“Para Livy, que vuela por los cielos eternos de la libertad”
Domingo sin tianguis es un domingo incompleto. O le hará falta algo al domingo si no acudimos a algún tianguis que se desborda por diversos puntos de la ciudad.
Los hay para todos los gustos, pero prefieres aquel donde hay libros, chucherías en general que se pueden conseguir a precios irrisorios: una taza conmemorativa, objetos de cocina, piezas decorativas.
Hay quien acude a comer antojitos que no son de estos rumbos; tlacoyos, quesadillas, tlayudas, huaraches, sopes, gorditas rellenas de chicharrón prensado o de chicharrón en salsa verde.
Recordemos cuando los salbutes y los panuchos gobernaban absolutamente el firmamento de nuestros antojos. Cuando el panucho, la noche dentro del plenilunio, o el salbut, escarapela de nuestro patriotismo peninsular, señoreaban el ámbito de nuestros gustos casi exclusivos, hoy inclusivos. Aún nos quedan los mercados populares como último bastión de nuestra yucataneidad, tal como un día la entendimos.
Hay quien acude a comprar ropa de “paca”. Cosas que se han acumulado en años. Objetos que no le encuentras algún uso. Cosas que compras y revendes. Artículos que rescatas de los basureros, limpias y pones en venta. Pero que hay alguien que puede encontrar y darle algún uso o utilidad.
Otros domingos has ido en búsqueda del libro definitivo, aun cuando no sepas qué quiere decir ello exactamente. El libro definitivo: El libro que hará cambiar tu persona o que cambiará el entorno de las cosas; el libro que te iluminará; el libro que te apartará del camino de las tinieblas; el libro que te hará mirar y ver diferente, una visión más amplia, panorámica, como de cinemascopio; el libro que es el libro de los libros.
Dicen que ya están escritos y que muy pocos los han leído. Selectivamente, para variar. Quienes dicen que han leído, es porque hablan de lo que otros han escrito sobre esas lecturas, La Biblia, El Quijote, por citar dos ejemplos.
Primero encontraste el libro-revista sobre la Guerra de “Castas”: Sastun. Luego el diccionario sobre la lengua maya yucateca y el libro de Cortázar.
Pero no han sido los libros presentidos como tales o el libro aquel. Seguirás buscando y rebuscando. Apartando las lomas de libros, revolviendo libros en las mesas de los oferentes de los tianguis del sur o poniente de la ciudad, en las librerías de segunda mano, en el mercado y donde observes más de tres libros encimados y sospeches que debajo está el que buscas o que está por llegar a ti
Por donde pasas, miras atentamente por si hay una venta de garaje, un bazar a cielo abierto, una liquidación total o remate de cosas. Subes y bajas por la ciudad.
¿Dónde estará ese libro? ¿De qué tratara? ¿Será posible que te dé respuestas o te genere más preguntas? ¿Quién lo ha escrito? ¿Qué te dirá? Nada sabes hasta que lo encuentres, si es que existe y por fin lo halles.
El triunfo personal de este domingo fue la adquisición por un precio ínfimo de un libro máximo: “Los Mayas de Yucatán” por Crescencio Carrillo y Ancona, de la Editorial Yucatanense Club del Libro. Aún habrá lectores que se acuerden de esa editorial y de su producción de libros, y que en tan poco tiempo, en los años cincuenta, reeditó muchos, rescatándolos del olvido.
Lo revisas, lees una breve disertación de las cinco que contiene: “Maya, etimología de este nombre”. El ilustre y sabio mayista izamaleño tiene un estilo muy didáctico, pausado, paciente, casi amoroso. Nos habla desde nuestro pasado y se dirige a aquellos que se interesan por nuestra cultura. Años y años de estudio le permiten disertar con autoridad y comprensión todo aquello que es sobre la raza indígena de Yucatán. Dice que hace falta, además de la filología, comprender la historia de los naturales de esta tierra para dar el significado correcto a las palabras.
Esta tierra se llama “Maya”, como el hombre y como la lengua: maya-uinic, maya-than. La traducción literal de la palabra es “la huella del agua”, “El sedimento de la tierra que el agua deja al escurrirse”. La palabra se compone de dos silabas que son may o maay – el sedimento, el residuo – y há – el agua – por lo que en rigor debe pronunciarse may-há y, al reducirse, may-á.
El Ilustre religioso cita otro ejemplo: hoyá, vaciar el agua, derramarla o regar. Se compone de “hoy”, vaciar, y há, agua. Se debe decir hoy-há, pero solo se dice hoyá. El sabio mayista se refiere a que maay también significa el pie o pezuña con casco, por lo que no es lejana la idea original de vestigio, paso y huella.
Ofrecea su vez su versión de “Mayab”, que para él significa colador o tamiz, por la misma acción da paso y deja el sedimento, la huella “que ha dejado a su paso la substancia que se tamizó.”
Alguna versión más reciente se refiere a má y yaab, “no muchos”, “pocos”, “los escogidos”, una tierra para pocos, los que han sabido elegir.
El historiador ofrece su hipótesis refiriéndose a la filología y la historia necesaria para comprender las cosas locales. Los primitivos habitantes observaron que esta tierra era llana y desprovista de montañas, pero con cenotes presentes. El agua de la lluvia se filtra en esta tierra dejando huellas y sedimentos. Nosotros ofrecemos un lugar común: basta excavar o a ras de tierra para encontrar la huella y los sedimentos del mar sobre esta tierra. Maya es su nombre.
Sigues observando el libro. Al reverso está el búho que alberga en su pecho el monograma ecl y abajo el precio del ejemplar en 1950. Doce pesos.
Sin embargo, este no es “El libro” que andas buscando. En algún tianguis, en alguna librería, en algún aparador o mueble de exhibición te espera un libro.
Siempre te esperará un libro.
Juan José Caamal Canul