VII
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Al filo del mediodía, el implacable sol del Caribe caía a plomo sobre La Ciudad de los Brujos del Agua. La mayoría de los convidados, concluido el espectáculo del baño de sangre de los sacrificados y el desollamiento de los cadáveres, se trasladaron al palacio de Chac Xib Chac, donde comenzaba a servirse el banquete del aniversario doscientos de la Liga de Mayapán.
La gente se arremolinaba alrededor de las colmadas mesas, trabados los personajes en animados paliques mientras bebían sus copas de balché, el áspero vino maya, y pellizcaban gordos pedazos de los exquisitos jabalíes asados a las brasas, que se llevaban a la boca sin siquiera hacer uso de las tortillas calientes dispuestas para el efecto; un capitán ensayaba malabares con dos copas de balché en la mano derecha y un enorme muslo de pavo en la izquierda; algo trivial farfullaba, pero nadie lo entendía por la demasiada carne que se había metido en la boca; un príncipe y su novia disputaban, arrebatándosela entre sí en medio de carcajadas, una codorniz frita, y su jugo salpicaba los impolutos mantos de dos viejos sacerdotes de rígido semblante. «Los jóvenes de hoy ya no respetan a sus mayores», se quejó uno; «Y que lo digas,» secundó el otro, «¿qué le espera a nuestra gran Chichén Itzá con esta juventud insolente y relajada?»
Los guardias apostados a las puertas del palacio no permitían la entrada a cualquier hijo de vecino que pretendiera acceder al festín. El fiero capitán Pluma de Gavilán, que conocía a todo el mundo, era el que indicaba a los guardias con una señal de cabeza quién sí y quién no sería admitido al banquete:
–Cuidado con que se os cuele un jodido plebeyo –les advertía a sus subordinados– porque os arranco los huevos.
Por ello, los guardias tenían buen cuidado de que no los sorprendiera cualquiera que se quisiera pasar de listo, especialmente los winicoob.
El rey de Uxmal, Ah Tutul Xiu, vestía para la ocasión una amplia capa con la figura de un venado bordada en oro; de oro también eran las bordaduras de sus sandalias y las de sus bragas. Un ancho cinturón de piel de culebra sujetaba una faldilla que le llegaba a medio muslo. En la cabeza lucía un tocado de plumas mezcladas con flores, cintas de cuero y ramas de ciertos árboles frondosos, y llevaba el cuerpo enjoyado de collares y pectorales de oro, pulseras y ajorcas de plata y otras prendas de jade y turquesa no menos ostentosas. Su numerosa escolta no demeritaba ante la elegancia de su patrón.
Chac Xib Chac recibía a sus convidados con caravanas innecesarias. Vestía prendas ribeteadas de oro y plata; a su rostro lo desfiguraban cobrizas orejeras que lo hacían verse descomunalmente feo, así como la nariguera y especialmente el bezote de oro que pendía de su labio inferior. Su enorme tocado era un exceso: su modisto había dado rienda suelta a sus más locas fantasías, dotándolo de plumas de trece diferentes colores y un montón de flores del jardín real. Pero el rey estaba feliz y se pavoneaba con verdadera estupidez delante de sus huéspedes.
«¡Estás haciendo el ridículo!» –le conminó Águila Divina, por lo bajo–. «Ya te has exhibido ante todos estos personajes ¿Qué pensarán de ti?»
–»Pero, Águila Divina ¿de qué ridículo hablas?» –contestó, mosqueado, el soberano–. «Al contrario: la gente se deslumbra ante mi elegancia natural, y los ricos envidian mis vestiduras y mis joyas de oro, pero más que todo el tocado de mi cabeza diseñado por Namo Canché, que es un artista.»
–»Y un gran puto»–sonrió el consejero con sorna sin dejar de masticar su tabaco–. «Un gran puto que ha seducido y violado a no pocos de nuestros muchachos. Deberías quemarlo en la hoguera.»
