Juan Gabriel
(1950 – 2016)
Tal vez a muchos de ustedes les haya sucedido como a mí, que inicialmente veía como una broma a Juan Gabriel y que, posteriormente y sobre todo cuando aprendí a apreciar la música como una entidad, entonces también aprendí a verdaderamente escuchar los arreglos y la combinación de sonidos con que el nacido de Parácuaro, Michoacán, adornaba sus numerosas composiciones. Mi epifanía se dio con la canción “Debo Hacerlo”: de un inicio lento, pasa a una majestuosa canción que es a la vez vital como alegre, alentada por esas trompetas y esas percusiones. La complejidad de los ritmos, algo que siempre me ha atraído en cualquier composición, me hizo apreciar la maestría de Juan Gabriel. Era 1988.
La música de Juan Gabriel ha estado presente en la vida de mi familia, tanto en ocasiones jocosas y festivas, como en momentos fúnebres. Mi madre fue su fan desde aquellos días en los que Juan Gabriel debutaba con su famosa canción de “No Tengo Dinero”; luego, compró (es un decir: mi padre le compraba todos sus discos y todo lo que ella pedía, consintiéndola) sus discos L.P. y, como lógica consecuencia, también el de Rocío Dúrcal que cantaba canciones de Alberto Aguilera Valadez, el nombre real de Juan Gabriel. De ese disco, la canción “Amor Eterno” se convirtió en la canción fúnebre con la que despedimos de este mundo al menos a dos de mis tías maternas, envueltos todos en una atmósfera surreal en la que la letra y los acordes de esa canción acompañaban el dolor y la pena de mi familia: pena ante la partida, dolor ante la dura vida que habían llevado ellas que ya descansaban en paz.
Comencemos por dejar en claro que, para mí, Juan Gabriel nunca tuvo una gran voz: la estridencia de su tesitura contrastaba fuertemente con sus canciones, pero de alguna manera esto las hacía sin iguales. Su nombre artístico proviene de la unión de dos nombres: Juan, por el maestro que le enseñó música y lo encaminó en su vocación musical, Gabriel por el padre que nunca conoció y cuyo destino final nunca se supo a ciencia cierta. En sus inicios, su nombre artístico era Adán Luna: Adán por ser el primer hombre, y Luna por el satélite, al cual le había contado tantas veces sus deseos. Fue hasta que recibió su primer contrato, después de años de tocar puertas, que tuvo que elegir el nombre que lo hizo famoso, y entones quiso rendir homenaje a aquellas personas que más influencia habían tenido en él.
¿Cómo habrá de recordársele: como el cantante de voz meliflua, lleno de amaneramientos, con una presumible secreta vida de escándalo; o como el exitoso cantautor que enamoraba a las mujeres con la mirada soñadora que dirigía a las cámaras; o como el compositor que sin egoísmos compartió sus composiciones con artistas que se volvieron famosos gracias a ellas (la lista es larga pero podemos mencionar rápidamente a Ana Gabriel, a Daniela Romo, a Rocío Dúrcal, Estela Núñez, Queta Jiménez, José José, Cristian Castro, Luis Miguel y a Angélica María); o como el sensible hombre que adoraba a su madre, pero que nunca pudo estar a su lado, y que entonces le cantaba en sus composiciones?
No deja de ser paradójico que una afección cardiaca de años atrás haya sido el motivo por el cual se ha desligado de esta vida, justo cuando su historia (que pareciera fantasiosa dada la cantidad de peripecias e infortunios que vivió, pero que está ahí para quien desee comprobarla) se hizo del conocimiento de todo México a través de la serie “Hasta Que Te Conocí”, justo cuando muchos re apreciábamos sus logros a la luz de las vicisitudes de su vida. Bromeaba hasta hace unos días que solo le faltaba hacer un milagro para que alguien promoviera su beatificación. Quien sabe: tal vez alguien lo haga ahora que no está.
Cada uno de nosotros elegirá cómo recordarlo, decía hace unos párrafos. En mi caso, siempre recordaré al “hombre-espectáculo” que era en sus presentaciones en vivo, que se entregaba a su público durante todas y cada una de ellas, mucho más que otros “artistas” que quedan muy lejos de la estela que deja Juan Gabriel con su partida.
Lo que sí es cierto es que se va en la cima, algo que muchos artistas no logran en toda su trayectoria, y que deja un vasto legado que nos acompañará muchos años más. Sin temor a equivocarme, creo que se ha marchado el último gran ídolo de México, un ejemplar artista, cantante y compositor, con mente ágil y letras perennes que lo han arraigado en el corazón de muchos.
Después de todo, ese será el gran mérito y éxito de Juan Gabriel: que vivirá por siempre en su música y en sus letras; que cada vez que escuchemos una de sus canciones evocaremos al hijo adoptivo de Ciudad Juárez, y seguramente diremos algo en su memoria.
En resumen, Juan Gabriel ha dejado el escenario de esta vida, para acompañarnos por siempre.
Descanse en paz.
Gerardo Saviola