Opinión
Edgar Rodríguez Cimé
El único artista meridano que retrató la venta de mayas, capturados en la Guerra de Castas o no, fue el dibujante e impresor José Dolores Espinosa Rendón en su olvidada, pero trascendente, obra La Indiera (siglo XIX), donde personifica a la dama encargada de traficar con nativos en el mercado Lucas de Gálvez (portada del libro Ciudad Blanca o ciudad de los blancos).
Llama la atención que no fue el dibujante y caricaturista yucateco Gabriel Vicente Gahona “Picheta” quien desafió el poderío ideológico y político de la Plasta Divina, perdón, Casta, en este impactante dibujo donde se muestra a una dama yuca blanca en plena venta de esclavos mayas encerrados cual animales en una jaula.
Posteriormente, en 1940, quien se ocupa de rescatar la imagen de Kan Ek es el escritor Ermilo Abreu Gómez –alegoría de la vida de niño y púber del héroe casi olvidado–, hasta que llegó el antropólogo norteamericano Robert Patch para desenterrar mediante entrevistas los trozos de historia más importantes que quedaban en la memoria colectiva de ancianos.
En un medio social dominado por pensamientos conservadores (de hacendados) siempre será mal visto hablar de derechos de los pobres, aún más defenderlos. Por ello, don Ermilo debió irse a la ciudad de Méjico para escribir su obra sin presiones ni bloqueos a la hora de publicarla. Él formaba parte de la progresista Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), junto con los hermanos Revueltas y otros comunistas de la época.
En la década de 1970 el pintor Fernando Castro Pacheco pinta en el Palacio de Gobierno los murales de la historia de Yucatán, aprovechando plasmar, entre otras escenas, la cruel tortura y muerte de Kan Ek por los criollos, llevada cabo en 1761 en la parte sur de la plaza grande, enfrente de la casa del Conquistador Francisco de Montejo; esta es la segunda imagen pública retratada por un artista yucateco, por cierto también formado en la Ciudad de los Palacios, de donde llegó para realizar esta obra maestra del muralismo mejicano. Muralismo de ruptura en una ciudad tan conservadoramente racista y clasista que todos sus héroes son criollos: general Lucas de Gálvez, general Manuel Cepeda Peraza, Justo Sierra, Francisco de Montejo (padre, hijo y sobrino).
A diferencia de escritores criollos como Roldán Peniche Barrera, el literato Joaquín Bestard Vázquez (+) creó su propio Macondo: el Beyhualé maya en el que su alter ego, Don Maximito, nos enseñaba valores, creencias y costumbres del milenario pueblo maya.
Pagó caro su atrevimiento de inspirar su obra cuentista en el pueblo maya cuando los intereses literarios de fama y prestigio de las nuevas generaciones apuntaban hacia una literatura universal, y no a una de huiros de pueblo.
A diferencia de Roldán, escriba oficial apoyado por gobiernos de derecha, priistas y panistas, mi maestro don Joaquín, para vivir, se vio obligado a trabajar (escribir) hasta el último día de su muerte, y aún después de ésta; digo después, porque -surrealistamente- siguió publicando cuentos breves un buen tiempo luego de irse a descansar bajo la gran ceiba, donde van los hombres buenos del Mayab.