Inicio Recomendaciones Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – V

Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – V

1
0

V

 Dolores Bolio

 Aroma Tropical

 

Personajes:

TORCACITA, moza campesina.

EL VIEJO LABRADOR, su padre.

RICARDO, guapo militar.

En los lindes de un huerto de clima tropical; entre cocoteros, palmares y azahares, corren hilillos de agua juguetona y susurrante que se desborda un poco sobre la tierra calurosa y, como una cabellera al destrenzarse, deja escapar vaho sutil.

Algunos tomillos y albahacas han nacido aquí o ahí festonando la caliente piedra gris de la barda, con su verde jugoso; aquí o ahí está cubierta de enredaderas y, como es muy mañana, las campanillas azules abiertas aguardan a una gota diminuta para poder vivir algunas horas. El cielo está en todo paisaje, pues hasta el aire parece azul.

TORCACITA, moza de canela y ámbar, como nacida de la tierra y del sol, aparece mal envuelta en su desapretada vestidura de algodón azulino; tiene la copiosa cabellera tendida, y al viento los brazos, el cuello y los pies; de una cubeta va tomando la muchacha ropa muy blanca: abre la hierba polvo de agua y extiéndela pieza por pieza en el cerco pedregoso y florido. El sol, ¡solecito de junio!, vendrá a secarla con su beso deslumbrador.

TORCACITA canta:

Mañana de junio,

tarde lluviosa,

aprovecha el buen tiempo.

Sécate ropa;

porque maduran

ya mis naranjas,

y el tiempo va ligero

como la garza.

Desde un juncal a lo lejos vislúmbrase, tendieron el vuelo dos aves, como dos exóticas flores de blancura, y la moza crúzase de brazos y queda boquiabierta contemplándolas volar.

Una voz varonil, acercándose poco a poco, repite la melodía popular como respondiendo desde un campo vecino:

Chiquilla, no contemples

tanto las nubes,

que los novios no bajan

como querubes.

Abre los ojos

y estate alerta:

Quien quiera cazar novio,

¡que abra la puerta!

La muchacha vuelve del azoro con una carcajada repicadora. Sacúdese la mañana estremecida y el viejo labrador, como al conjuro de la risa bulliciosa, aparece en un cuadro de lechugas llevando a pico filoso y su pala voraz. No se le ven los ojos bajo el sombrero, y luengas barbas canas prestan cierto misterio al rostro surcado profundamente. La moza se ha puesto seria de pronto ¡y hasta el campo! TORCACITA se ha inclinado ante el LABRADOR que va a salir.

EL LABRADOR: Ea, muchacha; más trabajar y menos reír, que la mañana es fugaz.

TORCACITA: ¡Padre, buenos días!

El viejo parece haberse saturado su austera figura de plácido regocijo, pues entreabriendo los labios deja escapar canturreando:

Hoy es reír, mañana llorar,

Sin saber por qué, los suelos se van.

Pero ¡cuán diferente eco despierta la voz cascada del viejo que se pierde por el atajo! TORCACITA prosigue la faena con mayor brío y menos frescura: de pronto da un grito y escúchase la voz que respondiérale su copla.

RICARDO: ¡Tuérceme el cuerpo, como a tu ropa, en castigo del sustazo, pero no pude resistir la tentación de besarte el cuello mientras estabas inclinada en el cerco! ¿Por qué dejas tu cuello al aire?

TORCACITA: Al aire si, ¿pero los besos son aire, acaso?

RICARDO: ¡Y qué otra cosa pueden ser! ¿Te ha quedado alguna herida? TORCACITA: De rabia, sí.

RICARDO: ¿Dónde? La cólera te habría puesto fea y… ¡pareces un cacho de gloria que me sale al encuentro para hacerme olvidar mis sufrimientos!

TORCACITA: ¿Qué? Pues ¿qué te ocurre?

RICARDO: ¿No ves mi traje?

TORCACITA: Si, con botones de plata. ¡Lindísimo!

