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El Conde de Peñalva – ACTO SEGUNDO

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Teatro Yucateco

LXI

 

José Peón Contreras

 

El Conde de Peñalva

ACTO SEGUNDO

 

Sala en el palacio de los Gobernadores de Yucatan. Puerta en el fondo, otra a la izquierda y un balcón. Otra puerta secreta a la derecha. Una mesa grande con escribanía y recado de escribir. Sobre ella una arca pequeña, cerrada y con incrustaciones. Otra mesa pequeña en que estará preparado un vaso de refresco. Es de noche.

 

ESCENA I

D. GARCÍA y el CAPITAN

 

Aparece D. GARCIA escribiendo. Después de un instante de silencio, dobla el papel en que ha escrito y se lo da al CAPITAN

 

GARCÍA: Estas mis órdenes son;

nada os tengo que añadir.

Os toca hacerlas cumplir

sin tregua ni dilación.

A vuestro cuidado dejo

que todo a cabo se lleve.

Venid en punto a las nueve,

que he de asistir al consejo.

CAPITAN: Bien, señor.

GARCÍA: Idos en paz.

 

ESCENA II

 

GARCÍA: (Solo)

Venga al fin tras el fastidio

con que sin descanso lidio,

un instante de solaz;

Y cual se borra la oscura

niebla, al mostrar placentero

la luna el rostro hechicero,

Disipe así tu hermosura

el afán que me devora:

la que mi ilusión aviva,

la de estos muros cautiva,

Doncella fascinadora.

¡Ella!… ¡Oh ventura!

 

ESCENA III

GARCIA Y ANDREA, que sale muy agitada

 

ANDREA: ¡García!

GARCÍA: Ven, mi Andrea idolatrada.

ANDREA: Escucha…

GARCÍA: Trémula estas.

ANDREA: Óyeme.

GARCÍA: ¡Como jamás

me fascina tu mirada!

Con cuánto placer al verte…

ANDREA: ¡Calla!… En mi oído, García,

sonando están todavía

tristes lamentos de muerte.

GARCÍA: (Sorprendido.) ¡De muerte…!

ANDREA: ¡Oh dulce ansiedad!

Me habrán engañado acaso…

(Dirigiéndose al fondo)

Capitán, guardad el paso.

ANDREA: ¡Oh, si no fuese verdad!

¡Dios mío! si fuera falso…

GARCÍA: (Volviendo al proscenio.)

El carmín se restituya

A tu faz…

ANDREA: ¿Por orden tuya

No se levanta un cadalso?

¿No hay un hombre que por tí,

perdido por siempre el gozo,

en sombrío calabozo,

Tras amargo frenesí,

de una espantosa sentencia

bajo el infamante yugo,

cuenta a los pies del verdugo

las horas de su existencia?

Di, ¿no es verdad? ¿Es mentira?

Hay un ser adolorido

que por el hijo querido

de sus entrañas, suspira…

Ella me espera… esta allí….

¡Pobre madre desolada

en sus lágrimas bañada!

¿Qué he de decirle? Habla, di.

Era cierto, ya lo veo,

y comprenderlo me toca;

más si lo dice tu boca…

Ni así… ni así… ¡no lo creo!

Tú, García, en quien aspiro

de la bondad el tesoro;

Tú, a quien rendida adoro

y a quien adorando admiro;

Tú, mi amor, tú, mi ventura,

¿puedes tras vanos agravios

trocar la miel de tus labios

en acíbar de amargura?

¿Tú inflexible, tú tan fuerte

ante una madre afligida?

¿Tú, que a mí me das la vida

puedes a otro dar la muerte?

¿Puedes?

GARCÍA: (Como vacilando.) ¡Andrea!…

ANDREA: No más:

Si como Dios soberano

tienes la vida en la mano

y como Dios nos la das,

¿cabe amor entre los dos?.

Tu amor en mi alma se encierra.

¡Ah! yo te amaba en la tierra,

Don García, ¡como a Dios…!

GARCÍA: Andrea, ¿sabes quién es?

ANDREA: Nada me importa su nombre.

GARCÍA: Es que ignoras que ese hombre

por quien ruegan a tus piés,

Condenado a muerte un día,

ya del cadalso en las gradas,

tendió las manos heladas

y encontró la mano mía.

Yo conservé la existencia

del desertor miserable;

más en su frente culpable

aún pesaba la sentencia.

¡Ingrato fué! No perdono

la ingratitud y no es raro:

le quito, Andrea, mi amparo

y a su suerte le abandono.

Si esa suerte le arrebata

la vida, mucho me apena;

mas no soy quien condena,

yo no soy: la ley lo mata

y es Collazos… el traidor

que anoche…

ANDREA: ¡Ah! y ¿es por eso?

¡Oh Dios mío!… tal exceso,

tan espantoso rigor

porque él a mi padre dijo…

Y ¿así justicia se hace?

Y ¿tal razón satisface

contra una madre y un hijo?

Ya te dije…

Bien está;

más si ahora rindiendo culto

a la piedad, un indulto

vida y luz a ese hombre da?

GARCÍA: ¿Y si eso no puede ser?

ANDREA: ¡Don García!

GARCÍA: ¡Basta, Andrea!

Deja que en tu rostro vea

la alegría aparecer…

Te ofrezco que si es posible…

ANDREA: ¿Y eso le voy a decir?

¡Infeliz! La hará morir

tu corazón insensible.

Antes era la piedad,

ya me lo ordena el deber,

pues la causa vengo a ser

de tanta infelicidad.

¡Quién creyera que un amor,

amor tan grande y tan santo

sobre ola inmensa de llanto,

cruzara el mundo, señor!

Así el rencor amancilla

cuanto el espíritu abarca:

Adiós, amor, que tu barca

ha zozobrado en la orilla. (Váse desesperada.)

 

Recopilación de Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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