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La perfecta alegría

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José Juan Cervera

Para el doctor Eulogio, eficaz orientador de lectura

La tradición, popular o erudita, transmite ejemplos y enseñanzas en los ecos de vida de los santos. La sensibilidad literaria, con su caudal de técnicas y enfoques, afina el color y restaura el brillo que los años debilitan, ensanchando las vías de diálogo de las comunidades piadosas con el género humano en su conjunto, sin distinciones de fe.

En Las florecillas de San Francisco reside una de las fuentes de identidad más significativas de la orden que fundara el hombre de Asís, modelo de los ideales evangélicos, cuyos valores desbordan su filiación cristiana para enriquecer el repertorio ético de los pueblos del mundo. A pesar de sus diferencias de formulación doctrinaria y de sus orígenes históricos y geográficos, muestra semejanza con otras creencias y disciplinas espirituales que merecen aquilatarse a partir de aproximaciones comparativas en su análisis.

De este compendio de hechos atribuidos al santo y a sus frailes más cercanos, Ermilo Abreu Gómez efectuó una adaptación y le dio el nombre de San Francisco. Escenas poéticas de su vida (México, Editorial Cultura, 1954). En ella relata, con la fuerza y la gracia de su singular estilo, pasajes de una experiencia virtuosa y compasiva, desprendida y orientada a enaltecer todas las manifestaciones de la naturaleza, y a comprender al mismo tiempo los estados más frágiles de la condición humana.

Tanto los amigos como los detractores del escritor yucateco tuvieron a bien conferirle atributos franciscanos, aunque los segundos lo hicieran en tono punzante, a la manera de Salvador Novo que en un escrito periodístico lo caracteriza como “el mínimo y dulce Ermilo Abreu Gómez”, parafraseando los conocidos versos que Rubén Darío inserta en “Los motivos del lobo”, durante lo más recio de la polémica que en 1932 debatió el nacionalismo y las miras cosmopolitas en la literatura mexicana. En cambio, Juan de la Cabada, uno de sus compañeros de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, intuye en él una fusión de los espíritus de sus personajes Canek y Francisco de Asís, armoniosamente mezclados en su interior combativo y austero.

Alceu Amoroso Lima, autor del prefacio de este libro, extiende los rasgos franciscanos al propio estilo de Abreu Gómez, en atención a lo ceñido y esencial de su prosa. Por su parte, el reconocido académico Tomás Navarro Tomás recibió con asombro inicial la obra, pero luego reflexionó que su contenido iba de acuerdo con la personalidad de su colega, en quien creía ver la actitud de un fraile menudo y bondadoso, siempre atento a la dimensión profunda y oculta de las cosas pequeñas.

No es de extrañar que alguien disciplinado, con apego al comedimiento como lo fue el literato nacido en 1894, se interesara en destacar la figura de un santo medieval cuyas prédicas encajan con dificultad en sociedades como las actuales, en que predominan la inducción al consumo desmesurado, el narcisismo y la sensación de vacío existencial, la mirada frívola, el juicio infundado y el gesto iracundo.

Fueron tan hondas las impresiones que el santo cantor de la humildad dejó en este hombre de letras que recuerda sus palabras en otros libros suyos, como en sus cavilaciones acerca del arte de la prosa cuando distingue la que tiene raíz estética y la que carece de ella, equiparando la primera con “la resonancia expresiva de aquel incendio interior de que hablaba San Francisco de Asís”, de forma tal que proyecta la legitimidad de su belleza más allá de sí misma, en tanto que la otra queda confinada en límites evidentes que le impiden alzar el vuelo.

El elocuente Francisco aduce que el conocimiento de uno mismo pasa por aflicciones y desventuras que son apenas un pálido reflejo del sufrimiento que padeció el Redentor, ofreciendo un asomo a la perfecta alegría que indica el lugar de cada criatura entre las demás, tal como lo explica quien reverenció la fraternidad de todos los elementos de la creación. Con sus parábolas, cala intensamente en las emociones y deposita una semilla que germina ante la faz complaciente del sol.

Mucho habrá de descubrirse en este libro cuyo espíritu remonta las alturas del infinito, sin abandonar sus lazos con el suelo en que fija la calidez de su huella.

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