III. Fervor
En el centro alquímico del fuego, para que perdure la llama poética, ha de alumbrar una mirada que sólo en (a) sí misma pueda realizarse, asumirse y consumarse, iluminando al lector, y así repartirse en las aguas incendiadas del poema.
Fulgor en espiral rehace,
al fervor tuyo, nuestro mundo.
Con tus libros, maestro,
verso al hombro, camino,
y converso, y mis pasos mido,
y voy deshilvanando el deseo
solar de tu palabra:
No cesará el tiempo del amor.
Amigo don Rubén Bonifaz:
los enigmas de este mundo,
y de otros, cuando los oigo
en tus ojos, son diáfanos,
y afables: ya comarcas sonoras:
este enjambre radiante
de palabras que ocupas
al nombrarnos.
El amor llega, nos contempla y pasa.
Mas este sol revive por prodigar el oro
de las horas tenidas en su manto.
Así perdura en su luz y nos impone
joyas, guirnaldas de alegría.
Con tu corona de palabras magnéticas,
donde juegan su suerte el fervor y el asombro,
nos devuelves el dolor, la alegría,
el esplendor y la furia terrenales,
la gloria de estar vivos, y los mundos
que palpitan en las alas del lenguaje,
destierras sonidos sin sentido;
calcinas la miseria de espíritus vendidos;
alumbras con miradas del fuego;
iluminas los límites de la aventura humana,
los anhelos de luz y de absoluto,
el desgaste del alma por la vida;
nos devuelves el habla, el cuerpo, los deseos,
y la vida y la muerte; nos lo devuelves todo.
Y confiesas, llorando, en nuestro oído,
palabra por palabra, todo lo que nos pasa.
Para que lo cuenten y lo canten
los hombres a los hombres.
Para que no se borre el canto,
el fuego, la hermandad, la hermosura.
Y te vemos y oímos
vivir en tus palabras.
Toluca; marzo-abril de 2010.
Raúl Cáceres Carenzo
Continuará la próxima semana…