Letras
Por Ermilo Abreu Gómez
Se podría escribir un breve ensayo con este título: Bruno Traven o el misterio. Hace treinta años –años más, años menos, para el caso da lo mismo- que el nombre de Bruno Traven empezó a sonar y a circular por todo el ancho ámbito de México. Sus obras traducidas directamente del inglés o del alemán al castellano se veían en todas las manos. Nunca fue un escritor de selección ni de privilegio. Sus temas estaban vinculados al pueblo mexicano, pero no al fácil pueblo mexicano explotado por el folklore o las ferias más o menos auténticas, todo puesto al servicio del curioso visitante de nuestro país. No, la obra de Bruno Traven tuvo siempre otra dimensión humana y otra intención diríamos filosófica. Traven conoció el dolor de nuestras clases más humildes, convivió con ellas, convivió con ellas en lo social y en lo espiritual; se adueñó de su tragedia y también de su gracia y de sus esperanzas. Fruto de este contacto, tan profundo como sincero fueron las novelas y los relatos que escribió con mano segura.
Cualquiera de las novelas de Traven es ejemplo de libertad absoluta tanto por lo que respecta al tema como por lo que toca a la filiación literaria. El autor no entendió de escuelas ni de retóricas. Su pluma está vibrando en sus dedos dispuesta tan sólo a mostrar objetivamente el mundo que contemplaba un espíritu superior y saturado de humanidad.
Pero no se piense que escribió novelas de sólo contenido, novelas comprometidas, como hoy se dice. Tampoco. Escribió novelas que con aquella fuerza de la realidad arrancada de la tierra tenían también el don de la poesía, del encanto, de aquello que envuelve a la obra y la hace digna de incorporarse en la historia de la belleza literaria.
Tal vez las traducciones que tenemos no siempre sean muy ortodoxas. A veces sentimos que el castellano adolece de defectos de sintaxis y hasta de ortografía. Pero estos defectos son fáciles de subsanar. Bastaría una nueva relectura de las páginas para darles el decoro que merecen los originales. Pero con todos sus defectos las novelas circularon por todo México –claro circularon también en múltiples traducciones en el mundo- y llegaron a los pueblos más humildes y no hubo joven ni viejo que no gozara aquellos relatos en los cuales se sentía no sólo la verdad sino también el estremecimiento de un espíritu deseoso de alcanzar algo así como un signo de justicia.
Y mientras realizaba esta ancha y profunda obra Bruno Traven permaneció en el más hermético silencio. Se creó alrededor de su figura un ambiente de misterio. Nadie, ni los llamados poseedores de su enigma pudieron decir nunca quién era Traven, dónde vivía ni en qué lengua original escribía. La gente acabó por perder la esperanza de descubrir la realidad de su personalidad. Resultó un enigma. Pero su obra ahí estaba. Era una obra que resultaba –independientemente de sus valores literarios- una lección de humanidad para los propios escritores mexicanos que vinculados a una “sobrevivencia” porfirista continuaban aferrados a unas normas de capilla, de exotismos trasnochados. En la obra de Traven encontraba el escritor joven una muestra viril de lo que podía hacerse en las letras acercándose al pueblo, interpretando sus problemas.
Pero la fuerza del instinto de la Revolución mexicana no acaba por cuajar en el nivel de la cultura. Es tarea de años y de disciplina. Este instinto se manifiesta esporádicamente. Un día en la pintura, en la obra de Saturnino Herrán, de Goitia, de los tres grandes: Siqueiros, Orozco y Rivera. Otro día en la música, en las manos de Silvestre Revueltas. Otro día en la poesía, en la pluma de Ramón López Velarde. Y otro día en el cuadro, todavía no bien estudiado de los que sintieron y padecieron la tragedia de los últimos años y pudieron crear eso que se llama la Novela de la Revolución en la cual palpitan los nombres de Martín Luis Guzmán, Gregorio López y Fuentes, Mauricio Magdaleno, Rafael F. Muñoz, José Rubén Romero, Francisco Rojas y González, Guadalupe de Anda.
A este impulso vital de las letras mexicanas se une, con legítimo derecho, Bruno Traven. En sus obras no aparecen las sombras de paisajes griegos, latinos ni franceses. Están presentes los paisajes de las sierras, de las montañas, de los valles que nos rodean y, a veces, nos aplastan con su poder telúrico. Los hombres que caminan en sus novelas no vienen de rutas metafísicas; vienen de rutas que antes labraron los arrieros que dieron su sangre en nuestras grandes guerras frente a los invasores franceses y norteamericanos. De ahí que la gente media, el pueblo mismo, con su instinto certero haya tomado en sus manos las obras de Traven y se haya entregado a su deleite.
Cuando pasen los años y se proceda a reescribir la materia de las letras se verá que Traven nos pertenece con más derechos que las crónicas de antaño que con tanta fruición nos insertan en los capítulos de nuestras primitivas letras nacionales.
Pero el misterio prevaleció hasta la muerte de Traven. Un día leímos que al cumplir ochenta años, rodeado de su familia, después de sufrir breve enfermedad cardíaca, Traven había muerto entre nosotros. Su testamento fue breve: quiso que sus cenizas se quedaran cerca de la tierra que amó y a la cual entregó su espíritu. Y lo que nos cuentan sus más allegados es también aleccionador y elocuente. Traven no juntó dinero: vivió de sus legítimos derechos como autor y tenía la mano abierta para ayudar a todos los que llamaron a su puerta. Su nombre nos pertenece y debemos grabarlo con letra de oro en un capítulo de nuestras más humanas letras nacionales.
México, D. F., abril de 1969.
Diario del Sureste. Mérida, 17 de abril de 1969, pp. 3, 7.