BALANCE DESCOMPENSADOR DE LA CULTURA SUPERIOR EN LA ÉPOCA COLONIAL
Ya hemos visto que los conquistadores, para arraigar y consolidar su cultura en esta tierra, arrasaron con los vestigios de la alta cultura maya. Pero al hacerlo no trasplantan los elementos de su cultura superior en la nueva sociedad yucateca. Provenientes en su mayoría de extracción popular, su manifestación de cultura fue injertada o sobrepuesta en la prevaleciente cultura indígena maya. Se gestó en esta forma, lentamente, una transculturación de formas expresivas del acervo artesano-campesino que hasta hoy – por fortuna – subsiste en Yucatán.
Pocas muestras de la cultura superior hispana fueron canalizadas hacia los centros religiosos como los monasterios de las dos órdenes que dominaron la existencia yucateca de los años coloniales.
La Universidad, el Seminario, la iglesia en su conjunto, recibe y proyecta las manifestaciones de la cultura feudal en el poder. Fray Diego de Landa, Pedro Sánchez de Aguilar, Fray Juan Coronel, Beltrán de Santa Rosa, López de Cogolludo, Lizana, Cárdenas Valencia, Nicolás de Lara son sus representativos.
Es precaria, pues, la cultura en el poder en los años de la dominación española. Las ricas expresiones de la cultura superior española no pueden ser proyectadas en la península yucateca, como sí ocurrió en el centro del virreinato, por la pobreza del medio, las prohibiciones de la Corte y el aislamiento geográfico. Nuestros templos son de una sobriedad arquitectónica generalizada. Algunas casonas, sin refinamientos en las fachadas, reproducen los grandes y variopintos patios andaluces, y ligeros matices de mozárabe y del mudéjar en nuestras construcciones.
DETERMINANTE IMPULSO CON LA INTRODUCCIÓN DE LA IMPRENTA.
La primera imprenta traída de La Habana en 1813 imprime un gran impulso al desarrollo de la cultura criolla, la dominante en la época.
Se enfrentan dos tendencias que señalan una ruptura en la cultura superior. Las ideas del grupo San Juanista -llamado así por reunirse informalmente sus integrantes en la sacristía del templo de San Juan- que aspiraba a una mayor libertad apoyándose en la Constitución de Cádiz, en 1812 y, frente a ese sector, los rutineros, partidarios del orden establecido a lo largo de los tiempos coloniales.
Con los primeros periódicos “El Misceláneo” y “El Aristarco”, dirigido por Lorenzo de Zavala y obviamente el vocero de los sanjuanistas, se inicia en Yucatán una nueva etapa, una revolución cultural dentro de la casta detentadora de la riqueza.
Son periódicos -ya literarios- los que formarán una aristocracia del pensamiento durante el siglo XIX, después de consumada la independencia de España. “El Museo Yucateco”, conducido por el mismo literato, considerado el iniciador de la literatura en la provincia, es el impulsor inicial que canaliza las inquietudes culturales de la juventud pensante de entonces. Sierra O’Reilly es el genial estimulador y creador él mismo de una expresión literaria con temas locales que produce con improvisada maestría, con pocos modelos, para volcar su talento.
Don Justo es, por su propio derecho, el adalid del elitismo intelectual de su tiempo, ideólogo del separatismo peninsular del México independiente que favorecía los intereses de comerciantes del puerto de Campeche y los aprovechados del contrabando que se ejercía en todo el territorio, propiciado por la vasta costa imposible de vigilarse, y de la remisión de mercancía extranjera a los puertos nacionales, tal si fueran de elaboración local.
A excepción de don Juan Pío Pérez y de fray Estanislao Carrillo, gran mayista el primero, recopilador de manuscritos en lengua maya y primer investigador de la desaparecida cultura prehispánica de los nativos, y precursor el segundo de la arqueología y tradiciones de las tribus de Itzamná y Kukulkán, todos los demás redactores del Museo y del Registro – Vicente Calero, Manuel Barbachano Tarrazo, el español Antonio García de Gutiérrez, célebre autor del libreto de la ópera “El Trovador”, que estuvo por esos años en Yucatán y trató en sus obras teatrales temas locales – son epígonos de la misma representación de Sierra O’Reilly, aunque solo colaboran esporádicamente. El padre Bartolomé Granado Baeza, con un estudio sobre las costumbres de los indios, y G.C. que puede ser Gerónimo Castillo, acerca del mismo asunto, y algunos estudios de Juan José Hernández, escapan a la clasificación que hemos hecho del cuerpo de redactores de esas revistas, a las que puede agregarse “El Mosaico”. Aclaramos que nuestra opinión no debe aceptarse rígidamente pues estamos haciendo, en la medida que avanzamos, un ensayo de interpretación de los escritores yucatecos de esa etapa que pudiéramos llamar esplendorosa, y de ninguna manera un juicio definitivo.
