Leyendas del Mayab
XXI
UNA AGUADA MALDITA
A la vera de unos árboles de secas ramas y retorcidos brazos la aguada que se llama de K’awil en idioma indio, se abre casi inmóvil en el fondo de un recipiente natural como un ojo de agua, pero de agua muerta que el sólo verla produce una impresión de desagrado.
Cuando el viento sopla sobre ella, apenas si la riza y parece entonces que de su seno, que es obscuro y pantanoso, se desprenden como flébiles quejidos.
Los pájaros no acuden nunca a las ramas peladas de los árboles que la rodean, y cuando el indio tiene que pasar por aquel rumbo, lo hace siempre temeroso, prefiriendo, cuando puede, dar un rodeo mejor que aproximársele. Y jamás, aunque la sed lo queme, intentará beber de sus aguas.
Dícese que antaño había en el lugar un alegre poblado. Ya no hay nada en él, sino una devastación y soledad que afligen el alma. Todas las gentes que habitaban en los contornos abandonaron esos lugares desde que ocurrió la tragedia que aquí va a referirse. Por eso esa aguada está llena de misterio.
El indio sabe el porqué de ese misterio, conoce la tragedia, y tiembla al recordar la maldición.
Él sabe que las gentes de su raza son y fueron muy puros de corazón y de cuerpo, y que antaño el adulterio se castigaba con penas horribles. La aguada de K’awil es la mejor prueba. Y he aquí la triste historia del caso.
Hubo dos compadres, uno de ellos casado y el otro no, y tan amigos eran que siempre se les veía juntos cuando concluidas sus faenas regresaban a sus casas.
Pero la mujer es y ha sido siempre productora de grandes pasiones. Así ocurrió que la esposa del uno acabó por seducir al amigo y compadre de su marido, y enredarse con él en relaciones adúlteras.
Al principio, el esposo ofendido ignoraba todo y seguía brindando al traidor la amistad más fraternal, y lo recibía en su casa y lo sentaba a su mesa con el cariño de siempre.
Pero un día mientras iba de caza en pleno monte, el esposo oyó que un pájaro le decía: «vuelve», «vuelve», «vuelve».
Le dio un vuelco el corazón. Creyó que en su morada habría ocurrido alguna desgracia y se apresuró a volver, presentándose, naturalmente, cuando no se le esperaba. Y cuál no sería su sorpresa al encontrar a su mujer en brazos de su compadre.
Los adúlteros se llenaron de terror al verse sorprendidos y violentamente se alzaron del lecho del pecado y ganando el solar de la casa treparon a un árbol juzgando que así esquivarían el castigo que les esperaba. El indio es estoico en sus momentos de más infortunio y aun en la misma muerte. Él sabe que nada queda impune y confía en sus dioses de justicia. No se deja arrebatar y por eso confunden su aplomo y entereza en todo trance.
El esposo ofendido no se dio a perseguir a quienes lo habían traicionado, contentándose con lanzarles una maldición que convirtió al instante a los infelices en dos serpientes enroscadas al árbol en el cual habían buscado refugio, y tan adherida una a otra que por más que hacían no lograban desunirse. Ni lo lograron nunca.
Dícese que la mujer, viéndose en aquellas trazas, comenzó a llorar y a pedir perdón, pero el esposo, sin hacerle, caso optó por abandonar el lugar, destruyendo antes su choza, y desapareció para siempre.
Los adúlteros siguieron adheridos uno a otro enroscados al árbol; el hombre vomitando injurias al lanzar, las cuales los árboles dejaban caer sus ramas hasta quedar pelados, y la mujer llorando cada vez más, y tanto y tanto lloró que al fin sus lágrimas formaron bajo el árbol la aguada de K’awil. Tal es el origen de la siniestra aguada.
Agrega la tradición que un día, cuando ya se había formado la aguada, las dos serpientes cayeron sin desunirse hasta el agua y que allí se ahogaron. Se dice que durante muchos años existió aquel árbol donde los adúlteros expiaron su culpa, al pie de aquel depósito, y que en su corteza podían verse las huellas que dejaron las serpientes.
Aún hay quienes dicen que en las noches se oyen como lamentos muy hondos que salen del seno de la aguada, y que otras veces se escuchan blasfemias e imprecaciones. Ninguna gente se atreve a beber de esa agua que también parece corrupta, ni pájaro alguno se acercará a su margen a apagar la sed, pero sí es lugar de serpientes venenosas que van a beber de esa agua. Se las ha visto muchas veces.
Y también hay quienes afirman, poseídos de gran terror, haber visto salir de esa aguada, en noches de mucha sombra, como dos formas humanas adheridas estrechamente una a otra y debatiéndose con furia por separarse. Eso se dice, y se agrega por último que hasta que el esposo ofendido no regrese a aquel lugar a perdonar a los adúlteros no cesará el martirio de éstos. Que si esto ocurriese alguna vez, entonces la aguada se secará, los cuerpos podrán desunirse, volverán a reverdecer los árboles de los contornos y las aves volverán a cantar en sus frondas, volviendo todo a su mismo ser de antes de la tragedia.
Por eso el indio aunque desvía su paso al acercarse a la aguada de K’awil, de vez en vez procura mirarla, aunque de lejos, para observar si se ha secado.
Y mucha razón tiene el indio para temerle, porque la maldición ha alcanzado a varias personas. Dícese que cuando alguien pasa junto a la aguada recordando su origen, y hace befa y escarnio del marido burlado, como es costumbre en algunas gentes, se forma entonces en el agua como una tromba que alzándose a gran altura cae impetuosa sobre quien se burla, y absorbiéndolo lo arrastra al centro de la aguada en donde perece.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…