XVI
Versos alternos
(Lectura del poema Pasado en claro de Octavio Paz)
Estoy dentro del ojo: el pozo
donde desde el principio un niño
está cayendo […]
[…] las palabras
son mis ojos.
OCTAVIO PAZ
Oídos con el alma,
pasos mentales más que sombras,
sombras del pensamiento más que pasos,
por el camino de ecos
que la memoria inventa y borra.
¿Dónde estuve? ¿Quién soy?
¿Ser tiempo humano es hacer la historia?
¿Es la muerte la entrada o la salida del ser?
¿Qué somos?
Relumbran las palabras en la sombra.
Y la negra marea de las sílabas
cubre el papel y entierra
sus raíces de tinta
en el subsuelo del lenguaje.
Relumbran las palabras.
La Otra Voz
La voz del otro
concilia las dualidades
plenas: las fecundas
alas de los contrarios.
La hora es bola de cristal.
Entro en un patio abandonado:
aparición de un fresno.
Verdes exclamaciones
del viento entre las ramas.
La hora es de cristal:
Unitaria diversa ojoabierta
Las floraciones del espíritu
invencibles, fraternas
completan la melodía
el mediodía el
viento entero del ser.
Estoy dentro del ojo:
Siempre un niño nos mira
desde los ojos del niño
que hemos sido
en el pozo del cuento
y la memoria…
por donde sube el agua y baja
mi sombra.
Las olas hablan nahua.
Las nubes hablan maya.
El pedernal, la cruz, esas llaves de sangre
¿alguna vez abrieron las puertas de la muerte?
La Malinche lloró. Lloró dos ríos.
Uno alimentó al árbol sagrado mexicano
y el otro lejos, muy hondo, bajo tierra,
en nuestra vieja lágrima ha venido a llorar.
¿Quién sueña esta
crucifixión del hombre en sangre nuestra?
Ver al mundo es deletrearlo.
Espejo de palabras: ¿dónde estuve?
Mis palabras me miran desde el charco
de mi memoria. Brillan…
Llega la sombra, pasa el mundo
con su rumor de hormiguitas y recuerdos.
Voz: breve aurora enterrada.
Sólo lo que nombramos vive.
Brilla y pasa.
Brota el día, prorrumpe entre las hojas,
el tiempo es luz filtrada.
Vivimos, frente a todo, entre todos,
el mismo tiempo el tiempo mismo.
Siempre y nunca es lo mismo.
A la luz de la lámpara -la noche
ya dueña de la casa y el fantasma
de mi abuelo ya dueño de la noche-
yo penetraba en el silencio,
cuerpos sin cuerpo, tiempo
sin horas.
Desde este canto el polvo fabrica alas sonoras
y con su sangre encienden el sol nuestros abuelos
En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Sin nosotros la casa es un sepulcro vacío
aguardando otros muertos.
Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:
el agua es fuego y en su tránsito
nosotros somos sólo llamaradas.
La muerte es madre de las formas…
La luz: madre también de formas y presencias.
Animales y cosas se hacen lenguas,
a través de nosotros habla consigo mismo
el universo.
Dioses y hombres tejen y deshacen
el estambre de oro de los días.
(Silencio:
Un ángel atraviesa el instante.
La luz anda desnuda)
El universo habla solo
pero los hombres hablan con los hombres:
hay historia.
Somos el tiempo.
Somos lo que hablamos.
El dios sin cuerpo, el dios sin nombre
que llamamos con nombres
vacíos -con los nombres del vacío-,
el dios del tiempo, el dios que es tiempo,
pasa entre los ramajes
que escribo.
Dios no es ya una palabra.
Es su Silencio.
Espiral de los ecos, el poema
es aire que se esculpe y se disipa,
fugaz alegoría de los hombres
verdaderos. A veces la página respira:
En el poema
la luz con el sonido
da el sentido.
Me veo caminar
entre estas líneas:
en estas calles escritas
por el otro que soy.
Estoy en donde estuve:
voy detrás del murmullo,
pasos dentro de mí, oídos con los ojos,
el murmullo es mental, yo soy mis pasos,
oigo las voces que yo pienso,
las voces que me piensan al pensarlas.
Soy la sombra que arrojan mis palabras.
Soy y somos los días.
Hoy es siempre.
Lo que callamos es lo que soñamos.
Soy la sombra que arrojan mis palabras.
Raúl Cáceres Carenzo
Continuará la próxima semana…