RICARDO: Eso quiere decir que soy soldado.

TORCACITA: Y ¿para qué?

RICARDO: ¡Toma, para defender a la patria!

TORCACITA: ¡A la patria! ¡No te entiendo!

RICARDO: Déjame estar cerca y me entenderías.

El arrogante militar en dos saltos se pone al lado de la campesina; ésta se ríe gozosamente echando atrás la cabeza para contemplar al joven con los ojos muy abiertos y relucientes.

TORCACITA: Dime tu nombre…

RICARDO: Mi nombre no lo digo; es muy feo. Eso es cuenta mía.

TORCACITA: Pues a mí todos me llaman Torcacita, pero no es mi nombre.

RICARDO: ¡Qué gracia! ¡Torcacita! ¿No sientes que algo te lleva hacia mí?

Tómale las manos y la mira con fijeza en los ojos. La chica se retira bruscamente incomodada: luego se echa a reír, a reír.

RICARDO: Pues bien, un sentimiento semejante nos une al suelo en que nacimos. TORCACITA: Es verdad. Yo me moriría sin esta sombra de mis naranjos, sin este sol que pica, pero que alegra, sin esta agua….

RICARDO: ¡Que acaricia!

TORCACITA: Sin los pájaros….

RICARDO: ¡Y sin mí…!

Esto lo dice él con aplomo cómico, pero ella se ha puesto grave.

TORCACITA: Es verdad. ¡No lo había pensado! Es natural… Tú te irás… ¡te irás!

RICARDO: ¿Verdad que sientes que no debía yo irme? ¿verdad que sientes como que hace mucho, mucho tiempo que me conoces?

TORCACITA: Sí, ¿por qué?

RICARDO: ¡Curiosilla torcaza! ¿Has oído que la curiosidad perdió a nuestra madre la primera mujer? Desde entonces empezó la lucha humana, y tuvieron que haber soldados, porque los hombres no se conformaban con lo que tenían y querían echarle garra a lo ajeno…

TORCACITA: ¡Pero eso es robar!

RICARDO: Exactamente. La guerra es casi, casi, un robo… Pero tan un beso, que una acción cambia cuando es descubierta, y luego ¡por fuerza!

TORCACITA: Es peor, entonces. Un robo sin astucia, y derramando sangre, ¡qué horror!

El mozo le besa una mano, y ella trata de evitarlo, pero queda mirando.

RICARDO: ¿Qué horror? ¡Horror necesario! Si yo no lo tomase por la fuerza estas manos que me dan vida y.… ¡a ti también! No te incomodes chiquita ¡a ti también! Pues que no querrías verme marchar y abandonarte… Si no los tomara por la fuerza, ¿qué ocurriría?

TORCACITA: ¡Nada!

RICARDO: ¡Imposible! Eso no sería vivir; la vida es que constantemente esté ocurriendo algo: la vida es haber paseado, tal vez, un paraíso y perderlo, para luchar por adquirirlo de nuevo; porque la felicidad, mira, eso es lo que yo he encontrado aquí, y he de poseerla: la dicha tenemos que haberla ganado por nosotros mismos, en medio de luchas, como se gana un grado en el ejército después de sufrir mucho. ¿Tú sabes, chiquilla, lo que es la existencia del soldado? Andar, andar y, a veces, combatir cuando se pasa más seguido bajo un sol de fuego ahogándose, o sobre la nieve desfallecido de hambre, de sed. y.… lo peor! Dejar allá lejos una chica con la madre anciana, los hermanos… Y acaso, ¡acaso no volver a verlos! ¡Y cuando ya se ame con toda el alma dejar a la esposa y los chiquillos con hambre, si morimos!

TORCACITA: Pero eso es un castigo, por querer matar… ¡No debía hacerse! Como que está mal, como que es pecado morirse o matar, cuando todos podrían ser felices como yo, sin saber de guerras.

