JORGE PACHECO ZAVALA
La era de la tecnología ha descoyuntado (quisiera creer que para bien) la ética pragmática del escritor.
En los tiempos del ciberespacio se ha hecho patente la separación entre las motivaciones o intencionalidades, tanto internas como externas, de los escribientes, escribidores, escritores, narradores o contadores de historias.
En tiempos pandémicos, cuando todo mundo parecía guardarse y guardar silencio, fuimos sorprendidos como nunca por una vorágine de apariciones literarias: de pronto todos querían decir algo sin que necesariamente tuviesen algo qué decir.
En buena medida, en eso radica la diferencia entre un escritor y otro. Unos escriben para cerrar el ciclo de vida, pues al acto de plantar un árbol le sigue tener un hijo, así que el libro forma parte de los tres deseos disfrazados de propósitos. También hay quienes escriben porque es imperante hacerlo, porque de otro modo se corta el suministro de vida. Es pasión, contemplación y armonía. Es tan simple que resulta difícil de explicar que no se trata de musas volando por los ambientes, sino que son los ambientes generados por el mismo autor los que lo impulsan a ser creativo, a salir de su zona literaria de confort.
Pero del otro lado están los advenedizos, los que llegan para escribir sólo de paso. Los que por oficio, como dijera Raymond Chandler, “vomitan palabras más por el hábito que por la pasión.” De esos hay muchos, lo sabré yo que llevo más de veinte años impartiendo y coordinando talleres literarios.
Los aspirantes serios a escritores respiran letras y transpiran palabras; ven una historia digna de ser contada en cada esquina; piensan en imágenes y suspiran por la historia que quisieran leer, pero que nadie ha escrito aún. Son aventureros y temerarios corsarios de la prosa y la poética; nada les impide sumergirse en las profundidades y hacer del proceso creativo su hábitat natural.
Si no eres de estos, mejor no escribas o, como dijo alguna vez Charles Bukowski: Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas.
Buenísimo y muy cierto.
Uhhhh!
Con las citas de Chandler y Bukowski me di cuenta a que tipo de pasión se refiere el autor de esta columna.