IX
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A la primera luz de Kin, los novios acudieron a un pequeño adoratorio ornado de flores presidido por los ídolos de Ixchel, la diosa del parto y del tejido, y del Serpiente Emplumada. Un sacerdote de rostro cuadrado, con el cabello recogido hacia atrás, dirigió los oficios de esponsales entre cánticos de alabanza y humo de copal esparcido con generosidad por bellas mozas amigas de la infancia de la novia. A la breve ceremonia sólo asistieron el consejero áulico del rey, Águila Divina, los capitanes Pluma de Gavilán y Ojos de Culebra, muy de la confianza de Chac Xib Chac, el rey de Uxmal, Ah Tutul Xiu, algunos de los príncipes y señores de los reinos menores y los padres de la novia, el señor y la señora Pot, quienes nunca se mantuvieron callados durante la ceremonia.
–¿Estoy soñando? –le preguntaba una y otra vez su mujer a Namay Pot–. Todas estas flores, los reyes y príncipes que nos rodean, las elegantes vestimentas de los invitados, ¿son reales, esposo mío?
–Todo es real, mujer –le decía el hombre, un poco incómodo metido en su grueso ropaje de algodón y con su gran tocado de plumas multicolores–. No estás soñando… pero debo confesarte que apenas aguanto lo apretado de estas sandalias que me oprimen y lastiman los pies.
–Yo también estoy incómoda con este pesado huipil que apenas me deja respirar.
–Pues ya no puedo más con las sandalias, y aunque estén bordadas de oro, me las zafaré en cuanto pueda.
La señora Pot le dio un codazo a su marido:
–¡No seas bruto, Namay Pot! –le reclamó por lo bajo–. Todos estos señores se reirían de ti si te quitas las sandalias en público. ¿Qué diría el rey de nosotros?
–¡Ay, mujer! –se quejaba el esposo–. No sabes cómo extraño en este momento mis viejas sandalias de cuerdas de henequén. Bueno, no tendré otro remedio que aguantarme.
–Deja de quejarte –lo reconvino la mujer– y alegra tu corazón. ¿Cuándo te imaginaste asistir a una boda de la realeza y nada menos que como el padre de la novia?
–Y esto es sólo el principio –Namay Pot se dejó llevar del entusiasmo de su esposa y pareció olvidar la tortura del calzado–. Lo que nos espera, mujer, lo que nos espera…
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…