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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XVIII

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XVIII

 

Alrededor de las Anémonas

Comedia en tres actos

Son: MARÍA, JOSEFINA, JOSÉ, ANA, ALBERTO, EMILIO, MARCELA, MERCEDES, ÁLVARO Y ROSA.

Lugar: La casa de MARÍA y de JOSEFA, en Mérida, Yuc.

Tiempo 1er. acto: Miércoles de Ceniza.

Escenografía:

Primer término: la calle. Un poco atrás, subiendo tres escalones, la casa de MARIA y de JOSEFINA. A la derecha, mirando hacia el frente, un fragmento de la pared con una ventana enrejada, de hojas de madera, siempre abiertas. En el pretil de ésta, muchas macetas con plantas de todos tamaños y clases. Delante de ella, las ramas de un árbol cuyo tronco queda fuera de escena. El resto del frente, es el portal (al centro) y (a la izquierda) una terraza que termina en un cerco de plantas a la izquierda; y al fondo, en una pared que tiene (en el centro) una ventana del mismo tipo que la de la derecha: pero no practicable. Al frente del portal, solamente sugerida (el principio y el fin) cuatro columnas. Toda la orilla del portal (y de la terraza), está cubierta por macetas del mismo tipo y con las mismas plantas que en la ventana de la derecha. De la pared derecha sale otra que termina, haciendo ángulo recto, con la que hace el fondo del portal y el frente de la sala. Esta última tiene en el centro, una gran puerta, y debe ser (como las columnas del portal) solamente sugerida. La pared que parte de la ventana, se prolonga a través de la sala hasta el fondo del escenario, haciendo ángulo recto con la que cierra la cara. En la parte que pasa por la sala, una puerta que da a las habitaciones. La pared del fondo tiene una puerta (en el centro), a través de la cual puede verse el comedor, y detrás: parte del patio. A la izquierda, haciendo ángulo recto con la del fondo, otra pared que termina en una columna, cerrando la sala y dando principio al portal. La parte exterior de esta pared, con la ventana del fondo y el muro de plantas, forman la terraza. Todas las paredes están pintadas de blanco y, las que forman la sala, profusamente adornadas con retratos familiares e imágenes religiosas.

El mobiliario es el siguiente:

En el portal: cuatro mecedoras con los respaldos y asientos de tira de cuero. En la sala: a la izquierda, fondo, una mesita con un antiquísimo radio encima, justamente en el ángulo de las dos paredes. Alrededor de ella, tres sillas de mimbre y un pequeño sofá del mismo tipo. En primer término, una alta mesilla de pies de metal y cubierta de mármol con una imagen del Sagrado Corazón y una veladora frente a ella. A la derecha, fondo, dos sillones, un sofá y una silla con vestidura de algodón blanco con flores estampadas. Frente a éstos, una mesa con fragmentos de tela y cestos de costura encima.

ACTO I

 

Miércoles de Ceniza. Las diez de la mañana. La algarabía del Carnaval ha desaparecido y la calle está nuevamente tranquila y solitaria. Hay una ligera brisa que hace susurrar a las plantas y perder sus pétalos a las flores.

 

Al levantarse el telón, MARIA está en el portal, cortando una rosa con muchísimo cuidado. Tiene sesenta y nueve años y el pelo completamente blanco. Sin embargo, su aspecto es muy saludable. Es pequeña, maciza y camina con mucha soltura para su edad. Termina de cortar la flor y va a sentarse a una de las mecedoras con la flor en las manos, aspirando su perfume. Por la derecha, JOSEFINA se dirige hacia la sala. Tiene sesenta y ocho años y el pelo completamente negro. Es gorda, camina con mucha dificultad y usa lentes.

 

JOSEFINA: ¡No ha despertado todavía!

MARÍA: Ni esperes que se despierte. Debe de haber llegado tardísimo…. JOSEFINA: ¿Tú la sentiste llegar?

MARÍA: No; pero a las cuatro me asomé a su cuarto y todavía no estaba… JOSEFINA: ¡Por Dios Santísimo! ¡Qué barbaridad! Y ayer esta niña me estuvo diciendo que por la noche se iba a emborrachar. Eso debe de haber pasado.

