Editorial
Nuestro diccionario esencial de la “Real Academia Española” define a esta palabra como “Período del año en que es más fuerte el calor”, y agrega: “época más calurosa del año, pero que no se verifica hasta fines de agosto.”
Pues bien, con el debido respeto a los estudiosos académicos españoles, debemos mencionar que su definición está muy distante de la vivencia cotidiana de casi dos millones de habitantes de nuestra Península de Yucatán cuando, por estos meses alejados de la definición del lexicón, padecemos la dureza de un sol inclemente que, si bien sale para todos, afecta con mayor dureza a sus habitantes, la única -según nosotros los leídos y escribidos- que emergió de un lecho submarino en una posición distinta y exclusiva a las demás del planeta: si las otras regiones peninsulares en otros continentes emergieron con una posición sur, nuestra Madre Eterna, la Naturaleza, decidió que la nuestra lo hiciera con dirección hacia el norte. Caso especial y distinto en nuestro favor. Gracias históricas por ello.
Esta tierra generosa nos ha dado los elementos para alimentarnos, crecer y evolucionar, realizarnos y reencontrarnos con los valores esenciales de la humanidad.
El territorio, el clima, los duros medios para sobrevivir han probado nuestra voluntad de salir adelante. Lo hemos hecho a través de muchas generaciones, sin pausas y sin prisas, en convivencia histórica.
Eventualmente, nuestra voluntad, cohesión y fortaleza son sujetas a nuevas pruebas ambientales, de las que hasta ahora hemos salido bien.
La presencia de la canícula, año con año, nos ha unido como familia y sociedad. Hemos remontado cada prueba anual de la Naturaleza.
Con tales antecedentes se ha mantenido un apoyo mutuo como una línea constante y fija para vivir y convivir.
Que el calor ambiental, físico y espiritual continúen siempre entre nosotros.