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“Los Hijos de Sánchez” causan nuevo cisma en la cultura

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Aída López Sosa

El año en que Estados Unidos realizaba pruebas atómicas detonando bombas en Nevada, la cultura mexicana también padecía la “explosión de una bomba” en el ambiente literario con la publicación de “Los Hijos de Sánchez” (Fondo de Cultura Económica, 1964/1965), del historiador y antropólogo estadounidense Oscar Lewis, quien acuñó el término “Cultura de la Pobreza”, definida bajo ciertos parámetros, involucrando costumbres y formas de vida.

Sabemos que la pluma bien empuñada del escritor causa heridas mortales. Eso fue lo que precisamente sucedió con la novela y la “complicidad” de la editorial. Luis Cataño Morlet, en calidad de presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, calificó la obra de obscena y denigrante para México, debido a que retrataba la pobreza de una familia veracruzana radicada en la marginalidad de la capital. Hay que recordar que quince años atrás Luis Buñuel, con la película multipremiada “Los olvidados” (1950) –año que por primera vez México tenía un presidente fuera de las filas castrenses– corrió con la misma suerte. Impensable permitir el atrevimiento de tres extranjeros –argentino, estadounidense y español– cobijados por México de mostrar al mundo las miserias y la desigualdad social.

El escándalo fue mayúsculo. Arnaldo Orfila Reynal, de origen argentino, Director del Fondo de Cultura Económica desde el 1 de julio de 1948, fue acusado de comunismo, junto con Lewis y otros funcionarios administrativos de la editorial. Los miembros de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística decidieron consignarlos a las autoridades para realizar las averiguaciones previas y fincarles responsabilidades; uno por documentar y los otros por autorizar la edición de semejante humillación a la patria. Finalmente las autoridades acordaron que no había delito qué perseguir; no había ultraje moral. Aunque la intelectualidad mexicana se manifestó a favor del autor y el editor, Orfila fue cesado de su cargo para enseguida fundar Siglo XXI, editorial que se mantiene a la fecha y motivo del actual encono en la cultura mexicana.

El efecto de la industrialización y urbanización sobre la vida personal y familiar era registrado por los dramaturgos, novelistas y periodistas, debido a la insipiencia de las ciencias sociales.  En este contexto, la novela es concebida a manera de autobiografía. Lewis se mantuvo cerca de la familia mientras la redactaba, auxiliándose de la tecnología de aquel entonces: grabaciones directas y versiones taquigráficas de cinco miembros de la familia Sánchez, como se puede leer en la nota preliminar del volumen de cerca de mil páginas. La defensa aseguró que de ninguna manera podía considerarse subversiva, ya que era una obra científica. Testimonio de los problemas urgentes que el gobierno debía atender y resolver en vez de invisibilizarlos. Tampoco podía tomarse como una apología de los vicios que corrompen los estratos más bajos de la sociedad.

Algunos de los fragmentos del libro subrayados como obscenos son: “La pandilla gubernamental no deja subir a otras gentes que piensan en otra forma”, “…entró mucho dinero para la propaganda entre los que venden narcóticos…”, “Me gustaría que hubiera leyes como las de los Estados Unidos. No habría tanto golfo como lo hay y no habría tanta canallada de plano…”, “El pueblo mexicano se está hundiendo por falta de guía, por falta de hombría y por tanta porquería como usted puede ver”. “Me gustaría que hubiera aquí un presidente americano en México”. Lo anterior se lee en el Apéndice de la Resolución del Procurador General de la República, Antonio Rocha, el 6 de abril de 1965 en México, D.F.

A más de medio siglo, “Los Hijos de Sánchez”, está considerado uno de los cien mejores libros. En 1978 se estrenó la adaptación de la obra de Lewis bajo la dirección del estadounidense Hall Bartlett, distribuida por CONACINE, en donde se puede apreciar el trabajo actoral de mexicanos y estadounidenses dando vida a la familia Sánchez: padre, dos hijos y dos hijas; huérfanos de madre. Vida paupérrima y hacinada, producto de la cultura de la pobreza, en donde parece que no hay otro destino más que morir como se nació.

Casi seis décadas después, el volcán que se mantuvo dormido por años vuelve a hacer erupción entre el medio cultural. Intelectuales mexicanos han manifestado su repudio ante la noticia de que el actual director de la editorial Siglo XXI –aquella que inauguró Orfila Reynal después del escándalo por “Los Hijos de Sánchez–, Jaime Mario Labastida Ochoa, poeta, académico y quien fuera director de la Academia Mexicana de la Lengua, ha vendido el 58.7% de sus acciones en siete millones de dólares a Merkcent Consulting and Funding S.A. de C.V.

Dos hechos son cuestionados. El primero: ¿cómo se hizo de tal número de acciones el directivo? El segundo: ¿con qué fin compra las acciones una empresa de Chihuahua cuyo giro no es el editorial?

Alegan que en años nunca se convocó a Asambleas en las que con seguridad se hubieran percatado del porcentaje de acciones de cada socio; además, que al fallecer Orfila, a sus casi cien años, dejó su porcentaje de acciones a cinco personas con un 20% para cada una, lo que no tomó como válido Labastida Ochoa por no estar notariado, adjudicándoselas ilegalmente. Por otra parte, la mencionada empresa se conformó hace menos de un año con un capital de cincuenta mil dólares, muchísimo menor al invertido en las acciones de la editorial, lo cual parece ilógico y apunta a lavado de dinero.

Parece que lo que empezó mal, terminará mal. Se vislumbran denuncias penales que revivirán el convulsivo octubre de 1965, cuando la casa de la escritora Elena Poniatowska, principal impulsora del sello, fue la primera sede de la editorial Siglo XXI, que ahora en el siglo XXI está causando malestar e indignación.

El agravio va más alla del medio cultural, se extiende con toda su intensidad a todos los ciudadanos que exigimos que la cultura nunca se politice, que sea el oasis que dé esperanza a los hijos de Sánchez, Pérez, Martínez, en fin, a todos los mexicanos.

En el arte, y en particular en la Literatura, no se debe aplicar aquella famosa sentencia acuñada que reza “Un político pobre es un pobre político”. No sucede lo mismo en el caso de los escritores – aunque se tenga consanguinidad con algún político– cuyo caudal monetario, por rebosante que sea, no engrandece su obra, hecho demostrado a lo largo y ancho de la historia del arte universal.

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