MARÍA: Por Dios, Josefina, ni lo digas. No la creo capaz de algo así…

JOSEFINA: Pues yo sí. Estos días ha estado endemoniada.

MARÍA: Nada más lo parece. Ella habla mucho; pero yo sé que es muy seriecita y que siempre se porta bien. Álvaro, que en todos esos bailes la vigila mucho, me lo ha dicho.

JOSEFINA: Yo sé que ella no es capaz de nada malo; pero habla tanto…

MARÍA: Pero no empieces a disculparla inmediatamente. Lo malo contigo es que te escandalizas mucho; pero eres incapaz de llevarle la contraria en algo. Aunque nos duela, hoy tenemos que llamarle la atención. Está bajo mi responsabilidad, y yo no voy a permitir que mi nieta se pierda por nuestros mimos.

JOSEFINA: María, por Dios, no le digas nada. Va a escribirle a su papá y se la van a llevar.  Eso sería peor.

MARÍA: Entonces ya no sería culpa nuestra.

JOSEFINA: Pero nos quedaríamos solas. Acuérdate de lo mal que nos sentimos cuando pasó dos meses en México. Y allí sí que con el pobre de su papá hará lo que le dé la gana…

MARÍA: En el fondo ella es buena. Yo lo sé. Su base moral es muy firme; pero no hay que descuidarla. Hasta la mejor oveja se sale del rebaño cuando el pastor la descuida.

JOSEFINA: Pero ella no es oveja: es una muchacha.

MARIA: ¡Josefina! ¡Por la Virgen Santísima! ¡No seas tonta! Es sólo una parábola, como en el Evangelio. El padre Maldonado la dijo el domingo pasado en el sermón.

(Recordando con deleite.)

¡Es preciosa!

JOSEFINA: Me lo imagino. El padre, cuando quiere, dice unos sermones verdaderamente gráficos.

MARÍA: Sí, como que estudió en España…

JOSEFINA: ¿El padre Maldonado? ¡Qué va! ¡Aquí, en el seminario! Lo que pasa es que es muy inteligente.

MARIA: A mí, Lolita me dijo que había estudiado en España.

JOSEFINA: Porque ésa es una hispanófila de hueso colorado; pero te engañó. Yo sé que estudió aquí. ¿No ves que ni acento tiene…?

MARÍA: Está bien. Como tú digas. Hoy no quiero discutir. Así sólo perdemos el tiempo y nos apartamos del problema de Marcela, que es lo que debe importarnos.

JOSEFINA: En cualquier forma, la cosa ya pasó. ¿Qué piensas hacer?

MARÍA: Pedirle una explicación, y si no me demuestra que llegó con una señora como chaperona, castigarla, lo menos, quince días sin salir.

JOSEFINA: ¿Para qué te metes, María? No te va a hacer caso. Más vale no decirle nada y procurar que siempre haya alguien que la cuide. Ella ya quiere ser china libre y por todo se enoja…

MARÍA: Lo que me consuela es que iba con Alberto, que es un muchacho tan decente…

JOSEFINA: Eso no quiere decir nada. Hasta el más decente, si lo pisan, muerde. Y a Marcela últimamente le ha dado por pisar a todo el mundo.

(Pausa.)

¡Y se ha puesto tan bonita!

MARÍA: (Suspirando) Sí; cada día se parece más a mi pobre hija. A veces, cuando la veo salir tan vestidita, tan graciosa, tan llena de vida, me parece que es a su madre y no a ella a la que estoy despidiendo.

JOSEFINA: (Muy triste.) Es cierto… ¡Quién iba a decir que nosotras seríamos las que íbamos a tener que ocuparnos de su hija! Ella siempre tan alegre, tan llena de vida… Todavía recuerdo, como si fuera ayer, cuánto se reía la pobrecita…

MARÍA: En eso, Kela es igualita a ella..

JOSEFINA: ¡María! ¡Por favor! Acuérdate de que ella no quiere que le digamos así…

MARIA: Ahorita no va a oírme, y yo no puedo llamarla de otro modo.

JOSEFINA: Pues tienes que poder… Luego se te sale delante de ella y se pone furiosa.

MARÍA: ¡Quién nos iba a decir, cuando la cargábamos, que iba a salir tan respondona! ¿Verdad?

JOSEFINA: ¿Te acuerdas de los hoyuelos que le salían cuando se reía?

