Editorial
Los tiempos actuales, a quererlo o no, han golpeado severamente a las generaciones; los momentos difíciles de pandemia causaron afectaciones severas en la economía de las familias yucatecas. También han influido en severos cambios dentro de los ámbitos culturales en sus variados campos.
Varían las costumbres heredadas, se contraen las economías familiares y, al mismo tiempo, los espacios anteriormente reservados a la cultura, a su impulso y permanencia, acusan severas reducciones de público y espectáculos.
Las enseñanzas de las varias disciplinas culturales son mantenidas oficialmente en el Centro Estatal de Bellas Artes, pero las academias dedicadas a la enseñanza de las Artes otrora existentes han ido clausurando sus instalaciones, fuera por el aumento constante en sus costos de operación o por la muy limitada demanda de sus servicios.
A quienes admiramos, amamos y preservamos nuestra cultura regional este tema nos preocupa y ocupa.
Instalaciones teatrales abandonadas y sin uso, espacios de uso público o social otrora en operación continua -como los de la Casa del Pueblo, la Universidad, Ferrocarrileros, entre muchos otros- están cerrados, esperando otros tiempos y/o nuevas iniciativas culturales.
El Teatro Armando Manzanero, el Daniel Ayala, el del STIC, el de la Unión de Baratilleros de la calle 69, etc., están ociosos, algunos de ellos a la intemperie por no contar con techos para el fin cultural que originó su construcción.
¿Estamos viviendo una crisis cultural?
¿Ha desaparecido el aprecio por los eventos culturales?
¿Es acaso crisis de conciencias?
¿Es irresponsabilidad social compartida con las autoridades o falta de aprecio por la cultura ante la difícil situación económica que se vive?
El reloj del retroceso e inatención cultural ha avanzado en estos años, ante la carencia de iniciativas culturales, escenarios ociosos y butacas vacías.
¿Hasta cuándo?