Leyendas del Mayab
XXXII
LA XK’OK’OLCHE’
En las tardes de verano, por allí de mayo a agosto, cuando el nublado se extiende en el cielo de esta tierra caliente y bella, y se oye el retumbar del trueno golpeando a lo lejos sobre las nubes, cuanto todo hace sentir la proximidad de la lluvia, soplando como un envío anticipado el “viento de agua” que refresca el ardor del día, y hace caer las hojas de los árboles arremolinándolas locamente, entonces el pájaro xk’ok’olche’, desde las ramas más frondosas canta, canta, canta insistentemente, como embriagándose en su mismo canto.
Se diría que festeja por adelantado el aguacero bienhechor que está a punto de caer. Canta con más fruición y más amor mientras más próxima se siente la lluvia. Canta sin cesar en espera de que las nubes se abran. Diríase que es un ave enamorada del agua que viene de los cielos para fertilizar la tierra.
Llueve y llueve a cántaros en estas tierras del trópico en que hasta la naturaleza exagera sus manifestaciones, llueve a cántaros que es muy poco decir, aunque así se diga. Mejor fuera decir que llueve a mares, y así también se dice y es lo más propio. La tierra que ha estado ardida bajo el incendio del sol estival, se moja ávidamente. Se diría que bebe con tal avidez del agua que cae que se embriaga con ella. Exhala como de lo más profundo de su seno ese aroma inexplicable de tierra húmeda, que no tiene sustituto, que se mete en los pulmones y los ensancha en la sensación del placer de vivir. Todo se remoza, todo se lava, todo se alegra en tanto se desgrana el agua. Y mientras llueve, la xk’ok’olche’ deja de cantar como si quedara ensimismada oyendo y sintiendo el aguacero desde las frondas que la guarecen.
Después, cuando la lluvia ha cesado y el cielo, los árboles y la tierra quedan como rezumando frescura, húmedos y brillantes, la xk’ok’olche’ vuelve a alzar la armonía inimitable de sus trinos. Y canta, canta, canta con insistencia, como anegada en la hermosura de la naturaleza. Y parece que hasta las demás aves callan para escucharla.
Porque ha de saberse que el canto del pájaro xk’ok’olche’ es el más dulce y más melancólico entre todos los cantos de las aves indias. No cantan mejor ni el zenzontle, ni el chichimbakal, ni el tsutsuy, ni el úukum, ni ninguna otra. No hay en efecto nada más grato en la tierra maya que el canto de la xk’ok’olche’ en las tardes de verano cuando sopla el viento de agua y la lluvia se avecina.
Es cuando es más grato, pero no es que no cante en otras horas. También en los suaves amaneceres, y no los hay más hermosos en parte alguna, cuando apenas se anuncia el alba y el airecillo matinal fresco y puro hace temblar las frondas, el pájaro xk’ok’olche’ lanza la insuperable música de su canto, así en montes cerrados, como en las huertas, así en los solares como en los patios de las casas urbanas siempre que en éstos haya un árbol acogedor.
Pero ¿cómo aprendió a cantar así esa ave tan humilde? Porque la xk’ok’olche’ es una avecilla de apariencia muy pobre. Tanto es así que ese su nombre en lengua hispana viene a decir “palo sucio”. Es en efecto ese el color de su plumaje ceniciento, de un tono uniforme, lo que contrasta con las ricas plumazones de otras aves, cuyas plumas largas y finas parecen teñidas en todos los colores, tanto que da alegría el solo mirarlas volar de fronda en fronda, irisadas o llameantes. Pero ninguna canta como la dulce xk’ok’olche’.
Cenizo es este pájaro, y es en efecto la cenicienta del cuento de las aves. Esto es lo que dicen los que saben cómo ocurrió el milagro de su aprendizaje.