MARÍA: ¿Cómo no me voy a acordar? ¡Era graciosísima!

JOSEFINA: Y sigue siéndolo. Eso no lo puedes negar. Será todo lo voluntariosa que tú quieres: pero como graciosa, vaya que si lo es. Ninguna de sus amigas le llega al tobillo.

MARIA: Es verdad; es la más ingeniosa de todas.

JOSEFINA: Y la más bonita…

MARIA: Y la más inteligente y la mejor vestida..

JOSEFINA: Si, porque la famosa Graciela será lo que tú quieras… pero es una cursi.

MARÍA: Eso ni lo dudes. Fíjate que su abuela le escoge los vestidos, y tú sabes que la pobrecita siempre fue una paya. Yo no quiero hablar mal de nadie; pero para qué más que la verdad…

JOSEFINA: En cambio, para que veas, Ana me gusta mucho…

MARÍA: A mí también. Además, es muy seriecita. Todas las mañanas comulga a mi lado y a la salida, siempre se queda un ratito platicando conmigo. Lo único malo es que no he podido convencerla de que debe hacer que Marcela la imite.

JOSEFINA: Ella iría, si no fuera tan dormilona…

MARÍA: No empieces a defenderla: ésa no es disculpa. La mejor señal de que una muchacha es buena es verla comulgar seguido.

JOSEFINA: No pensarás que Marcela no lo es.

MARÍA: ¡Dios me libre! Si pensara eso ya estaría loca de desesperación; pero me gustaría verla comulgar más seguido.

JOSEFINA: Si ella no lo hace, es por flojera y nada más. Yo sé perfectamente que es muy buena.

MARÍA: Y yo también. No me malinterpretes. Nosotras nunca debemos ni pensar mal de ella. De los malos pensamientos nacen los chismes. Yo nunca olvido eso. El padre Rentería lo dijo en un sermón.

(Pausa. Suspira.)

¡Pero me gustaría que comulgara más seguido!

 

Por la derecha entra JOSE, montado en una bicicleta. Desmonta rápidamente, deja la bicicleta apoyada en el barandal y sube corriendo. Tiene aproximadamente trece años. Es alto, fuerte y muy alegre; pero a veces es sumamente infantil.

 

JOSEFINA: ¡Jesús! ¡María y JOSÉ! ¡Llegó el huracán!

JOSÉ: (Abrazándola, besándola y haciéndole toda clase de cariños.) ¡Qué pasa, tía Chepa? Mi tocaya adorada.

MARÍA: (A JOSE.) ¿Qué horas son? ¿No deberías estar ahorita en el colegio? Si te ve tu papá se va a poner furioso.

JOSÉ: (Besándola.) ¡Pero, abuelin! ¿No ves que es Miércoles de Ceniza? No hubo clases. Es día de fiesta. ¿En qué mundo vives? ¡Todavía tienes la ceniza en la frente y no te acuerdas ya de que te la pusieron!

MARÍA: Es verdad. (Triste.) Ya no tengo memoria para nada…

JOSÉ: Eso no es cierto. Bien que te acuerdas cuando saco malas calificaciones.

(A JOSEFINA.)

¿Tienes galletas en tu ropero!

JOSEFINA: Si: pero no te cojas muchas. Tienen que durar hasta la otra semana.

JOSÉ: No te preocupes. Yo le traigo más, después. En mi casa hay cerros….

(Pasa por el portal y sale hacia adentro por la izquierda)

MARIA: ¡Es un diablo! Sus hermanos no eran así. Me acuerdo perfectamente. JOSEFINA: No, pero tampoco eran tan cariñosos como éste. Yo lo prefiero así.

MARIA: Yo también.

JOSEFINA: (Recordando se levanta, muy asustada.) ¡Virgen Santísima! Este loco va a despertar a Marcela.

MARIA: ¿Y qué tiene? Ya es hora de que se levante.

JOSEFINA: No; pobrecita. Si llegó tarde, tiene que dormir, si no, se va a poner toda ojerosa y la gente murmura… Acuérdate de lo que le pasó a la pobrecita hija de Beatriz, que, porque siempre tenía ojeras, la empezaron a acusar de quién sabe cuántos vicios. Hay que tener cuidado. Aquí, la gente es muy mala.