Dice TORCACITA, después de limpiarse un lagrimón con el dorso de la mano. RICARDO: Torcacita mía, no todas las gentes tienen esa cara de cielo y ese cielo en un huerto cerrado. ¡Hay tanta miseria en el mundo! ¡tanta injusticia!

TORCACITA: Sí, lo creo; tú me has robado el tiempo…. (Y luego muy apenada.) ¡Me has robado el tiempo, soldado! ¡miren la ropa, Dios mío! Voy a trabajar. ¡Déjame!

RICARDO: Mira, Torcacita, ese ciruelo cuajado de fruta. ¿No te hace agua la boca? Vela tan lustrosa y tan encendida… Se parece a algo que quisiera yo morder… ¡Si nos refugiáramos a su sombra! Como que el sol de junio comienza a echar chispitas, como que tus mejillas arden y como que yo muero de calor…

TORCACITA: Tú no has nacido aquí, ¿no? Hablas con extraño acento y eres rubio.

RICARDO: Tú eres morena, tu pelo es largo como el de aquellas mujeres de leyenda que hacen perecer a los hombres cuando bajo el ceibo se aparecen por las noches tempestuosas.

El joven militar deleitándose, acaricia los cabellos de la muchacha.

TORCACITA: A ese «espanto» aquí le llaman «Xtabay»…

RICARDO: Xt… ¿Cómo? Vamos a la sombra, ¡vamos!

Trata de abrazarla como a un camarada, alegremente.

TORCACITA: ¡Eh, señor soldado! Detén.

Riendo zalamera.

RICARDO: No me llames señor soldado: mi nombre es muy sonoro y marcial, pero dulce: ¡Ricardo!

TORCACITA: ¡Ricardo!

Modula la muchacha con dulzura, y el mozo se enardece al escuchar su nombre como una caricia; entonces, por la mano, tira de TORCACITA riendo y cantando; ella no se resiste. Bajo el exuberante ciruelo cargado de reluciente y carminada fruta, se desliza ligero el hilo de agua y al menor obstáculo se arremolina y parece querer saltar de su cauce para consolar con su frescura la tierra abrasada por el sol está impaciente cuando sopla el terral, luego mansamente rumora.

RICARDO: Convenido, morena. ¡Dime Ricardo mío!

TORCACITA: Bueno, te diré Ricardo; pero, ¿por qué te he de decir mío?

RICARDO: (Con cierto acento entre dulce y burlón.) ¡Oh, tontuela! ¿Por qué mío?… esa no tiene por qué; se siente. ¿No sientes el deseo de que sea yo tuyo como esa fuente de agua limpia, o más bien, como el agua en que te bañas? Cuando decimos de alguien, con el pensamiento, mía o mío, es que pertenecemos en gran parte a esa persona.

TORCACITA: Entonces es lo contrario.

RICARDO: Vida mía, ¿ya ves? Nosotros decimos vida mía o mi vida porque nosotros somos de la vida, ella nos trae y nos lleva sin consultarnos, a veces adherida a nosotros se clava como un puñal vigoroso, a pesar nuestro; pero más a menudo nos abandona cuando menos voluntad tenemos de morir. Infaliblemente concluye, pese a todos nosotros soñamos poseerla. No hemos podido nosotros nada contra ella. Así cuando yo te digo a ti vida mía, tú debes estar convencida de que yo te pertenezco en cuerpo y alma.

Trata de tomarla por el talle, pero ella se aleja; entonces él, aparentando indiferencia, levanta los ojos hacia la copa del ciruelo.

RICARDO: Oye, Torcacita; se me ocurre algo: extiéndeme tu traje para que en él caigan las ciruelas, voy a trepar y desde arriba te las arrojaré…

TORCACITA: Con tal de que no se rompa un gajo.

RICARDO: Y tú ¿sentirías que yo me rompiera el alma?

TORCACITA: Más sentiría mi padre el gajo perdido… (Maliciosa, y con pizca de coqueteria.)

