Cultura
José Juan Cervera
Solo queda sumarse a la defensa de causas perdidas. Todos los esfuerzos en feliz despliegue lo son. Su resultado, deseado o no, acabará por contradecir cualquier empeño de la voluntad, incluso el mínimo extracto de energía que hace revolotear briznas de hierba marchita.
El instinto del ganador lo lleva a imaginar sombras que se alzan sobre carencias imbatibles.
El triunfo llega como barco a la deriva antes de naufragar. Alguien escrutará la playa tratando de recuperar despojos en olvido y alientos apagados.
La estática social prescribe ganadores y perdedores en posición fija. Su estado de inmovilidad es una figura de pensamiento que alguien sustituirá por otra.
Las batallas perdidas son aquellas que alguien busca para no volver a encontrarlas. Otros harán lo mismo creyendo haberlas ganado.
Quien pierde la cordura o la última reserva de su paciencia puede ganar unos gramos de peso o el pase infructuoso de su primera partida de ajedrez.
La cumbre de los ganadores desborda máscaras vistosas y maquillaje rancio. En sus alrededores se asienta una legión de antifaces discretos.
Las causas perdidas reservan galardones para lucirlos entre penumbras.
En los troqueles de la semántica gana el molde del embuste impuesto en moneda corriente que se desgasta al poco tiempo de circular.
Quien gana en primavera y pierde en invierno, en verano y en otoño renovará sus votos espontáneos a los ciclos naturales.