–»¡Ay, señor mío! ¿Por qué hablas así?» –protestó Chac Xib Chac un tanto sorprendido–. «¿Dónde está tu sentido de la bondad y del perdón que siempre te he admirado? ¿Dónde tu pulcro lenguaje de hombre sabio? Creo que eres demasiado duro. Si Namo Canché gusta de su propio sexo es cosa suya. A mí me cumple a maravilla y nadie lo supera como diseñador de mi vestuario. ¿Por qué habría de echarlo al fuego?»
Pero Águila Divina no se dejaba vencer en una discusión tan fácilmente:
–»¡Ea, amado rey!» –dijo. «En los últimos días has hecho sacrificar a diecinueve víctimas,» –y añadió con su acostumbrado sarcasmo– «redondea el número a veinte quemando al bujarrón.»
–»¡Qué horror, gran señor!» –contestó el rey–. «Si he hecho sacrificar a esa gente es para agradecer a los dioses por los doscientos años de vida de nuestra Triple Alianza; no lo hice por simple capricho. Lo del buen Namo Canché nada tiene que ver con nuestras ceremonias funerarias por lo que no pienso quemarlo en ninguna hoguera…»
–»Perdón, querido rey,» –protestó el sabio– «pero tú sabes que nuestras leyes condenan la sodomía con la hoguera. No me estoy inventando nada. Pero aguarda… aquí llega a saludarnos el rey de Mayapán.»
No había parangón posible entre la hermosa figura de Hunac Kel, la barrigona de Chac Xib Chac y la envejecida y esmirriada del setentón Ah Tutul Xiu, los otros integrantes del triunvirato. El rey de Mayapán era más alto y garboso que sus pares de Chichén Itzá y de Uxmal. Vestía con distinción la efigie de un jaguar bordada en oro que estaba a punto de saltarnos encima, relucía en su largo manto de algodón; sus bragas y sus sandalias ribeteadas de oro y su tocado engalanado de plumas de quetzal completaban su atuendo. El rostro de ojos verde–jade lo conservaba limpio, sin orejeras ni nariguera algunas, y tampoco tenía el bezote.
Chac Xib Chac se apresuró a recibirlo: –»Eres bienvenido al banquete, querido Hunac Kel ¿pero de dónde te has hecho con plumas de quetzal? Yo no he podido conseguirlas.»
–»Tengo amigos en las tierras altas del Sur, Chac Xib Chac» –contestó Hunac Kel. Encogiéndose de hombros, remató: «Tal vez me queden en Mayapán las sobrantes de mi tocado que gustoso te obsequiaría. ¿Y por qué no? Quizás tu modisto Namo Canché aprenda a usarlas para hacer más espectacular tu penacho.»
Chac Xib Chac, aunque mosqueado por la hiriente respuesta, no se dio por aludido:
–»Bien, muy bien» –dijo–. «Te tomo la palabra: envíamelas a la brevedad posible, que te las pagaré con esplendidez.»
–»Eso no» –dijo Hunac Kel–. «Acéptalas como un regalo.»
–»Son bellas las plumas de quetzal» –terció el rey de Uxmal– «y realzan tu tocado, Hunac Kel. Sin embargo, olvidaste decorar tu rostro con las orejeras y narigueras acostumbradas. También has olvidado colgarte el bezote.»
–»No, Tutul Xiu» –respondió Hunac Kel con un gesto de displicencia–. «No lo olvidé. ¿Para qué usarlos si no voy a la guerra? Sólo he venido a compartir una ocasión especial con mis amigos y nada más.»
–»Es cierto» –exclamó Chac Xib Chac–: «aquí cada quien se viste como le da la gana» –se volvió hacia un criado y gritó: «¡Oye, jodido de mierda! ¿Qué carajos esperas para servirle una copa de balché al ilustre rey de Mayapán?»