MARIA: ¡De mi nieta nadie va a hablar mal! ¡Nunca!

JOSEFINA: Eso es lo que tú crees. Cuando menos lo pienses, hasta hijos secretos le van a inventar.

MARÍA: ¡Josefina! ¡Por Dios! ¿Quién le ha visto la barriga?

JOSEFINA: Tienes razón.

 

Vuelve a sentarse, tranquilamente. Entra JOSÉ. Trae una enorme bolsa en los brazos. Toma uno de los sillones, al pasar, y lo arrastra hasta el portal. Se sienta y comienza a columpiarse a toda velocidad. MARIA lo contempla, embelesada.

 

JOSEFINA: (Horrorizada, Fingiendo enojo.) ¿Por qué te las trajiste todas? Te dije que son para toda la semana.

JOSÉ: Pero, tía Chepa, si no voy a comérmelas todas. Ni que fuera dragón. Las traje porque no encontré en qué poner las que me voy a comer.

JOSEFINA: Hubieras pedido un plato en la cocina. No me gustan los niños desobedientes, además, ¡ya sabes que te tengo prohibido que me digas Chepa!

JOSÉ: (Riendo.) Entonces ¿por qué te pusieron Josefina?

JOSEFINA: ¡Porque así se llamaba mi abuela y porque es un nombre muy bonito! ¿No te parece?

JOSÉ: ¡Cómo no, tía! Yo no digo nada… me encantan tus galletas.

JOSEFINA: Sí; ya lo sé; pero no voy a dejar que te las comas todas. Te lo advierto.

MARÍA: Josefina, por Dios; pareces niña, tú también.

JOSEFINA: ¿Tú crees que este grandulón es niño, todavía? Bien que sabe lo que hace. Viene a saludarnos solamente por las galletas…

JOSÉ: (Metiéndose un puñado de galletas a la boca.) Eso no es verdad… también vengo por las Coca-Colas.

(Ríe, las besa.)

Y porque las quiero mucho.

(Pausa)

¿Me dan una Coca? Tengo la boca seca.

JOSEFINA: Todas las que quieras. Están en el refrigerador. Busca una bien fría.

 

JOSÉ deja las galletas en el sillón y sale.

 

MARIA: No debemos dejar que haga lo que quiera. Lo estamos malacostumbrando. Si su papá se entera, nos va a regañar.

JOSEFINA: ¿Qué importa? Pobrecito. Déjalo que goce. El año entrante lo mandarán seguramente a esa porquería de Academia Militar en los Estados Unidos y allí no podrá hacer nada.

MARIA: Pero, si a ellos les encanta ir. Álvaro me contó que ya estaba estudiando mucho porque tiene miedo de perder el año y de que no lo manden.

JOSEFINA: Entonces, por eso mismo. Que se divierta, ahora que no hay clases.

 

JOSÉ entra nuevamente tomando una Coca-Cola por la boca de la botella.

 

MARÍA: Te vas a atragantar. Espera a estar sentado.

JOSÉ: No abuelín. No te preocupes. Siempre la tomo así.

 

(Se pone la bolsa de galletas entre las piernas y comienza a columpiarse nuevamente, mientras come y da tragos a la botella.)

 

MARÍA: No entiendo cómo no engordas con todo lo que comes.

JOSÉ: Mi mamá dice que es porque tengo solitaria y también lombrices y no sé cuántos bichos más.

JOSEFINA: Por eso tienes hambre todo el día…

JOSÉ: Pues si es así, me alegro de tenerlos.

JOSEFINA: No sabes lo que dices. La solitaria se sube al cerebro y te come los ojos.

JOSÉ: (Asustado) ¡No es cierto!

MARÍA: Eso es, no lo creas. Son puras mentiras de tu tía.

(A JOSEFINA.)

No veo qué necesidad tienes de decir esas cosas. ¿No ves que lo asustas?

JOSEFINA: Pero, si es verdad…

MARÍA: ¿Sabes de alguien a quien le haya pasado algo así?

JOSEFINA: (Pensándolo.) No…, pero….

MARIA: (Interrumpiéndola.) Pero nada. Ésos son cuentos de criadas ignorantes.

(A JOSE.)

Tú, que estudias tanto, debes saber que no es verdad.

