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Paredes escritas

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José Juan Cervera

Entre las voces poéticas que han forjado una presencia intensa en la península del sureste mexicano, la de Ramón Iván Suárez Caamal es una de las más sobresalientes. Su larga trayectoria literaria muestra la potente calidad lírica que emana de su obra. Además de fecundo, es versátil en diversificar los tonos y las atmósferas que adopta en sus poemarios, y una nota particularmente significativa con que alterna su trabajo creador es su acompañamiento generoso del desempeño formativo de nuevas generaciones, orientadas a cultivar la palabra cortejando la pureza de su núcleo vital.

Nacido en Calkiní, Campeche, cualquiera de las piezas de su vasta producción bibliográfica concentra valores suficientes para llevar al lector al encuentro de sí en las letras de otro de quien, en este caso, hace de la memoria un campo en el que fluyen la nostalgia y la melancolía. Su libro Casa distante (Campeche, Universidad Autónoma de Campeche, segunda edición 2004) pone el acento en la conciencia infantil que se reafirma en su ambiente familiar, en que la casa y sus objetos representativos, las creencias populares y los hechos que se instalan profundamente en el recuerdo dan la pauta para expresar, de un modo terso y sobrio, un universo percibido en intuiciones frescas.

La vida cotidiana, ponderada en recuerdos de infancia, se desgrana en sensaciones y colores, en tragos amargos y en juegos ambiguos cuyo solaz formula incógnitas constantes. El tiempo es factor decisivo para entretejer evocaciones, así las estaciones del año y los rituales ligados a ellas suman nuevos significados; los acontecimientos cíclicos como la cuaresma y las fiestas patronales marcan con mayor nitidez el paso de los días, al modo de los puntos recorridos en el Viacrucis y los días para conmemorar a los muertos; pero también irrumpen sucesos que quiebran el orden conocido para instaurar uno distinto, tal como la llegada de un huracán, que todo lo trastorna pero en cambio deja las calles recién lavadas.

Es verdad que la casa protege a sus moradores de las inclemencias del tiempo, pero también es reconstituida en aproximaciones analógicas, mostrando su semejanza con el juego de lotería, que distribuye sus figuras tal como se organizan las estancias de la vivienda con sus objetos característicos: tinajas, roperos, santos de madera, paños, veladoras que pueden equipararse a las imágenes coloridas que componen la cartilla “que abre el gallo y cierra el corazón / de la suerte cantada con granos de maíz.”

Son varios los poemas que relacionan las paredes de la casa con la escritura, y alguno incluso con la expresión oral ya que, si las paredes oyen, también repiten lo que pasa en su interior porque no saben guardar secretos, así como el poeta revela cosas ocultas o muestra aquellas que se hacen evidentes de un modo inusitado. En general, la palabra es patrimonio de los objetos que reflejan los anhelos y los conflictos humanos.

La percepción del tiempo transcurrido se ejercita igualmente, proyectándose en las destrezas que simbolizan ciertos objetos dados, para así seguir nutriendo una identidad inscrita en el marco de la cultura comunitaria: “Un puño de sal protege nuestra fortuna, / un sorbo de miel nos dulcifica, / si tomas las tijeras serás sastre, / si el libro, hablarán las cosas; / si cordel y plomada, edificarás el mundo. / Si te quedas con las manos vacías, / largo será tu viacrucis, / se quebrará tu espejo en siete partes. / Para evitar el infortunio / está nuestra madrina, / árbol donde a horcajadas /decidimos lo que somos.”

De inmediato se observa que esta obra no se retrae en un burdo costumbrismo, ni se traduce en un desahogo artificioso y retórico. Su autenticidad radica en el atisbo de lo esencial, en la negativa de ofrecerse en un juego de palabras que traicione la reconstrucción semántica de su contenido, enfrentando al lector a un vaciamiento de sentido, a la inoperancia de los caminos cegados que no llevan a ninguna parte. Como genuino producto de la creación poética, transmite su fuerza persuasiva gozándose y haciendo gozar un impulso de vida.

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