–»No, Chac Xib Chac» –reviró Hunac Kel–. «Sabes bien que yo no bebo. Prefiero algo refrescante, una taza de pozole, por ejemplo.»
–»Pero si no hay nada más refrescante que el balché» –replicó el rey de Uxmal–. «Es exactamente lo que necesitas para alegrar tu espíritu.»
–»Mi espíritu siempre brinca de alegría» –se burló Hunac Kel–. «No me hace ninguna falta el balché.»
–»Dejad al rey de Mayapán en paz, señores,» –irrumpió Águila Divina a favor de Hunac Kel–. «Que tome lo que le plazca. No olvidéis que él cultiva su cuerpo con el ejercicio perseverante. Se ha cuidado de verdad y camina largas distancias. Observad su vigorosa complexión. En cambio, tú, Chac Xib Chac, mírate nada más: fofo y con esa barrigota fruto de la holganza y de comer y beber con exceso.»
El rey de Chichén Itzá miró con irritación a su consejero áulico:
–»Me ofendes hablándome de esa forma delante de mis invitados, Águila Divina» –protestó–, «pero no puedo contestarte como te mereces. ¿Qué le voy a hacer? Tú eres como mi padre y mi madre juntos, y te quiero, y tienes licencia para mentarme la madre si así lo deseas» –y se dirigió a sus convidados–: «Pero, vamos, venid todos conmigo que hay que celebrar.»
Con la excepción de Hunac Kel, que ya tomaba su taza de pozole, los nobles invitados se abalanzaron sobre los cántaros de balché. Durante la comida, Chac Xib Chac no hizo otra cosa que alardear de su espléndida vajilla, muchas de cuyas piezas eran nuevas:
–»Venid, venid conmigo, ilustres invitados» –se levantó de su asiento de pronto y los invitó a seguirlo–. «Os mostraré mi artística vajilla mientras hacemos la digestión; luego proseguiremos alegrándonos con balché. Mirad estas joyas» –y tomaba de las mesas diversas piezas sueltas de la vajilla–. «Os he de advertir que, aparte de los recipientes crema realizados por nuestros ceramistas, no todos los platos, fuentes y cántaros fueron fabricados en Chichén Itzá. Por ejemplo, estas vasijas con asas y estos cuencos tan finos son un regalo de la ciudad de Ek Balam, lo mismo que las ollas y los cántaros ovoides.»
Un noble de Sayil señaló, admirado, unas piezas decoradas con motivos en pintura negra:
–»Son lindos estos tecomates» –exclamó–. «¿De qué material están hechos?»
–»Son de pizarra, material de grano muy fino» –respondió Chac Xib Chac, regodeándose, dándoselas de conocedor–. «A ver, golpea esta olla con los nudillos y siente su dureza.»
En Chichén Itzá y en otras grandes urbes mayas se daba entonces la mejor pizarra en muchas millas a la redonda. El invitado de Sayil tamborileó con los dedos por toda la circunferencia de la olla, sorprendiéndose de su dureza: poseía un extraño sonido metálico al ser golpeada.
Chac Xib Chac también les enseñó a sus convidados, cántaros y molcajetes decorados en ocre, vasos cilíndricos, cajetes de tres soportes y apaxtles, algunas de estas piezas adornadas de figuras cromáticas, manchas, puntos y espirales.
–»No puedo menos que felicitarte» –dijo Ah Tutul Xiu–. «¿Dónde has conseguido los cajetes y los vasos cilíndricos?»
–»Son regalos, querido rey.»
–»¿De quiénes, Chac Xib Chac?»
El de Chichén Itzá salió por peteneras, confundido:
–»No podría decírtelo a ciencia cierta, Tutul Xiu. Son tantos los que me regalan.»
Chac Xib Chac dio por terminado el tour y todos regresaron a las mesas para proseguir la borrachera.
El rey de Mayapán ha rato que había partido.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…