JOSÉ: Yo no sé… la Botánica no es mi fuerte.

JOSEFINA: ¡Niño! ¡No es Botánica! ¡Es anatomía!

MARÍA: Peor estás tú… es Zoología.

JOSÉ: Pues sea lo que sea, no es mi fuerte.

MARIA: ¿Cuál es tu fuerte, entonces?

JOSÉ: El foot-ball.

MARIA: Muy mal dicho. Tú sabes que si te pasa lo que el año pasado y vuelves a reprobar no irás a los Estados Unidos. ¿No te interesa eso?

JOSÉ: ¡Claro que me interesa! Mis hermanos escribieron que allí no se estudia nada. Ellos sólo llevan tres materias, y una de ellas es mecanografía. ¡Imagínate! Yo no me pierdo de esos años de vagancia por nada del mundo. Además, dicen que todos los sábados hay baile en un colegio de monjas que está cerca y que allí hay unas muchachas re-chulas y re-locas, ¿tú crees que yo me voy a quedar aquí?

MARÍA: No puedo creer que en un colegio de monjas se permita nada de eso…

JOSÉ: Pues eso escribieron ellos. Yo no sé si sea verdad…

JOSEFINA: ¡Esos americanos son capaces de cualquier cosa! ¡Yo sí lo creo!

MARÍA: Los católicos son iguales en todas partes del mundo. Y las monjas, aunque sean americanas, no pueden permitir nada de eso. Si es verdad, serán monjas protestantes.

JOSÉ: Eso debe ser.

JOSEFINA: Y tú ¿ya sabes bailar?

JOSÉ ¡Qué va…! (Piensa) ¡Pero allí me enseñan las gringuitas! ¡Mejor todavía!

MARÍA: Tú tienes que ir pensando que vas a estudiar, no a divertirte. Tu papá hace un gran sacrificio al mandarlos a ese colegio tan bonito y todos ustedes sólo deben pensar en corresponderle como se merece. Además, primero que nada, tienes que ocuparte de pasar de año aquí. Si no, no sólo no irás a ningún lado, sino que te pasarás todas las vacaciones castigado como el año pasado. Acuérdate de cómo llorabas, viendo lo mucho que se divertían tus hermanos.

JOSÉ: (Convencido, muy serio.) Sí, abuelin…

MARÍA: (Poniéndole una mano sobre la rodilla.) Así me gustas; seriecito. Cuando estás así, me recuerdas mucho a tu papá cuando tenía tu edad…

JOSÉ: (Orgulloso.) Si abuelin…

 

Por la calle pasa una señora.

 

SEÑORA: Adiós, doña María.

JOSEFINA: Adióooos…

MARÍA: Adióooos…

JOSÉ: ¿Quién es?

MARÍA: ¿No la conoces? ¡Si vive junto a tu casa! Es Enriqueta Valle, la mamá de Quiquito Valle, la esposa del señor Valle, ése que es un borracho.

JOSÉ: ¿Enrique, el que tiene un tío así? (Tuerce la boca y cierra un ojo.)

JOSEFINA: Si, pero no lo imites, que te puede dar un aire y te quedas así. El pobrecito está así porque su papá es un borracho tremendo. Tú no sabes cuánto ha hecho sufrir a la pobrecita Queta. Primero le gastó todo su dinero y ahora él casi no gana nada porque se pasa el día en las cantinas y la pobre Queta tiene que costurar para completar el gasto.

Ha sufrido muchísimo; por eso está tan avejentada. Porque, así como la ves, no debe tener más de cuarenta o cuarenta y dos años; pero el hombre ése le ha sacado canas verdes y eso que era de las mejores familias. Uno nunca puede saber; cree que ha escogido muy bien y ya ves lo que pasa. Y eso no es nada, además de tu amiguito ése del tío, tiene otro hijo que está idiota, el pobrecito; muy guapito pero idiota. No puede casi ni hablar, y siempre está todo babeado. Un horror. Y todo por las borracheras del padre. Por eso tú tienes que agradecer siempre a tu papá que haya sido tan cuidadoso en su juventud.

MARÍA: ¡Josefina! El niño no tiene por qué saber esas cosas.

JOSEFINA: ¿Y por qué no? Si todo el mundo lo sabe…

MARÍA: En cualquier forma, tú no debes contarlo. Cada quien con su vida y en el error lleva la medida.

