Novela
XX
11
¿Y aquel niño que juega inocente, ajeno al grave peligro que le acecha, quién es, querido viejo? Es mi pequeño Dzul Balam, Hunac Kel; no sabe que un puma con los colmillos más largos que he visto en mi vida se apresta a devorarlo, y yo nada puedo hacer… ¡Ay, Tigre de la Luna! Tú nada puedes hacer porque estás viejo, pero yo que soy joven y que algún día seré un dios, voy a atravesarlo con mi lanza. ¿Cómo podría permitir que esa fiera acabe con la vida de tu pequeño hijo? Mira, viejo: he blandido dos veces mi lanza delante del puma de largos colmillos, que me gruñe y no tiene miedo de mí porque anda hambriento y no está dispuesto a renunciar a su presa… ¡Pero ahí te va, bestia cabrona, ahí te va mi lanza de punta de obsidiana que ya te parte el corazón! ¡Se ha salvado tu pequeño hijo, Tigre de la Luna! ¡Es verdad, Hunac Kel! Has muerto al puma malvado de un solo lanzazo. Mi pequeño Dzul Balam te debe la vida. Yo registraré el hecho en el Códice de Mayapán entre tus hazañas. Pero ahora veo una serpiente gris con manchas negras que amenaza a dos niños por el camino blanco que va al pueblo, ¿la puedes ver, Hunac Kel? Sí, viejo, la veo claramente: es una víbora de cascabel y su mordedura es fatal. El ruido que hacen los cascabeles de su cola la ha delatado. Hay que acabar con ella antes de que ella acabe con los niños: ya verás, viejo. ¿Pero cómo la acabarás, Hunac Kel, si ni siquiera has traído contigo flechas ni cuchillo? Con mis propias manos, viejo ¿pues para qué son las manos? ¡Ay, Hunac Kel, cuida de que no te muerda! ¡Mira, Tigre de la Luna! ¡Mira cómo la despedazo con mis solas manos! En verdad lo has hecho, Hunac Kel, la has hecho pedazos y has salvado de una dolorosa muerte a esos pequeños… Por allí, muy cerca de uno de los templos redondos de Kukulcán, va caminando una linda moza de grandes ojos y cintura juncal, ¿la conoces, por ventura, Hunac Kel? Yo no la había visto en el pueblo. Es mi novia, viejo, es mi novia Blanca Flor, a la que desposaré si los dioses me son propicios. ¡Pero si es sólo una niña, Hunac Kel! No, viejo, no es una niña: pronto cumplirá quince años y ha prometido casarse conmigo. Muy bien, Hunac Kel, muy bien, pero antes de casarte con ella tienes que defender a Mayapán de la codicia de hombres extraños que vienen de las tierras frías con la intención de dominarnos y tomarnos de esclavos. Ya veo sus sombras malignas, viejo, pero no les temo, mis hombres son fuertes y valientes y enfrentarán al enemigo, y yo ya los aguardo con mis flechas y mi macana y estoy listo para arrancarles la vida. ¡Mátalos, acábalos, gran jefe! ¿Qué has dicho, Tigre de la Luna? ¿Pues no los he matado? ¿Pues qué son éstos que aquí ves sino los miembros partidos y la sangre regada de sus capitanes? Yo lo he hecho, viejo. Yo los he desmembrado con mi macana y la ciudad ya no corre ningún peligro. Escríbelo en el Códice de Mayapán. ¡Ah, Hunac Kel, eres un gran guerrero, eres un gran héroe! Has acabado con el enemigo. Ahora que has cumplido con tu pueblo, puedes casarte con tu novia Blanca Flor. No, viejo, es tarde para eso, ya sus padres se la concedieron en matrimonio a Chac Xib Chac y la ha desposado en su gran palacio y yo me he quedado solo. ¿Qué voy a hacer, Tigre de la Luna? Resignarte, hombre, ¿qué más puedes hacer? No, viejo, yo amo a Blanca Flor y se la voy a robar a Chac Xib Chac. Ya lo hiciste, Hunac Kel, y él se ha apoderado de ella otra vez. Y no pretendas robártela de nuevo porque Chac Xib Chac se ha aliado a los reyes de Izamal y de Uxmal y nada podrás contra sus infinitas tropas. Espera, viejo, ¿has dicho que Ah Ulil se ha aliado con Chac Xib Chac? Pero si yo mismo le he salvado la vida cuando estaba a punto de ser destripado por la furia de un jaguar negro en plena selva; solo me bastaron dos flechazos para matar a la bestia y librar a Ah Ulil de una muerte segura. Pero ya ves cómo me paga: aliándose a mi enemigo. Es verdad, Hunac Kel: es un ingrato y un traidor; ahora los tres reyes te quieren muerto y se confabulan para arrasar con Mayapán. No, viejo, yo arrasaré con ellos primero, no sólo por Blanca Flor sino porque el canalla de Chac Xib Chac me arrojó contra el ídolo de Ah Puch cuando era yo niño: ¡Maldito sea en todos los huesos de su cuerpo! ¡Ay, Hunac Kel, esa fue una infamia! ¿Qué harás, pues, para castigarlo? No lo sé, viejo, por eso he llamado a mi amigo Sinteyut de las tierras altas, que ha llegado con sus capitanes aztecas. Como Chac Xib Chac ha secuestrado a Blanca Flor, asaltaremos Chichén Itzá y creo que tendré que matarlo. ¡Vamos, Hunac Kel! ¿Por qué no olvidas a esa muchacha? Búscate a otra para casarte, hay muchas en nuestra tierra. No, viejo, no quiero a ninguna otra, porque Blanca Flor espera un hijo mío. ¡Ay, dioses, Hunac Kel! En cuanto se entere su perverso esposo la matará a ella y te matará a ti. No, viejo: antes lo mataré a él. ¡Ea, Sinteyut, vamos sobre Chichen Itzá y acabemos con ese reyezuelo! ¿Quién