Inicio Recomendaciones Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – II

Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – II

3
0

I

2

Pero el Serpiente Emplumada había mentido: su destino en la tierra estaba marcado y él lo sabía. Transcurrieron los años y los siglos sin que se supiera más del hombre de los ojos claros. Las nuevas generaciones de Mayapán y Chichén Itzá, las ciudades más amadas del patriarca, todavía lo aguardaban con ansiedad, con ese ingenuo y poderoso fervor de la fe, mientras los sacerdotes observaban, imponentes, la descomposición social y el recelo ente las urbes principales, manifestado en sangrientos combates muchas veces por motivos triviales. Alrededor del año mil de nuestra era, por los mismos tiempos de la alta noche del medioevo europeo, los reyes de los principales emporios –Mayapán, Chichén Itzá y Uxmal– celebraron un gran cónclave en la primera de las ciudades mencionadas, con objeto de formar un solo frente y combatir a la adversidad. Junto con otros reinos menores, integraron la Confederación de Mayapán, alianza que durante los dos siglos siguientes alentó las artes y las ciencias, restauró las buenas costumbres y el sentido de dignidad del pueblo maya, y mantuvo a raya a los invasores extranjeros. En medio de aquella duradera paz se dieron los frutos de la prosperidad y un culminante brillo intelectual.

En una choza de Mayapán vivía Tigre de la Luna, el más sabio de los sacerdotes, a pesar de su relativa juventud. Sólo lo acompañaban su joven esposa Ix Cauc y sus perros. El hombre, considerado en el pueblo como un chilam, esto es, alguien que posee contactos divinos y escribe libros sagrados, estaba más hecho a la filosofía del Rocío del Cielo que al estilo enérgico y sanguinario del Serpiente Emplumada. Vestía sencillas ropas de algodón sin bordaduras de oro, se tocaba con un modesto penacho de plumas de pavo montés, y gustaba de recorrer Mayapán y Chichén Itzá para dirigirse a sus moradores, desde los mercados o las plazas públicas, y explicarles la historia de su raza. Cuando le preguntaban por el regreso de Kukulkán, él invariablemente respondía:

–Todos aguardamos su venida: está escrito que volverá algún día.

Pero Tigre de la Luna sabía que mentía y sentía vergüenza de sí mismo.

No puedo decirles otra cosa –razonaba en pláticas con sus compañeros–. De hablarles con la verdad, la esperanza se esfumaría de su corazón. Tengo que mentirles, señores, como durante siglos les mintieron los sacerdotes que nos precedieron, para que su fe permanezca intacta.

–Pero Kukulkán ha muerto, Tigre de la Luna –lo cuestionaba uno de sus capellanes–, pues después de tantos años no puede estar vivo. Sin embargo, lo que ninguno de nosotros tiene claro es cómo ha muerto.

–Kukulkán, como vosotros sabéis, tenía muy poderosos enemigos en las tierras altas. Los rumores de la forma en que murió son confusos; se ha dicho que se suicidó arrojándose a la hoguera; hay quien opina que sus augures quemaron en secreto su cadáver. Un santón venido de México-Tenochtitlan me reveló hace muchas lunas que el patriarca se hundió en el mar en su barca repleta de serpientes entrelazadas, versión que favorezco sobre las otras, en razón de la genealogía del profeta. Existe una interpretación más: que después de desaparecer en el mar, llegó resucitado a nuestra tierra, historia que conceptúo desatinada.

–Son muchas las versiones –dijeron los capellanes–, pero nunca conoceremos la verdad.

Por esos días, Tigre de la Luna tuvo una revelación cierta noche que dormía: escuchó, o creyó escuchar, una voz que venía del fondo de los siglos y le anunciaba que un hombre santo llamado Ah Me’ex Cuc, el de las Barbas de Ardilla, advendría para gobernar Mayapán.

–Él te buscará, hombre sabio –escuchó que le dijeran–, y tú le aconsejarás y lo acompañarás por todos los pueblos de esta tierra. Guarda lo que te he anunciado en el fondo de tu corazón, y por ahora no reveles a nadie, ni a tus compañeros sacerdotes, el pronto advenimiento del nuevo señor de Mayapán.

Tigre de la Luna cumplió con las demandas de la misteriosa voz y nada reveló a nadie, ni siquiera a su esposa. Así, consagrado a la oración, aguardó la llegada del elegido.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.