León se pasea inquieto frente a la – ahora – casa de su beba.
Desde la separación, Marcia no contesta las llamadas, y León tardó mucho en decidirse en venir sin avisar. Sus compañeros y abogado le alertaron: “No vayas. Ella puede presionarte, o hasta lastimarse con tal de acusarte. Si está enojada, para qué te asomas a la casa.”
“¿Quiero ver a mi hija? Es lo justo.”
“Pero Marcia está enojada; para qué te arriesgas.”
Tres meses han pasado desde que Marcia decidiera irse del hogar. León culpa a la madre y a la hermana de su ex mujer.
“Antes de que ellas llegaran, todo era normal. Llevé a mi esposa al hospital, tomados de la mano; la acompañé durante la espera y, a pesar de no entrar al quirófano, estuve en la puerta cuando la doctora me mostró a mi hija, toda roja como un tomatito.”
Todo ocurrió cuando volvieron a la casa. La suegra y la cuñada lo sacaron del cuarto. “Usted siga trabajando en su estudio, no se preocupe por nada. Nosotras atenderemos a Marcia y a la niña.”
Desde entonces Marcia comenzó a retarle: “¿Y si consigues un mejor trabajo? Con lo de la beca no alcanza.”
“Pero Marcia, la beca del doctorado no es poca cosa, y estoy a punto de terminar la tesis, hay que esperar.”
Los llantitos, los gritos, los reclamos subieron de tono, hasta que Marcia se fue con la niña.
Marcia no quiso asistir a la reunión con el psicólogo, ni con el personal del juzgado. “Está en su derecho, el amor no se puede obligar”, dijo el abogado.
“Nos vamos a divorciar, no quiero volver a verte”, fue la última llamada. “Si no me das dinero para la pequeña, te meto a la cárcel.”
León intentó conciliar: “Pongámonos de acuerdo.”
“¿Para qué quieres ver a MI hija?”, dijo Marcia, haciendo hincapié en el “mí”. “No quisiste ser un hombre que trabaje para mantenerla.”
“Lo mejor es no ir a su casa.”
“Crecerá la niña y te buscará, para qué insistir ahora.”
“Será peor para la nena si ve que el motivo que hace a su mamá enojar, es que tú vayas a la casa.”
Pero León decidió ir. Era su hija, y la justicia tenía que entenderlo.
Temprano fue a las tiendas y, con el dinero de la beca, compró ropa, calcetines, calzones, zapatitos para su beba. Compró un elefantito que sacaba burbujas si uno apretaba alguna de las letras que tenía en un teclado. “Será muy divertido.”
Estuvo un momento detenido junto a la reja de la entrada, y se animó a abrirla.
Caminó hacia el ventanal y pudo ver a su ex suegra sosteniendo en brazos a su beba. Tocó la ventana y la mujer levantó la mirada. Dejó a la nena en su cama, y salió de la habitación.
León sonreía, pensando que le abrirían la puerta.
“Le traje esta ropa a la niña”, alcanzó a decir cuando Marcia apareció del otro lado de la puerta de entrada. La puerta era de vidrio, así que ambos podían verse. Marcia comenzó a gritarle que se fuera.
“Traje esta ropa para la beba, abre para que pueda dártela.”
Pero Marcia comenzó a golpear los cristales desde adentro.
“Te vas a lastimar”, dijo León, y los vidrios estallaron sobre el rostro de Marcia; el ruido hizo gritar a la nena y a la ex suegra.
León dio un paso hacia dentro de la casa para intentar ayudar a su ex esposa, cuando la policía entró a la terraza y lo detuvo.
Adán Echeverría