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Don Huacho

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Don Joaquín Ancona Albertos

Ingeniero Joaquín Ancona Albertos

José Juan Cervera

La memoria del pasado está hecha de fragmentos que anima una unidad artificial: la de la perspectiva que le da sentido, sosteniendo el orden que la hace inteligible. Esta idea tan clara para aquellos que realizan el estudio profesional de la Historia no parecen concebirla quienes aceptan como ciertas versiones transmitidas en su grupo social de origen con el propósito de afianzar sistemas de valores que dejan en un segundo plano la coherencia del discurso emitido para exponerlas. Es ingenuo pasar por alto los sesgos que filtran y seleccionan lo que se pretende mostrar como contenidos históricos o como testimonios totalmente fiables, tratando de persuadir mediante una identificación afectiva con ideologías y posiciones de clase, pretensiones que exhiben su fragilidad cuando el pensamiento crítico las pone a prueba.

El conflicto es inherente a la vida social porque las visiones del mundo y los actos que llevan a satisfacer intereses distintos terminan por enfrentarse. Por ello la reproducción de la cultura se apoya en instituciones creadas para equilibrar voluntades y apetencias individuales, en aras de fijar acuerdos colectivos. Los argumentos que se esgrimen y sus categorías morales no hacen más que revestir de palabras los hechos que resultan de esas tensiones.

La Universidad de Yucatán –sucesora de la Universidad Nacional del Sureste y precursora de la Universidad Autónoma de Yucatán– vivió un proceso renovador entre 1936 y 1942, cuando ocupó la rectoría el ingeniero Joaquín Ancona Albertos. La orientación progresista que impulsó pudo observarse en el contenido de los programas de estudio de la escuela preparatoria, los cuales aspiraban a dotar a los estudiantes de un amplio marco de referencia que no sólo tendía a explicarles los fenómenos del universo sino que también los hiciera sensibles a los problemas sociales más acuciantes, de tal modo que la docencia y la investigación confluyeran para consolidar el proceso formativo de los jóvenes de paso por sus aulas. Esta tentativa se hizo palpable en el nuevo edificio universitario que desde fines de 1941 contó con laboratorios, biblioteca, auditorio, espacios para deportes y un observatorio astronómico.

Sin embargo, durante la gestión del ingeniero Ancona se suscitó una serie de acontecimientos que, en un viraje de las correlaciones de fuerzas, culminó en su remoción del cargo como consecuencia de presiones políticas de un grupo de estudiantes empeñados en distorsionar el sentido de unas prácticas del laboratorio de biología en las cuales el profesor empleó microscopios para que los estudiantes observaran la estructura de los espermatozoides. “De acuerdo con personas que estudiaron entonces la preparatoria, aquello nunca dio lugar al menor desorden o falta de respeto hacia nadie,” asienta una crónica bien documentada que se ocupa de estos sucesos. Pero de ahí surgió el pretexto ideal para emprender una campaña difamatoria contra los funcionarios de esa institución, quienes recibieron ofensas tan graves que el Consejo Universitario determinó la expulsión de los inconformes. Varios de ellos se retractaron, reconociendo en el docente señalado a una “persona honorable e incapaz de cometer los hechos que le imputamos”.

Además de quedar en el ambiente la idea de que las funciones del cuerpo y los rudimentos de la vida tendrían que permanecer ocultos en el subsuelo de la ignorancia, otro de los efectos de esa disputa fue la fundación de la Escuela Preparatoria Libre, cuyo nombre encerraba sólo una libertad engañosa basada en la estrechez de criterio y en el afán de dañar lo que no podía despejar su entendimiento. El núcleo más insidioso de los ataques contra ese proyecto educativo halló eco en la prensa, que siempre se inclinó del lado del atraso y de la inercia, y en una revista estudiantil denominada El Alcázar.

Algunos pormenores en torno a esta etapa de la historia universitaria pueden hallarse en fuentes como la Memoria de las fiestas inaugurales del nuevo edificio de la Universidad de Yucatán, editada en 1941 y reimpresa en 2008, así como en los ensayos que la maestra Maricarmen Ancona Herrera publicó en enero y octubre de 1992 en el suplemento de un periódico local.

La vindicación pública de don Huacho –como llamaban sus allegados al ingeniero Joaquín Ancona Albertos–, junto con la de sus colaboradores, llevaría a ponderar su figura histórica y la limpieza de sus propósitos.

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