Tekantó
Juan José Caamal Canul
Una de las referencias y símbolos de nuestro pueblo ha sido borrada: el andén. Fuera por la misma fuerza de la Naturaleza o por las personas, que al final son lo mismo, estos fenómenos actúan sobre la geografía sentimental que los espacios son para nuestro pueblo.
Con motivo de la obra insignia de la presente administración municipal –el llamado Parque Lineal o Paseo Verde local– han iniciado los trabajos de construcción de la mentada obra, previo, como dije al principio, destrucción de los elementos del pasado reciente.
La pregunta que hoy queda sin responder es si se pudo o no integrar el andén al futuro Paseo; ignoramos si para los que lo diseñaron solo representaba un obstáculo, sin mayor importancia, sin considerar lo que pudiera representar para unos cuantos o para la memoria del pueblo mismo.
¿Alguna vez pensamos que iba a llegar la fecha del sábado el 23 de julio de 2002, y con ella la desaparición de un símbolo del rumbo por donde nos tocó vivir, de nuestra calle, de nuestro pueblo?
Del andén solo quedó un montón de escombros. Mientras esto se escribe, ya ni los escombros estarán.
El andén sonará a un arcaísmo. y puede que lo sea…
¿Qué encierra la idea, el concepto de andén? Una plataforma elevada a los lados de la vía del ferrocarril, dispuesta para facilitar el acceso y salida de los pasajeros. Esto conforme a la infraestructura de un medio de transporte que en nuestro pueblo representaba un punto para que se detuviera, abasteciera de carbón y agua cuando las locomotoras fueron de vapor. Cuando las máquinas fueron de diésel, se cargaba o descargaban mercancías y abordaba pasajeros.
El andén tenía una longitud aproximada de cuarenta metros, con tres metros de ancho; antes de la línea ancha, tuvo cuatro metros, pero se le devastó un metro para adecuar a la nueva amplitud del sistema ferroviario. Se levantaba hasta cincuenta centímetros, en promedio, sobre el nivel de la calle
Van los recuerdos, la memoria, las imágenes nítidas de lo que para nosotros fue el andén. Terca memoria, continuará ahí sin que la veamos.
- Niños, adolescentes, ancianos, mujeres del rumbo sentados en esta plataforma de cal y canto, esperando, entrada la tarde, la llegada del camión repartidor del hielo.
- Domingo por la mañana de algún año, espera impaciente de los periódicos del día que se imprimían en Mérida para ser los primeros en leer las historietas, el suplemento cultural, la sección local, los deportes; releer ávidos el raund definitivo que concretó la pelea de box, emocionarse de nuevo con el home run en el parque Carta Clara.
- Los espacios del andén, improvisada mesa de trabajo, de los dos únicos repartidores que se encargaban de intercalar las diferentes secciones y vender como pan caliente los “chismes” del día anterior.
- Anexo del mercado donde se vendían frutas de la temporada, antojitos. Las mujeres del pueblo con sus palanganas cubiertas de manteles humildes o papel de estraza, protegiendo los productos en venta.
- Las orillas del andén, sala de espera para acceder por turnos al molino de nixtamal de Don Beto; el viejo molino, galerón de tablones y techos de dos aguas con láminas
- Finales de los años ochenta, mostrador de alguna de aquellas mujeres que abandonaron sus labores del hogar para sumarse al ejército de lavanderas, trasteadoras, cocineras que se empleaban en las casas de las colonias meridanas cercanas a la vía del tren, porque sus maridos ya no tenían trabajo en los henequenales.
- Alguna de esas trabajadoras al descender del tren vendía en el andén barras de pan francés meridano que costaba el doble del precio del pan francés que se elaboraba en el pueblo, pero que en tamaño superaba tres veces a la barra de pan local. Se compensaba su precio por el tamaño.
- Desde el andén se llamaba a una de las modistas del pueblo para preguntar por el avance del vestido, la falda, la blusa. La modista se asomaba por encima de la albarrada y daba cuenta del proceso o, en su defecto, entregaba la prenda y cobraba por su trabajo.
Una noche de año nuevo, un adolescente se sentó un momento en el andén, antes de llegar a casa. Había música de fiesta por todos lados, fiestas sencillas y humildes; otros, alrededor de una mesa compartían una frugal cena. Un nuevo año se inauguraba. La inescrutable noche se cerraba sobre esta existencia contemplativa; la noche, como metáfora de la incertidumbre, dejaba ver las estrellas, unas más luminosas que otras.
Era la representación de la vida futura, donde algunas metas eran accesibles con el esfuerzo necesario, un logro concreto, y otras eran lejanas e inalcanzables.
Esta imagen nunca se ha borrado de mi memoria. Han pasado tantas cosas. El mundo es otro y el mismo. Si pensamos en esos años, parece que miramos ese momento, esa vida, desde alguna estrella lejana y distante.
Entre otras cosas, el andén ya no está.