lo matará, Hunac Kel, tú o yo? ¡Yo mismo, Sinteyut, su vida me pertenece! No se te ocurra tomar venganza por mí. ¡No, no, Hunac Kel! A ti te corresponde matarlo. ¡Ay, Tigre de la Luna, las últimas noches se ha detenido Chac Xib Chac junto a mi lecho! Tiene el vientre abierto y las entrañas partidas; y puedo ver sus tripas putrefactas, cuyo hedor me provoca el vómito. Su cabeza, rebanada en dos mitades, la lleva en la mano cogida de los cabellos. Sin decir una palabra se me queda mirando con una honda melancolía y luego se aleja de mi lecho y se pierde en la oscuridad. ¿Acaso lo mataste tú, Hunac Kel? Tú sabes que no, viejo, lo mató Sinteyut con su macana y lo hizo trizas. Pero tú debiste ajusticiarlo, Hunac Kel, y no Sinteyut, que no es rey ni es nada. Él ansiaba presumir del poder de su macana, viejo, y no desperdició la oportunidad de lucirse, tomando la vida del tirano que a mí me correspondía. Yo sólo quería flecharlo, o quizás estrangularlo, pero no descuartizarlo a la manera de Sinteyut. Con flecharlo hubiera bastado, Hunac Kel. ¿Para qué descuartizarlo como hizo Sinteyut? Lo que más lamento es que no nos reveló el destino de mi amada Blanca Flor y del hijo que llevaba en las entrañas, que era mío y que algún día reinaría sobre Chichén Itzá. Hubiste muchos hijos, amado rey, pero el hijo de Blanca Flor habría sido el único legítimo. Lástima grande que la madre y el niño han desaparecido para siempre. ¡Ay, viejo, eso me duele al alma! No he dejado ninguna descendencia para el trono. La culpa es de Sinteyut, Hunac Kel, por haberse precipitado en matar a Chac Xib Chac antes de que tú lo interrogaras. Faltó a su promesa y traicionó mi confianza, viejo. ¿Dónde quedó la hermandad que siempre me prometió? Sinteyut siempre ha sido un perjuro, Hunac Kel, aunque tú te precies de su amistad. Tienes que alejarlo de tu vida para siempre, al igual que a los otros capitanes aztecas, antes de que pretendan exterminarte y conjuren contra ti. Es demasiado tarde para alejarlos de mí, querido viejo: esta noche Sinteyut me ha hundido su cuchillo en la espalda cuando visitábamos la cancha del Juego de Pelota y me ha dolido más su perfidia que la misma puñalada. Sus capitanes también me acuchillaron con verdadera saña. Yo hice por defenderme, pero ellos eran muchos y enseguida me sometieron. ¡Oh, dioses, que va a ser de mí! Nunca confié en esos siete demonios, Hunac Kel, y te previne contra ellos sin que parecieran importarte mis advertencias. Debí escucharte, viejo, pero no lo hice. Confié demasiado en ellos, quizás porque Sinteyut fue mi compañero de juegos en la infancia, pero tú eres el sabio, mi fiel consejero y no valoré la gran verdad que encerraban tus advertencias. ¡Qué pena, Hunac Kel, qué pena! Y ya nada puedo hacer por ti… No, ni nada te pido, porque estás muerto y apenas me acompaña tu sombra en estos instantes de angustia. Tu muerte me dolió y me sigue doliendo con la misma fuerza de los primeros días, cuando perdí el rumbo y sólo quería morirme también. Pero tuve que obligarme a salir del duro trance para retomar el gobierno de la ciudad y rescatarla de la implacable espesura que ya la devoraba, labor que no pude concluir. Con la traición de Sinteyut mi tarea ha cesado por completo, y ahora yazgo torturado por este dolor causado por las muchas puñaladas que me han asestado los capitanes aztecas. ¿Puedes verlas, Tigre de la Luna? ¿Puedes ver las roturas de mi cuerpo…? Viejo ¿me escuchas? Ay, creo que te has marchado y ya no te veré más. Me has desamparado ante la visión de este inmenso esqueleto abundante en colgajos de carne putrefacta que hieren mi olfato y me provocan la más insoportable angustia. Estoy solo con su resuello y su gran calavera que gruñe y está ornada de collares de cascabeles y que se burla de mi dolor. ¡Oh, Hunab Ku, el Verdadero Dios, el Muy Alto, El de una sola Edad, te invoco para que resuene tu Palabra y obre tu Poder en mí! ¡No permitas que Ah Puch se apodere de mi alma y la destruya en el Noveno Infierno! No quiero conocer los horrores de sus dominios. No quiero sentirme perdido para la Eternidad. Yo soy un héroe y acaso un dios, y no merezco el infierno por destino. ¿O será que al final Ah Puch obtenga la victoria y yo me convierta no en el dios que siempre anhelé ser, sino en sólo uno más de sus miserables esclavos? ¡Oh, no, Único Dios, eso sería demasiado cruel!
–¿Escuchasteis? -Pavo Plateado se dirigió a los curanderos que lo asistían–. Me pareció oír quejarse a Hunac Kel.
–Es verdad –dijeron los otros, alarmados–, algo ha murmurado, pero no logramos entenderlo.
–Podría jurar que ha pronunciado los nombres del Único Dios y de Ah Puch –aseveró el augur. Intrigado, procedió a auscultarlo aplicando una oreja sobre su cuerpo. Entonces entendió que el héroe justamente comenzaba su largo peregrinar por las tinieblas hacia algún lugar que el sabio médico no pudo precisar.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…