUEL: Llevarle pronto anhelara,

y allí en mi hogar sujetara

a mis pies su voluntad.

Sólo eso mi alma desea…

Allí en la cueva le dejo

y de Yucatán me alejo,

sin estorbos, con Andrea.

 

Compilación de Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana

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