(Piensa)

¡Qué bonito! Acabo de inventar un refrán.

JOSEFINA: ¡Ay, María! Y es precioso. Voy por un papel para apuntarlo.

JOSÉ: Aquí tengo uno, con lápiz y todo. (Se busca en las bolsas, pero no encuentra nada.)

¡Ya lo perdí!

MARÍA: No importa. Ya me lo aprendí de memoria. Esas cosas no se olvidan.

JOSÉ: (Pensativo) Oye, tía: ¿y cómo es que las hijas de tío Luis, que también es un borracho, no son idiotas?

MARÍA: (A JOSEFINA.) ¿Ya lo ves? Por eso no se deben contar esas cosas…

(A JOSE.)

¿A ti quién te dijo que tío Luis es un borracho?

JOSÉ: Me lo han contado, y además yo lo he visto.

MARÍA: Estaría festejando algo. Su santo, o algo así: pero tu tío Luis no es ningún borracho.

JOSÉ: Pues todo el mundo dice que sí.

MARÍA: Son puros chismes y tú no debes creerlos. En nuestra familia no hay borrachos.

JOSÉ: Si tú lo dices….

MARÍA: Yo lo digo porque lo sé… y debes creerme.

JOSÉ: Si, si te creo…

MARÍA: Bueno, está bien. Pero nunca digas cosas como ésa. Desprestigias a tu tío y te desprestigias a ti mismo.

JOSÉ: Está bien, abuelín. No volveré a hacerlo. Te lo prometo.

MARIA: Eso… así me gusta. Debes procurar ser siempre un buen niño para que tu papá esté contento.

JOSEFINA: Él ya lo es.

(A JOSE.)

¿Verdad que sí?

JOSÉ: Si, tía.

JOSEFINA: Pues entonces, demuéstralo y deja ya de comerte las galletas. Ya casi te las acabaste.

JOSÉ: ¡Caray, tía! Yo no lo decía en ese sentido.

JOSEFINA: No importa. Obedece y llévalas a mi ropero.

JOSÉ: (Resignado) Está bien, ti…

(Se levanta y sale con la bolsa. Pausa. Se asuma por la puerta y pregunta.)

¿Puedo tomar otra Coca?

JOSEFINA: (Volviéndose) No. De ninguna manera. Después, tu mamá se queja de que en casa no comes y eso es porque tienes la barriga llena de gas.

JOSÉ: Nada más una, tía. Tengo la boca seca.

MARÍA: Está bien, tómala: pero después no digas en tu casa que ya comiste acá. JOSÉ: No, abuelin. Gracias,

 

(Sale por la derecha)

 

JOSEFINA: ¡Luego dices que yo soy la que lo consiente!

 

Por la izquierda entra ANA… tiene aproximadamente, dieciocho años. No es fea, ni bonita; ni gorda, ni flaca. Simplemente, pasa desapercibida. En la mano trae mantilla y grueso misal.

 

ANA: (Subiendo al portal.) Buenos días.

MARÍA: ¿Qué pasó, Ana?

JOSEFINA: ¿Qué tal, linda? ¿Vienes por Marcela?

 

ANA llega hasta ella y la besa.

 

ANA: Sí.

MARÍA: Pues fíjate que la muy floja no se ha levantado todavía…

ANA: No me extraña. Debe de haber salido tardísimo, del baile.

JOSEFINA: ¿Tú saliste antes que ella?

ANA: Si. Y cuando yo salí ya eran las cuatro. Así que ella debe haber salido casi amaneciendo….

MARIA: (A JOSEFINA) ¡Te lo dije!

(A ANA)

¿Y no sabes, por casualidad, con quién se quedó?

ANA: No. Pero estaba con Emilio Rodríguez. Así que debe de haber regresado con él y con su hermana, la casada.

JOSEFINA: Menos mal…

MARÍA: Y ¿cómo es que estaba con ese muchacho? Ella salió de aquí con Alberto y todo su grupo.

ANA: Creo que a medio baile, lo dejó…

JOSEFINA: ¡Qué barbaridad! ¡Pobre muchacho! ¡Tan educado que es! Y que conste que no lo digo porque sea tu primo, sino porque realmente lo creo. Yo, en eso, soy muy sincera.

