Dejarlo todo atrás
Hoy apareció una calumnia, se quedó parada sobre mi hombro. Me daba picotazos en la oreja, así… despacito. Con algo de dolor un poco ajeno quería espantarla pues era molesta y no me dejaba concentrarme y escupir mi ennegrecida rabia sobre la hoja blanca. Entonces otra calumnia, esta vez un poco roja, comenzó a tirarme de los bajos del pantalón; me enterraba sus quelas en los tobillos. Uno tiene que rascarse. Recién me inclinaba hacia mis pantorrillas cuando la calumnia del hombro brincó hacia el teclado; al manotear para hacerla huir, vi que varias calumnias, coloridas, caían sobre el escritorio. Alcé la vista y ahí estaban: colgadas como murciélagos, escurrían como estalactitas. Provenían de las grietas de la techumbre, y se alargaban hasta de pronto soltarse como lodosas gotas para ir cubriendo el escritorio. Las del suelo eran las peores, porque las calumnias rastreras pican bastante duro, y son algo ponzoñosas, en poco tiempo causan ceguera. Tuve que moverme hacia la puerta, salir y abandonarlo todo. Años de trabajo escrito ahí en esa covacha quedaron inundados por calumnias.
Ventanas
El hombre fue a mi casa. Yo estaba bajo la chorreante regadera con mi novia. ¡Traz!, sonaron los cristales de la ventana de la sala al romperse.
Salí corriendo del baño, salí de ella, para ver qué pasaba. El tipo blandía un bate. Mi novia pegaba de gritos. El tipo retrocedió.
«¡Qué está pasando!» «¡Espérate, no salgas!»
«¡Llamaré a la policía!»
El tipo me insultaba y golpeaba con el bate la puerta.
Al verla coger el auricular, el tipo se salió de la terraza. Ella y yo estábamos desnudos. Me puse una toalla para alcanzarlo en la calle. El tipo se alteró más, pero no avanzó hacia mí. Los vecinos ya estaban afuera. Empezó a gritar: «¡Tú acá estás muy tranquilo, mírenlo, es el que se acuesta con las esposas de otros!»
Mi novia escuchó.
El tipo cogió su carro y se marchó sin dejar de insultarme. Volví a entrar a casa. Ella se metió el vestido en un solo movimiento. Se puso las zapatillas y salió, empujándome. Quise detenerla; giró hacia mí y me dio una bofetada. La policía paraba su unidad en ese momento. Ella abordó su automóvil y se marchó. Los policías me esperaban a la puerta de mi hogar. ¿Todo bien? Los vecinos llamaron. ¿Atacaron su casa?
Sí, pero ya pasó.
Si necesita algo, como poner una denuncia…
Gracias.
La voz del tipo rebotaba en las paredes y me dolía en la mejilla: ¡El que se acuesta con las esposas de otros!
Miré a los vecinos parados en la calle, mirando el espectáculo. Yo apenas me había metido en unos pants para intentar retenerla. Fue cuando me di cuenta que varias mujeres del vecindario me observaban atentas desde las ventanas. Alcancé a sonreírles.
Decisiones críticas
—Maestro, ¿qué hace? Le he visto varias horas parado junto a su librero, ensimismado.
— Trato de saber qué poeta se enojará más si lo leo y luego hago la crítica de su libro o de su antología y la publico en los periódicos.
— ¿Y le da miedo que se enojen?
— No. Al contrario. Estoy tratando de escoger qué poeta se enojará más, para leerlo a él. Pero es difícil decidir cuál se enojará más. ¡Todos se enojan!
Adán Echeverría