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Dzulo’ob, Los Blancos (Criollos, Mestizos y Libaneses)

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Opinión

Edgar Rodríguez Cimé

En 1500, los dzulo´ob en Europa imaginaban un mundo plano, hasta antes de Copérnico y Galileo. Mil años antes, en el apogeo de su cultura, nuestros antiguos abuelos concluían: el tiempo y el espacio son “cíclicos” (nuestra galaxia tarda 5,126 años en volver a alinearse igual que al Principio), como confirmarían brillantes científicos contemporáneos.

              Hace 500 años, los dzulo´ob llegaron en viejos barcos llenos no de gente ilustrada y culta sino, además de los pocos rudos marineros que aceptaron un viaje desconocido, aventureros, gente sin empleo, bandidos, vagabundos, gente brava e inculta. Venían a “conquistar” a una antigua civilización de sabios astrónomos, ahora en decadencia y dividida en 13 cacicazgos.

              Lo lograron con armas de fuego: cañones, fusiles y pistolas, y sus (fantásticos) jinetes armados –mitad bestia y mitad hombre–, desconocidos por los ancestros. Nos esclavizaron y nos impusieron lo suyo: religión, tradiciones, costumbres, nuevo idioma. Pero resistimos durante 500 años, y aún quedan valientes guerreros de nuestra nación. Dicen somos más de 500 mil, en Yucatán, y más de millón y medio en la península yucateca y Chiapas.

              Los dzulo´ob nos han contado su versión eurocentrista de la Historia. Hoy, con la visión multiétnica y pluricultural de nuestra herencia mesoamericana, la estamos reescribiendo. Cuesta trabajo porque la gran pira donde quemaron nuestra historia nativa, junto con h-menes sabios, se llevó lo escrito en códices, estelas, cerámica y rollos escritos.

              Políticos y autoridades religiosas se coludieron; unos taparon las crueles fechorías de los otros. Sin embargo, hubo diferencias en la Iglesia Católica: mientras el Obispo Diego de Landa cometía injusticas contra la civilización maya en nombre de la Santa Inquisición, otros misioneros más comprometidos con el evangelio de Jesús informaban a los Reyes de España (en el Archivo de Indias, en Sevilla, se reconstruyó la historia de Kan Ek por el CIESAS).

              La verdad histórica fue escrita por los dzulo´ob vencedores, mientras la versión nativa de la historia, la ciencia y su cultura, resultaban magia, superstición, atraso cultural. Much Holoch, Nachi Cocom (nombre que llevó alguna vez el hoy Paseo de Montejo gracias a la simpatía de un gobernador criollo), Kan Ek, Cecilio Chi, María Uicab o Felipa Poot resultan más personajes parecidos a bandidos buenos que a héroes nativos.

              Porque, hablando de héroes regionales, todos son españoles, criollos y mestizos: Diego de Landa / Francisco de Montejo (padre, hijo y sobrino) / Cristóbal Colón/ Justo Sierra / general Manuel Cepeda Peraza / general Lucas de Gálvez / Felipe Carrillo Puerto. Lo Maya se niega hasta en la publicidad: Blanca Mérida. 500 años de medios dzulo´ob lo han pintado todo de blanco: del judío Jesús a “Boxito” (“Negrito”) Plomero.

              Los fundamentos filosóficos de la civilización europea se encuentran en la cultura griega y romana, de donde proviene lo europeo como eje cultural, sin reconocimiento de la diversidad de naciones que le precedió y sucedió. De ahí en adelante, sus valores son judeo-cristianos con contenido cultural anglosajón, con el Reino Unido como comandante en jefe.

De 1,500 en adelante, con el devenir del capitalismo, Inglaterra, la reina de los mares, con su poderosa fuerza naval, se impuso en la carrera colonialista a las demás potencias. Ella, España, Francia, Portugal y anexas, se dividieron el continente americano para abrirle las venas económicas (Eduardo Galeano) y desangrarlo indefinidamente.

Esta injusticia cultural se repetiría en 1885, con el comandante alemán Otto Bismarck como comandante en jefe cuando, de nuevo en una mesa de negociaciones, las principales potencias políticas, militares y económicas europeas se volverían a dividir otro continente para saquear sus riquezas naturales y esclavizar a su gente: África, para beneficio de los blancos europeos.

En la primera película, Américo Vespucio, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Hernández de Córdoba, y Fulano Molina, hasta la última época de los hacendados explotadores de indios, representan la cadena humana de conquista y colonización en Yucatán. Don Trino Molina (+), ex patriarca del Club Campestre, el último eslabón de esa ominosa cadena racista y clasista.

Cuando en Méjico en 1917 triunfa la revolución a favor de los pobres, en Yucatán, desconectado del resto del país por tierra al no existir carretera, los oligarcas yucatecos la ignoran y continúan con su sistema de servidumbre con los indios. Por ello, los jefes revolucionarios mandan a un ejército comandado por el general Salvador Alvarado, para convencerlos por las buenas o por las malas.

Definitivamente fue por las malas, porque los hacendados arman su propio ejército con los mayas sumisos y enfrentan militarmente al poder revolucionario en el pueblo de Maxcanú, donde saldrían derrotados. Es, hasta entonces, que se comienza a hacer justicia social en Yucatán. Hasta 1916, con la instauración del socialismo yucateco como sistema social justiciero es cuando en Yucatán comienza la nueva era de libertad para la nación maya sojuzgada.

Al menos supuestamente, porque solamente fueron ocho años de justicia social en que se aprovecha para iniciar el reparto de tierras comunales arrebatadas por los dzules. Entonces, sicarios de los hacendados detienen, encierran y fusilan a Felipe Carrillo Puerto, ideólogo del socialismo yucateco, y hermanos.

Empieza la cacería de sindicalistas y feministas socialistas, Elvia Carrillo Puerto o Claudio Sacramento, Gregorio Misset y Manuel Durán (ferrocarrileros), hasta que en 1936 las fuerzas de los hacendados explotadores asesinan a los dos últimos dirigentes: Felipa Poot Tzuc, en Kinchil, y Rogerio Chalé, en X´cumpich, Izamal.

En efecto, existió un socialismo olvidado en Yucatán, como nos demostraron con su libro Francisco José Paoli y Enrique Montalvo. Existió y se rescató gracias a dos investigadores norteamericanos, Ben Falaw y Katleen Martin, la importante trayectoria de la lideresa socialista y feminista Felipa Poot Tzuc, del mismo modo que la figura de la reina y sacerdotisa María Uicab, como figura central de la larga “guerra de castas”, por Georgina Rosado y Carlos Chablé, cronista comunitario de Felipe Carrillo Puerto, ayer Chan Santa Cruz X ´Balam Naj.

              En el siglo XX, los descendientes de los hacendados henequeneros -con Trino Molina como cenit de la casta de criollos-, a pesar que aminoraban su poderío económico venido a menos, lograron mantener la hegemonía social racista y clasista como columna vertebral de la zoociedad yucateca, mientras otra etnia extranjera, los libaneses, acrecentaban sus fortunas con el comercio.

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