Una de las cosas más afortunadas que te pueden suceder en la vida es tener una infancia feliz.
Agatha Christie
La depresión es una condición médica que hoy por hoy afecta entre el 12 y 20% de las personas adultas de entre 18 y 65 años en México.
Detectar una depresión es más visible en un adulto pues, como tal, tiene mayor capacidad para expresar sus sentimientos de una manera más clara y directa. En el caso de los niños este padecimiento es más complicado de diagnosticar. Si bien los síntomas de una depresión en adultos – la fatiga, tristeza profunda, alteración del sueño, pensamientos suicidas y desórdenes alimenticios – son más fáciles de identificar, en los niños estos aspectos pueden estar presentes o no, de acuerdo al nivel emocional y capacidad de expresión de cada infante.
Los problemas en el trabajo, la economía, la pareja y el estrés pueden conducir a una persona a desarrollar un cuadro depresivo. Los niños, por su parte, pueden ser propensos genéticamente a presentar desequilibrios emocionales, unidos a alguna historia de abuso, separación, bullying o cualquier evento traumático. Se ha visto que incluso la pérdida de una amistad puede ser tan significativa para el niño que esto le genere síntomas depresivos.
En el ámbito de la psiquiatría, cuando un trastorno mental aparece a temprana edad es de mayor complejidad, ya que los tratamientos médicos y terapéuticos son más difíciles de monitorear, pues el niño o pre adolescente está en desarrollo y el cerebro está en constante cambio, lo que genera dificultad en el tratamiento con antidepresivos y psicoterapia.
A diferencia de los adultos, los niños manifiestan la depresión con comportamientos agresivos: la tristeza y el llanto pueden estar presentes en forma de berrinches constantes, comportamientos desafiantes, o agresiones físicas contra su familia o compañeros de la escuela.
Un signo clave para tomar en cuenta es el repentino descuido en el rendimiento escolar: un niño que antes disfrutaba de prestar atención en clase o realizar las tareas se torna en un niño apático y renuente a las actividades escolares.
La depresión en los niños es notoria cuando los pequeños dejan de jugar: un niño que no juega es un niño que se encuentra en una etapa severa de la depresión y en una profunda tristeza.
Entre las causas que pueden llevar a un niño a deprimirse están:
Factores biológicos. Los neurotransmisores en el cerebro responsables de la regulación de los sentimientos, como la Serotonina o Noradrenalina, se presentan en niveles bajos, lo que ocasiona que los pequeños sean propensos a desarrollar una depresión.
Factores genéticos. Los estudios familiares que evalúan hijos de padres deprimidos han verificado que la posibilidad de que éstos lleguen a desarrollar el trastorno es entre 3 y 6 veces más elevada, en comparación con niños que no presentan este factor de riesgo. Igualmente, el riesgo de desarrollar otra psicopatología, como ansiedad o incluso trastornos de conducta, es también mayor.
Factores socio-familiares. El clima familiar es un factor determinante en la aparición y mantenimiento del trastorno. La depresión sería resultado, entre otros factores, de una pobre interacción afectiva entre padres e hijos.
Estudios realizados en torno a la depresión en niños han demostrado que existen diversas características en las interacciones familiares como poco involucramiento de los padres en actividades de los hijos y alta sobreprotección materna, esto unido con más conflictos familiares como la poca comunicación, irritabilidad, abuso y negligencia.
Factores estresantes. Aquí se incluyen los factores externos que generan estrés al menor. Es el caso de las separaciones, divorcios o discordia de la pareja.
La calidad de relación afectiva entre los padres es percibida intensamente por los hijos, independientemente si el matrimonio se separa; la calidad de vínculo en la pareja afecta de manera positiva o negativa al niño.
Si el niño es sometido a amenazas u hostigamiento por parte de alguna persona externa o un familiar, lo hace más propenso a desarrollar ansiedad y depresión. Otro factor potencialmente generador del trastorno es el caso de pérdida de un ser querido, especialmente en niños ya frágiles. La pérdida de la madre o padre puede requerir, dependiendo de la edad, una atención especializada para facilitar el proceso de duelo. Ello puede ser especialmente necesario en aquellos casos de muerte repentina o en accidentes de tráfico.
Los sentimientos de inferioridad, inutilidad y suicidio son una realidad en los niños. Un estudio realizado en Estados Unidos revela que el suicidio es la cuarta causa de mortalidad entre niños de 10 a 14 años, y la tercera en niños mayores de 15. Incluso ha llegado a reportarse el suicidio de un niño de 7 años. Según dos estudios suizos realizados en 2004 en niños de entre 11 y 15 años, y de entre 16 y 20 años, aproximadamente el 8% de las niñas y el 3% de los niños admitieron haber realizado un intento de suicidio al menos una vez en su vida.
Es importante estar atento a cualquier cambio de personalidad en los menores. Puede ser notorio como la falta o el aumento de apetito, o incluso apatía o berrinches constantes que pueden pasar desapercibidos o interpretados como un “mal comportamiento”. Es importante acudir a un profesional de la salud ya que, si esto se deja pasar, el tratamiento es más complicado en el cambio de la adolescencia y puede persistir hasta la vida adulta, dejando estragos muy fuertes y difíciles de reparar.
Recuerda que es importante como padres estar pendientes de nuestra propia salud emocional ya que, al estar conformes con nosotros mismos, podemos transmitirles confianza y seguridad a los pequeños.
“En el más feliz de nuestros recuerdos de la infancia, nuestros padres eran felices también”.
Robert Brault.
Psicóloga Jimena Barrera Báez
Psicóloga Clínica/ Arteterapeuta
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