Él ha trepado. ¡Cuán lindo cuadro de égloga técnica! Ella está vestida con un traje que se parece al clásico, al traje de las estatuas, y se ha levantado la túnica para recoger el fruto maduro que en ocasiones revienta en miel al caer.

RICARDO: A tu boca como si fuera un beso… o una bala del amor.

TORCACITA: No, no, que me puedes cegar…

RICARDO: Sí, mira que destila miel, le doy un beso y te la envío. Ahí va….

(Ella se la come riendo. Rato después el joven desciende traviesamente; ella lava las ciruelas y las va colocando en una hoja de col a la orilla del acueducto; luego, como el calor la sofocara, empieza a trenzar su cabellera, de pie junto a RICARDO, que ya sentado en la cañería no se cansa de contemplar a la muchacha y dícele arrobado:)

¡Qué extrañamente atractivo es tu traje y que fascinadora se te vería con un rayo de luna sobre tu cuerpo…! Se le vería blanca. ¡Blanca!

Por el rostro de TORCACITA se extiende una sombra de tristeza.

TORCACITA: Yo soy morena: todas somos así en mi tierra; morenas porque el sol nos dora, como a la piel del pan tuesta la hoguera, pero para nosotros no es un defecto… ¡Eso es natural!

RICARDO: Y para mí, Torcaza, princesa india, es un hechizo maravilloso el color brillante de tu cuerpo; tus dientes como sarta de caracolillos playeros; y tus ojos, agua de cenote profunda, tranquila y tersa, pero atrayente y perturbadora. Te has levantado la cabellera. ¡Lástima!, sólo porque el calor abruma y tu cabello es como una bandera negra que te envolviese. ¡Ven!

(La obliga suavemente a sentarse en sus rodillas ella está confusa: palpitan sus manos como dos tórtolas)

-Torcacita mía, ten esta ciruela entre tus labios y me dejas luego tomarla con los míos. ¡Torcacita idolatrada!

(Ella vacila, no osando tomar la encendida fruta que el joven le presenta.)

 -Sí, Torcacita, mi Torcacita!

No ha escuchado el rumor de las plantas pisadas del viejo campesino quien, ante la flagrante escena que antojásele incalificable, no acierta qué partido tomar, pues el uniforme aplaca sus iras.

LABRADOR: Oiga jeh! Haga el favor de salir de al punto de mi huerto… y tú, mala pécora…

TORCACITA: Padre!

El militar se inclina, kepis en mano.

RICARDO: Señor, tengo el honor de pedirle a su Torcacita; ella y yo nos queremos!…

LABRADOR: ¡Imposible! Hija, no es cierto lo que dice este… ¡bandido! Retírate, y usted, ¡sálvese cuanto antes!

La muchacha llora, diciendo entre sus lágrimas:

TORCACITA: ¡Pero, Dios mío, si siento que soy suya! ¡Qué injusticia! No sabía yo por qué hay necesidad de luchar en el mundo… y de morir… ¡por defenderse!

El militar desde la vereda, fuera del huerto, hácele señas apasionadas.

RICARDO: No lucharás sola. Torcacita; vente conmigo ¡te protegerá mi brazo, ¡ven!

LABRADOR: ¡Imposible! ¡Hija mía, me moría de dolor! ¡Es un extranjero, desconoce nuestro lenguaje, se burla de nuestra religión, no es de nuestra raza! ¡Es un enemigo!

RICARDO: Ven, Torcacita, conocerás la vida, tendrás la dicha de amar y ser amada, viajarás; sabrás de la verdad… ¡Serás libre!

TORCACITA: ¡Ricardo! ¡Ricardo mío!

LABRADOR: Hija, ni siquiera sabes si le amas….

TORCACITA: Padre, no sé si le amo; pero siento que le necesito para vivir… ¡oh, padre! No puedo morirme. ¡Será mi destino!… Me voy; perdóname, padre… ¡Me voy!

El LABRADOR queda en silencio trágico con las manos cubriéndole la faz dolorida, como debe inclinarse el Tiempo ante los inexplicables sucesos de la historia.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.