ANA: Esta vez, Marcela tuvo toda la razón. Me parece que fue él, quien le hizo una grosería.

Esta niña no tiene remedio, María.

JOSEFINA: ¿Qué le hizo?

ANA: No sé. Eso fue lo que ella me dijo. Pero yo no vi lo que le hizo.

MARIA: Tendremos que averiguarlo. Marcela tenía la obligación de regresar con él. Yo le di permiso de ir sólo porque iba con tu primo…

 

Entra JOSÉ. Al ver que ANA está allí, se turba visiblemente. Duda un momento, después, decidido, camina hacia ellas.

 

JOSÉ: (Deteniéndose sólo unos instantes, besa a MARIA y a JOSEFINA) Bueno, me voy. Ya es tarde.

(A ANA) Hola.

ANA: (Sonriendo.) ¿Por qué tanta prisa? ¿Estás enojado conmigo?

 

JOSÉ sonríe sin saber que decir.

 

MARIA: Quédate a acompañar a Ana un momento, mientras yo voy a despertar a tu prima.

JOSÉ: No abuelin. No puedo. Ya es muy tarde. Me tengo que ir. Adiós.

(Toma su bicicleta y sale rápidamente)

JOSEFINA: ¿Qué le pasó? Estaba francamente asustado. ¿Habrá hecho algo en la cocina?

ANA: (Riendo.) Yo sé lo que le pasa: tenía miedo de que yo les hubiera contado lo que hizo ayer junto con mi hermano.

MARÍA: ¿Qué hicieron?

ANA: Nada malo. Cosas de chiquillos. En la batalla de las flores, salieron con un grupo grande en un camión de carga y le tiraron huevos podridos a un policía que, como es natural, los metió a la cárcel. Mi papá tuvo que ir a sacarlos.

JOSEFINA: Mira nada más, a la cárcel y todo… y tan inocentito que se presentó aquí.

(A MARIA)

¿Ya lo ves?…Yo siempre te he dicho que es un diablo… Ya puedes decir que tienes un nieto ex presidiario…

MARÍA: ¡Qué vergüenza! Si su papá se entera se va a poner furioso. Él que es tán recto en todo.

ANA: No tiene importancia, doña María. A su edad, todos los muchachos hacen cosas así.

MARÍA: Eso no quita que esté mal hecho, Anita. Los muchachos son como los árboles: hay que cuidarlos desde chicos para que el tronco no se les tuerza… Y si se les descuida y crecen torcidos, es inútil tratar de enderezarlos.

ANA: Pues no creo que en Mérida haya ningún muchacho al que no le haya pasado algo así durante el Carnaval. Mi primo Alberto, por ejemplo, que ahora es tan serio, de chico era un diablo… y ya lo ve.

JOSEFINA; Dios quiera que José salga como tu primo. Es tan raro encontrar, aquí, un muchacho como él, que no se emborrache, ni tenga mujeres de esas que se venden… Si Marcela no es tonta, debe aceptarlo cuanto antes. ¿No crees?

ANA: Eso es cuestión de gustos. Yo, francamente, dudo mucho que Alberto le guste a Marcela.

MARIA: ¿Te ha dicho algo?

ANA: No. Pero la conozco, y además, me parece que ayer estaba muy contenta con Emilio…

MARÍA: ¿Qué Emilio es ése? ¿El hijo de Sylvia Cámara?

ANA: Sí, el tercero.

JOSEFINA: Pero si me han dicho que es muy borrachito y que además, no hace nada…

ANA: Estudiaba en México…

MARÍA: Pero lo dejó…

ANA: Si, porque estaba enfermo. Pero tengo entendido que iba muy bien…

MARÍA: Fíjate nada más. Peor todavía. Un hombre sin salud no sirve para nada. Y este, de lo que estaba enfermo era de los pulmones. ¡Imagínate!

JOSEFINA: Estos hijos de Sylvia siempre han salido muy enfermizos!

ANA: Él ya está curado… y este año volverá a estudiar…

MARÍA: ¡Qué bueno! Así se le quitará de la cabeza a Kela. Porque bien-bien… no creo que quede nunca…

JOSEFINA: A lo mejor sólo lo está usando para darle celos a Alberto ¿verdad, Anita?