Hay aves indias de porte aristocrático. Una de las más distinguidas es la chakts’íits’ib, en lengua de esta tierra, “cardenal” en idioma de españoles, y la cual palabra descompuesta viene a significar “rojo” que es lo mismo que “chak” en indio, y “vibración” que es lo mismo que “ts’íits’ib”, de modo que tradúcese literalmente por “rojo vibrante”. Y así en efecto es aquel pájaro. Su plumaje es enteramente rojo de fuertes tonos encendidos y tanto que parece una llama y su cuerpo es tan ágil y esbelto y tan nervioso que parece que vibra cuando vuela. Y para más divino adorno luce en su cabecilla inquieta un magnífico airón rizado del mismo color fuertemente rojo. Es, pues, la chakts’íits’ib un ave principesca y presuntuosa, y tiene razón de serlo pues con menos espléndidos arreos lo son más muchas gentes.
Es pues de saberse que la chakts’íits’ib es toda una señorita aristocrática, objeto de todas las atenciones y todos los mimos y con un constante cortejo de enamorados y lo son todos los pájaros galantes. Afortunadamente hay muchas chakts’íits’ib en los campos y huertas de esta tierra, que si fueran pocas sabe Dios los líos pasionales que habrían de armarse entre tanto pájaro cuyo solo oficio es el cortejar de amor.
Pues bien, en aquel lejano entonces, la señorita chakts’íits’ib era la consentida de su casa, y en consecuencia y como siempre pasa, estaba llena de vanidad y tenía un carácter irascible, lo que es natural también en seres en quienes la adulación se prende. La señorita chakts’íits’ib no era capaz de vivir en cualquier árbol, ni de catar un manjar humilde. Vivía en los más frondosos, en los más lúcidos, en los más fragantes, y había de escoger los nectarios de las flores más hermosas para el regalo de su apetito.
Numerosa era la servidumbre de la señorita chakts’íits’ib, y entre ella era la última la pobre xk’ok’olche’ que era empleada en los manejos más inferiores de la casa, y la que por simple y fea sufría más los denuestos de su ama. La infeliz avecilla recluida en el último rincón de la cocina se sentía abandonada y triste y se entregaba a solas a lamentar su suerte.
Un día la infatuada chakts’íits’ib acordó llamar al mejor maestro de canto para que la enseñara, pues le enojaba sobremanera que otras aves cantasen tan hermosamente en tanto ella no podía emitir ni una nota. Y vino el pájaro clarín, clarín de la selva se le dice también, que canta muy bellamente y cuya fama es mucha. Comenzaron las clases, pero bien pronto dióse cuenta el maestro de que poco, muy poco podía esperar de su discípula. En vano se esforzaba el clarín porque aprendiera, ni tenía el don natural que se requiere en estos casos, ni era aplicada, sino antes bien voluntariosa y floja, como ocurre con frecuencia con gentes de mucha alcurnia. Prefería, en efecto, irse de paseo de floresta en floresta a revolotear entre las flores, y en busca de los pajarillos que la cortejaban.
Entretanto la xk’ok’olche’ que jamás salía de la casa donde parecía encarcelada, había encontrado en las clases del profesor algo así como un consuelo a sus penas tan profundas, y sentimental como era se volvía toda atención a las lecciones procurando grabárselas y repetirlas.
La chakts’iíts’ib no avanzaba; había conseguido cantar un poco, pero decididamente cantaba mal, y al fin el maestro clarín dispuesto a no seguir perdiendo el tiempo le hizo saber que se retiraba, como en efecto lo hizo. Es por todo lo que se ha dicho, repitiendo la leyenda, que la chakts’íits‘ib, aunque muy hermosa de plumaje, muy aristocrática, muy elegante, no es de canto armonioso ni delicado, en tanto que la xk’ok’olche’ aprendió tan exquisitamente que superó al mismo maestro y a todas las demás aves.
Concluye este cuento indio haciendo saber que un día en que la xk’ok’olche’ estaba sola en su cocina cantando muy tristemente sus penas, aprovechando que su ama andaba en sus locas correrías, pasó un zenzontle el cual quedó arrobado al oírla. Que desde entonces el zenzontle tomó la costumbre de ir a posar en una ceiba que se alzaba cerca de la casa de la chakts’íits’ib, hasta que en una madrugada, y cuando ésta no se levantaba aun del lecho, se introdujo en el rincón de la pobre xkok’olche’ y robándosela se lanzó con ella al campo. Así fue como quedó en libertad la dulce pajarita.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…