Sin embargo, consideramos que la obra histórica “Los Indios de Yucatán”, publicada por vez primera en la revista “El Fénix”, siempre bajo su dirección, es la producción de Justo Sierra O’Reilly que escapa la clasificación establecida porque, sí, defiende los intereses históricos del trabajador maya, a quien considera víctima (en ese estudio) de la voracidad de los conquistadores y sus descendientes, así como del clero, que si en algunos aspectos defendía al indígena, por el otro sacaba buenos tirones de su pobre vestimenta con las cuotas de bautismo, matrimonio y muerte, a más de labores personales en sacristía e iglesia.
En el “Bulle-Bulle”, primer periódico humorístico peninsular, surge la pluma de Fabián Castillo Suaste, gran costumbrista; el buril de Gabriel Gahona “Picheta” elabora los primeros grabados, que por su temática son representativos en gran parte de su obra, de la cultura del pueblo y antagonista de los representativos de la otra, entronizada en los palacios. “Picheta” ha sido considerado genial por críticos del Distrito Federal, de manera especial Díaz de León. Carrillo Suaste, solo conocido en el ámbito local, debe compartir esos honores.
Seguidores de esa línea cultural, tal vez sin intuirlo ellos mismos, son los redactores de “La Burla”, con Eligio Ancona, José Antonio Cisneros que ya apuntaban, especialmente el primero, como escritores liberales. Pero esa condición la pierden al producir obras literarias de mayor envergadura. Sin conciencia de su papel histórico circunstancial, en sus novelas y dramas se pliegan al sistema naciente de la burguesía, con sobrevivencias del feudalismo ya transformado en grandes latifundios.
José Peón Contreras, considerado nacionalmente como el mejor dramaturgo mexicano, en México capital, refleja en sus obras teatrales en verso la mentalidad feudal-latifundista. El concepto de propiedad extendido hasta la mujer, el honor español, la honra inmaculada, pero también el valor, el arrojo, la heroicidad, por norma de vida, campean en sus sonoros, magníficos versos y en el carácter de sus personajes colonialescos.
Fue hasta la llegada a Yucatán de la corriente renovadora de la Revolución Mexicana, entonces en su pujanza reivindicadora, que surge una pléyade de literatos que vuelven los ojos al indio maya y lo realzan en sus atributos, mentalidad y aspiraciones. Antonio Mediz Bolio, Ricardo Mimenza Castillo y Luis Rosado Vega, en parte de su obra poética y costumbrista, recogen las banderas representativas de la cultura popular, sin menoscabo de que, en su actuación particular, política y administrativa, sirvan ocasionalmente a los próceres de la oligarquía, los adalides del sistema imperante tradicional.
Mediz Bolio se integra a los autores clasistas del lado de los trabajadores con su controvertida obra teatral “La Ola”, donde por vez primera se plantearon en escenarios yucatecos los problemas sociales en toda su auténtica verdad. Influyó en esto la presencia honesta y estimuladora del Gral. Salvador Alvarado, gobernante que convirtió al Estado en menos de tres años en plan piloto de la función reformadora de la Revolución mexicana. El autor de la traducción de El Chilam Balam de Chumayel y su máxima creación, “La Tierra de Faisán y el Venado” – tal vez la primera muestra de literatura indigenista en América –, en estos aspectos concreta la esencia del pensamiento y la mentalidad, y a sus hombres permanentemente explotados, cruzando de una acera a otra, superando su hispanismo desbordado en sus primeras obras poéticas.
Ermilo Abreu Gómez con solo una joya literaria avaloraría y prestigiaría a la pléyade de escritores del palenque afín a la casta maya-campesina de Yucatán, que en este estudio hemos incluido como clase, aunque no constituía ni constituye todavía propiamente proletariado, por su condición de explotados seculares de los blancos desde la Conquista. Esa joyita literaria, “Canek”, concreta la esencia filosófico-poética de la raza. Dentro de su brevedad, es una obra maestra de la literatura hispanoamericana.
No se limitó Abreu Gómez a escribir esa obra para enlistarse entre los intelectuales mantenedores del espíritu maya, sino “La Conjura de Xinún” contiene los prolegómenos de la guerra social contra los blancos, en cuanto expoliadores del trabajo indígena.
En su novela “Naufragio de Indios”, además de referirse a la inicua opresión que sufren los nativos morenos, convierte en personajes de la picaresca yucateca a los miembros de la clase dominante. Precisamente lo contrario de la Edad de Oro española, en la que los pícaros que aportaron una modalidad literaria pertenecían a la escoria de la sociedad de su tiempo. Todo escrito con suma gracia y mordacidad.
[Continuará la próxima semana…]
Renán Irigoyen