ANA: Yo, francamente, no sé nada doña Josefina. Hasta antes del Carnaval ni siquiera los había visto juntos…

JOSEFINA: Dios quiera que no se encapriche. A esta niña, cuando se le mete algo en la cabeza, no hay quien se lo saque.

MARÍA: Hablando francamente ¿a ti qué te parece el tal Emilio?

ANA: A mí, muy simpático. Aunque es un poco grosero…

MARÍA: No me extraña nada. Su mamá es muy buena; pero nunca ha sabido educar a sus hijos. Los ha dejado como a las vacas: sueltas.

JOSEFINA: Es muy cierto: yo siempre lo he dicho.

(Pausa.)

Y tú, que ibas tan bonita ¿con quién estuviste?

ANA: (Se turba.) ¿Yo?… pues… este… (Súbitamente decidida.)… con Jorge Peón…

MARÍA: ¿El hijo de Alicia? ¡Qué bien! Te felicito. Es muy buen muchachito. ¿Te está enamorando?

ANA: Si, desde hace mucho. Pero yo no me he decidido. No sé por qué no termina de gustarme. Él me ha insistido mucho, pero….

MARÍA: Pues no seas tonta: decídete. Él es muy seriecito… te convendría…

ANA: Sí; lo sé. Probablemente lo haga. Hay que resignarse a perder la libertad. Aunque a mí me gusta tanto andar sola, en fin… ya veremos….

MARÍA: Ojalá que pronto puedas decirme que ya son novios.

ANA: (Con toda el alma.) ¡Ojalá!

(Recuperándose.)

Me ruega tanto, que tal vez lo acepte.

(Pausa. Se levanta.)

Voy a ver si levanto a Marcela. Todavía tenemos que ir a tomar ceniza…

MARÍA: Ándale, pásale… Sería capaz de quedarse dormida todo el día. ¡Es tan floja!

 

ANA entra a la sala y sale por la derecha.

 

JOSEFINA: ¡Es una muchacha excelente!

MARÍA: Sí. Me encanta que sea amiga de Marcela. Al menos, sabemos que yendo con ella, está segura.

JOSEFINA: ¿Tú crees que a Marcela le guste ese Emilio?

MARÍA: No lo sé; pero sería muy tonta… si así fuera. Ese muchacho está tísico. JOSEFINA: ¡Qué barbaridad! estás segura? Yo sabía que sólo era anemia… MARÍA: Segurísima. Me lo dijo el doctor Méndez, que era el que lo atendía. Llegó a verse malísimo. Inclusive pensaba que no se salvaría. Sólo gracias a sus cuidados pudo reponerse.

JOSEFINA: ¡Qué pena! Tan guapo que es. Porque sea lo que sea, guapo sí es. Como todos los hijos de Sylvia.

MARÍA: Pero éste no salió a Sylvia. Salió al papá.

JOSEFINA: ¿Cuál de los Rodríguez es el papá? ¿José?

MARÍA: No; Enrique. El segundo. El que hace mucho tiempo enamoraba a la mamá de Anita…

JOSEFINA: Pues era muy guapo, también. Alto, muy plantado. Lo recuerdo perfectamente.

MARÍA: Todo eso es verdad; pero también era muy borracho.

JOSEFINA: Y mujeriego. Todavía me acuerdo de sus escándalos; pero desde que se casó, cambió por completo. En cambio, el abuelo de Alberto… ya ves; todavía tiene querida y con todo cinismo vive con ella.

MARÍA: Pero el papá es muy serio y Alberto salió a él. Trabaja mucho y creo que hasta ya tiene un buen capitalito. De escoger entre él y Emilio, yo me quedaría indiscutiblemente con aquél.

JOSEFINA: Tú, si,pero ahora hay que ver lo que piensa Marcela.

MARIA: Eso sí, Como ella se decida por el otro, de nada servirá lo que le digamos. JOSEFINA: Después de todo, María, yo creo que nos preocupamos demasiado. Estos no son los primeros que enamoran a Marcela y hasta ahora, ya ves, a ninguno le ha hecho caso.

A lo mejor tampoco ahora está en serio…

MARÍA: Eso sería más grave, todavía. Marcela anda mariposeando de un lado a otro y se va a desprestigiar.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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